Quesín y Quesón eran primos lejanos, ambos nacieron en la misma zona de una gran ciudad y se hicieron amigos inseparables a pesar de ser muy diferentes.
Quesín era irremediablemente optimista: según él, existían las trampas ratoneras, pero no estaban hechas más que para asustar y espantar a los roedores medrosos; los gatos suelen ser excelentes tipos, que les gusta dormir todo el día y solo pueden ser dañinos cuando no tienen algo en su pancita. Los sebos venenosos son tentaciones que todo ratón discreto debe evitar, los hanta virus y las pulgas pestilentes son cosas que no le ocurrirían a él.
Quesón era como dijimos, el polo opuesto: creía que tarde o temprano sería decapitado por una trampa, aseguraba que todos los animales solo desean maltratar a los roedores sobre todo si eran pequeñitos como él-, de los gatos solo quería saber que estén lejos y no soportaba ni su recuerdo, decía que los sebos venenosos están hechos con ingredientes que roban la conciencia roedora, creía que era portador del hanta virus, el machupo, fiebres tifoideas y decenas de patógenos más; aseguraba que nunca llegaría a la madurez.
Todas las madrugadas solían escaparse juntos a un rincón secreto suyo, donde podían bromear y jugar hasta bastante avanzada la mañana (los ratones no van a la escuela). A veces se atrevían a cruzar un jardín para curiosear en un estanque artificial donde nadaban cinco carpas japonesas, ocasionalmente incluso incursionan por un garaje semi abandonado, donde habitaba una rata albina -monja renunciante- que les aconsejaba.
Cierto día, al despedirse precisamente de la rata mística, de improviso, se abrió la puerta del garaje y dos humanos ingresaron impetuosamente, con el encargo de poner orden al mayúsculo desbarajuste de dicho garaje. Quesón empujó a Quesín hacia una lata y le hizo señas para que se esté quieto. Aterrados, fueron testigos de la crueldad humana, que al descubrir a la rata renunciante, sin preguntarse respecto a su nocividad, la persiguieron y asesinaron a palos.
Se escabulleron cautelosamente y tuvieron cuidado de no acercarse nunca más a un humano.
Pero el destino no hace distinción de especies, Quesín y Quesón estaban destinados a reencontrar humanos en su camino y cuando ocurrió, el optimismo de Quesín le costó la vida (a los humanos no les suele convencer ninguna sonrisa roedora) y a pesar de su gesto amistoso, Quesín fue correteado, acorralado y golpeado sin piedad.
Demás está decirlo: un ser pesimista y temeroso no se cura con traumas, Quesón decidió vivir en la oscuridad y desde ese infausto día, solo salía a buscar algo de comer muy entrada la noche.
Paradoja de la vida, el temor crónico de Quesón lo forzó a una vida de reclusión y extrema cautela, una existencia que contrariando sus intuiciones juveniles, lo conservó vivo por más años que todos los de su generación.
Sintiéndose ya viejo y cansado- cerca del fin, Quesón se percató de su longevidad excepcional y pese a sentirse agradecido por haber aprendido a cuidarse de todo y de todos, recordó las enseñanzas de la rata albina y ejecutó las disciplinas que esta sabia roedora le enseñase años atrás; descubrió el significado de la existencia (vivir sin temor) y aunque casi ciego y achacoso, consciente de lo que hacía, en su última jornada en la tierra, salió de su agujero y caminó el mismo trayecto que de pequeño corría con Quesín.
Tal vez nunca volvería de ese último paseo, pero por primera vez en años, no encontró temor ni angustia en su interior y correteó con todo lo que su cansado cuerpo le permitía, hacia el viejo estanque.
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