BAJO LA CIUDAD
¿Qué me pasa que ya no escribo?
Me paseo como un gusano inquieto frente al mar, con ese viento de Playa Ancha que me llena el alma y me hiela la piel, pero nada llega. Miro el cielo y se me aparece ahí, estático, con nubes que no revelan nada. Miro esta ciudad, estas ciudades que parecen sucederse sin fin, y pienso en la delgada cáscara que son en realidad.
Porque después de todo ¿cuánto hay que excavar para que se acabe la ciudad?, ¿cinco, diez metros? Y ahí aparece la tierra que negamos una y otra vez, y que cubrimos pudorosamente con cemento, pastos y basura. Pero la tierra está ahí, lista para devorarnos cuando llegue su turno, y lista para volver a dar el fruto generoso.
Y la urbanidad pareciera limitar el mar. De pronto imagino un todo acuático, tierra bajo el mar, hasta que la ciudad se extendió como un hongo hambriento sobre las aguas, y comenzó a encogerlas. Nos lo vamos bebiendo, lo vamos envenenando de mercurios también, y las olas se afanan contra nuestros límites acerados, ortogonales, como cuasimodos encampanados, y rebotan. Parecieran no hacer daño, pero ahí se cuaja un temporal y se lleva media calle, y las hormigas rápidamente reconstruyen todo, más y mejor, más plástico, más eléctrico, más cáustico.
¿Frente de mal tiempo? MENTIRA: es un odio profundo, antiguo y azul.
Quizás hasta hayamos matado ya a la tierra, en su sepultura de concreto, o se mantiene viva con las sobras, los cadáveres que le vamos inyectando día a día.
Y dentro del inconsciente colectivo bajo la ciudad hay otra ciudad, la misma ciudad, otra ciudad. Más concreto y más cables en todo caso. Bajas al subterráneo del edificio aquel, te subes al metro, y ves que abajo sigue la ciudad y que todos los cimientos tiene fundaciones que se apoyan borrachas en otras fundaciones, y crees que todo lo tuyo y lo suyo se extiende bajo tierra, te sientes un topo poderoso, vives bajo, en y sobre la superficie, con tus dedos de cristal llagando el cielo, protegiéndote de la lluvia, vana victoria.
Pero hay malas noticias para todos ustedes no-pensantes: bajo la ciudad hay tierra, y se cuela por cada grieta que le permitimos, gritando estoy viva, sentada esperando a que pasen, como pasaron otros y sus ciudades. Debajo de Roma hay otra Roma, es cierto, pero bajo ella, la tierra.
De pronto una hoja asoma en mi buzón y leo:
…el crédito por impuesto de primera categoría detallado en línea 5, código 604, probablemente es mayor al crédito que le corresponde por este concepto (g14).
El crédito declarado en líneas 34 y/o 35 y detallado en recuadro n°9, código 365, por concepto de contribuciones de bienes raíces (impuesto territorial)…
Impuesto territorial... recuadro nueve...
Y me pregunto que diablos tiene eso que ver con un mar atrapado, con la tierra ahogándose de fierros, oxido y hollín. Y entiendo: no escribo porque estoy intoxicado de gases, y las palabras perdieron la fuerza de lo escrito, con sus códigos y normas... ¿Qué no se habrán dado cuenta estos señores que las palabras, la tinta, y el papel son para otra cosa?, ¡esos insultos a su abuela!. |