Media docena de papelitos acartuchados parecían volar alrededor del salón de clases, se movían sin rumbo fijo formando grandes círculos posándose ya en los escritorios como en las paredes o en los vidrios de las dos ventanas que daban hacia el amplio boulevard flanqueado de árboles, para momentos después reiniciar su errático vuelo.
Eran cerca de las cinco de la tarde de un sábado de Abril, había calor y el aire se sentía húmedo y pegajoso. Cinco pares de ojos adormecidos seguían el perezoso vuelo de los diminutos cartuchos, había estado lloviendo y olía a tierra mojada.
El Caballero Cadete Mario Amílcar Magos-Palma sonreía con cómica satisfacción al observar el productos de los esfuerzos propios y de sus cuatro compañeros. Les había llevado casi media hora de rápidos manotazos en el aire para capturar seis de las gordas y verdozas moscas que a menudo volaban de los cercanos establos de la academoia militar.
De la págimnas de sus cuadernos habían fabricado los cartuchitos de finas puntas y cuidadosamente los habían introducido en los microscópicos anos de los miserables insectos que tratando de escapar su insoportable tortura, volaban al azar remolcando los papelitos para beneplácito de los jóvenes militares.
Para Mario Amílcar las horas habían pasado rápidamente la noche anterior en los brazos de la Milita, la respingada y curvilínea dependiente de la dulcería a cuatro cuadras de la academia,
A las 4:00 AM había saltado del lecho de "La Dulcera" y corriendo a medio vestir trataba de llegar antes del 'toque de levante' al dormitorio general. Brincando sobre el muro que rodeaba el plantel fué a caer a los brazos del viejo sargento de la escolta que se preciaba de conocer todos los 'tejes y manejes' de los cadetes de todas las promociones.
Mario Amilcar fué arrestado por lo que quedaba del fin de semana. Las mañanas las pasaría haciendo ejercicios que normalmente se hacían durante la semana y después del frugal almuerzo estaría estudiando en el salón con los otros arrestados.
Era imposible no tener compañía de cadetes arrestados porque era virtualmente imposible que pasara la semana sin que alguno quebrara las estrictas reglas de la academia militar.
De las ventans llegaba el ruido de una motocicleta que pasaba la segunda o tercera vez por la calle. Solo quedaban tres papeplitos, los otras tres moscas habían sucumbido ante el peso de sus diminutos barriletes.
Mario Amilcar perdía ya el interés cuando su rostro se iluminó de alegría al ver un pesado escarabajo que penetrando por la puerta abierta se somataba tontamente contra las paredes del aula.
Al posarse en un escritorio, uno de los muchachos lo capturó diestramente. De un botón de la camisa de Mario Amilcar se produjo un hilo con el que con habilidad lo ató a la pata trasera del ronrón mientras la otra punta se la enrollaba en el dedo indice de la mano izquierda.
Los cadetes estuiaban sin ninguna supervisión que se consideraba innecesaria debido al código de honor con que se regía la escuela.
El muchacho hacía volar al nuevo cautivo en largos y bullicioso vuelo y con su gran experiencia lo hacía volar bajo los bigotes del retrato del General que ahora el Presidente de la República, único adorno en las desnudas paredes del aula.
En ese preciso momento se escuchó el sonido de la motocicleta que pasaba al parecer mas lenta y cercanamente a las ventanas. Se oyó entonces el ruido de tres balazos que rompieron los vidrios de una ventana y luego tres más por la siguiente mkientras la máquina de la moitocicleta aceleró en su escape.
Mario Amilcar sintió el impacto sobre el brazo levantado, instintivamente se arrojó al suelo mientras sus compañeros se arrojaban al exterior en busca de sus armas.
Tomándose el codo donde ahora sentía agudo dolor vio sangre que le corría a lo largo del brazo. Irguiéndose corrió hacia la puerta donde sintió vértigo, antes de caer, el viejo sargento lo tomó por abajo de los brazos.
-¡Pronto, al cuarto de armas!- gritó el herido.
-¡No mi teniente, usté está sangrando!
Mario Amilcar vio las paredes girar a su derredor, vió al escarabajo que con el hilo aún colgando de la pata volaba sobre su cabeza como gozando del cambio de posición frente al que minutos antes lo torturaba....al fondo del corredor vió flotando en el aire Milita "La Dulcera" que volaba hacia él semidesnuda remolcando un cartucho blanco...blanco...
(Primer Capítulo de mi novela "Hymenolepis nana", 1993.)
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