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Rosario
Comienzo y creo en ti
Maravilloso país en movimiento.

Victor Valera Mora


Pasadas las angustias, los años clandestinos, la insurrección, el peso de la historia. Pasadas las vidas de mi abuelo en guerrilla, de mi madre y su infancia solitaria, de mi abuela esperando al esposo ausente. Pasadas la pacificación, la resistencia, las traiciones. Pasadas las desventuras de un Viernes Negro, un RECADI, una barragana, la posibilidad de una guerra civil. Pasado un golpe de Estado fallido, un nuevo líder, un renacimiento de las ideas, un triunfo electoral que nadie creía posible. Pasados mis años universitarios de revuelta y patrulla, me encuentro aquí, de repente, sin saber muy bien cómo, caminando sobre la tierra rocosa y polvorienta que nunca pretendí pisar.

Me creo muy rebelde, muy formada, muy presta a la batalla. Ranchos a un lado y otro. Ranchos distantes de cualquier imagen anterior. Ranchos que mi subconsciente me invitó a dejar pasar sin dedicarles un minuto de cuidado durante mis treinta años de vida. Ranchos y un cielo gris que amenaza con pisotearlos al primer rugido de trueno.

Toco la primera puerta, y aparece Rosario. Se muestra con cautela detrás de la tapa de zinc que le sirve de tranca a su hogar. Hola. Estoy haciendo un censo. ¿Cómo te llamas? Rosario. ¿Rosario qué? No sé. ¿Tienes niños? Si, cuatro. ¿Sabes leer? Antes sabía, pero lo olvidé. Y yo pensando cómo hará una persona para perder la capacidad de leer, como si las letras fueran uñas voladas tras un martillazo. No lo concibo.

Rosario me sirve un vaso de agua sucia, rescatada del fondo de una pipa oxidada y moribunda que apenas se sostiene en una pared del rancho. El agua que le sirve día a día, la única que tiene. Recuerdo mi nevera repleta de envases de refresco. Dulces, herméticos, escarchados de frío. Me avergüenzo. Me tomo el agua mientras veo el océano de herrumbre e insectos ahogados que danzan en su interior al ritmo de mis sorbos. El agua de Rosario, de todos sus días. El agua que yace en la barriga de sus 4 hijos. Sonrío, escondiendo la pena que me embarga. La pena de mí misma creyéndome tan buena por el sencillo hecho de tomarme este vaso, por el simple hecho de tocar su puerta y averiguar su nombre. A cada pregunta, va desarmándose mi propio orgullo de mujer de avanzada. A cada respuesta, me veo a mí misma más lejana, más inalcanzable, más burguesa, más déspota, más insensible frente a lo que me rodea sin que antes me dignara a presenciarlo.

Rosario, ¿qué edad tienes? No sé, mi mamá sabía pero murió cuando yo era pequeña. ¿Tienes algún papel que nos ayude? Saca su cédula, una gran x hace las veces de firma. Rosario tiene treinta años y no se llama Rosario. María Peña, según el papel que pone en mis manos. Me pregunto dónde estaba yo cuando ella perdió su identidad. Me dispongo a andar lo nunca andado, a pagarle todo lo que le adeudo por el simple hecho de tener más que ella sin jamás preguntarme de dónde salía tal riqueza. A pagarle los colores malgastados que me compraban a mitad del año escolar cuando tenía siete años, sin pensar que ella no tenía escuela. A pagarle los zapatos que una vez boté por el simple hecho de que no me gustaban, cuando ella calzaba apenas una capa de suciedad y callos nacidos a golpe de piedra y roturas.

Rosario, vengo a enseñarte a leer y a escribir. Ya sé que hasta ahora has podido vivir así, que leer nunca te ha servido de nada. Pero a lo mejor te ayude en algo con tus hijos. No sé, tal vez podamos hacer algo para que mejore tu vida. Me muestra su sonrisa manchada a fuerza de tabaco, ausente de algunas piezas, inocente y triste a la vez.

Rosario es mi primera alumna. Y en este momento no sé a dónde irá a parar este gobierno. No sé si caerá una bomba que nos iguale a todos en una nube de tierra y sangre evaporada, no sé si ganará la maña aprendida en 40 años de corrupción y desarraigo, no sé si este comienzo nos dará la fuerza suficiente para transformar todo lo transformable. Pero hoy, ahora, sin importar lo que pase mañana, tengo esperanza. Reconozco que algo está cambiando, me veo aquí, una hormiga en medio de muchas que están entrevistando a otras Rosarios en diferentes rincones del país, y agradezco infinitamente haber nacido en este tiempo, porque me está enseñando a leer la vida a través de los ojos de esta mujer.

Texto agregado el 02-05-2010, y leído por 287 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
19-02-2011 Hermoso gesto para pintar la nada te felicito!! mis5* y besos NILDA yo_nilda
23-11-2010 Una realidad muy bien expresada, con una claridad cristalina que resulta grato leer y disfrutar. inkaswork
09-09-2010 Una maravilla de cuento. Pintaste el mundo de quien no tiene nada, denunciaste la pobreza y la injusticia y terminaste vislumbrando la esperanza. Cuántas Rosarios, cuántos seres abandonados en un mundo en el que a otros les sobran zapatos y hasta joyas y yates, pero que les falta saber lo que es el amor y la solidaridad. Un placer. Noguera
17-07-2010 MUY BIEN uleiru
27-06-2010 En tu texto hay un punto que me llama poderosamente la atención: y es el comparar dos vidas con iguales derechos sobre nuestro planeta. Es descubrir lo injusto, aún siendo tú bien intencionada. ¿cuán grande sería con otros privilegiados? Te felicito. peco
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