Y la mente es frágil, cuando
gritan y grito, la calurosa
peste circuncida mi alma,
cuando gritas,
cuando aprieto mi pezón para
alimentar a la bestia, cuando de
mi vientre mana leche de
sangre refractada, y escurre
como un lecho de flores que avanza al
río, a la guarida polar del
desierto que, a marejadas, nos
inunda el sexo, la suave codicia,
las tripas, las manos sudorosas
de tanto tomar café.

La mente es frágil, tu olvidas
el ojo en la mejilla, la boca
en el diente de la amada,
olvidas el recuerdo de las
rosas más perfectas, de las
perfecciones más rosadas,
de los pechos más pequeños,
de las manos más azuladas
por el fin, por la muerte que
altanera goza en tus ojos,

es tan frágil, tan decadente la
obtusa mirada del cielo.

El cuerpo se esconde trás la mampara
del pánico, cruel, crudo,
acaecido como la
última nota de una brumosa canción,
canción de cuna para hacer dormir
al embrión que ruge, para
silenciar al feto que
mira a las paredes de
cristal de un lecho mortuorio,

la vida como un sonido
corriendo en silencios, en
altibajos, en tecleos a un piano
descascarado por el
toqueteo insaciable de la mano
sórdida, en iluminados gritos de una
gélida fogata de canciones.

Y la mente es frágil:

como el pez, como la lluvia,

como el rocío.