Hoy prepare cuatro platos de huevos rancheros con crema y queso, una tortilla frita ahogada en salsa roja y verde, coronada por dos huevos cada quien, tibios, juguetones, fugaces. Puse el tocino a freír en el sartén, mientras asaba los jitomates, los tomatillos, los chiles jalapeños, el ajo y la cebolla. Hoy decidí asar todo, purificar esta espera, esta decisión que no depende mi. Pensé que los tomatillos y los jitomates le darían al futuro un porcentaje justo de decisión: ni mucho que queme al santo ni mucho que no lo alumbre. No le puse cilantro, ni perejil, solo sal y hartos chiles. Todos los ingredientes en la licuadora. “El Magic Bullet”. Me da risa el nombre de mi licuadora. “La Bala Mágica”. Más bien a veces como pérdida. De pronto certera y otras traviesa. Hoy la salsa quedó exquisita, fresca, jugosa pero no picaba. A pesar del chile, no picaba. Generalmente esperar me hace enojar. Yo sé hacer muchas cosas en esta vida, pero eso de esperar no se me da. Sin embargo, heme aquí, esperando pacientemente, con mansedumbre, nombrando los días por comidas: mole, pollo en salsa verde, chilaquiles, chiles en nogada, y hoy: huevos rancheros. Mis días transcurren en platillos mexicanos, pensarlos o verlos pasar de otra manera sería muy doloroso, como un suplicio de hospital en agonía. Prefiero esperar así, a que él decida, a que arregle su asunto. No me puedo enojar, quizá por eso la salsa no pique, aunque le ponga un kilo de chiles, pues porque estoy triste, estoy entumida, estoy en una incubadora, esperando pacientemente, como un bebe indefenso, esperando nacer de verdad. |