Arrebolado, el recuerdo surca
la electrizada realidad, se posa en
los dedos de quien nunca ha
gritado en la calle para
saludar a nadie,
se agiganta en el sonido de la
miserable sonrisa de los
cristales, se encumbra, prodigioso
en los dientes blancos de la
modelo perdida en los albores
de las manos agrietadas.
Se incrusta como el cáncer en
la adormidera silente, en la víbora que
jamás ha tocado el suelo de la luna
y su pálida lujuria que lame el sueño.
Y con las manos recoge la fruta
de la noche dormida, con los dedos
acaricia la mirada de los astros
enmohecidos de dolor,
de muertes,
de esas gotas de sangre que jamás podremos
tocarles, de sus avaricias,
y a veces, la luna, superflua,
nos chilla con la voz acariciada
por la pestilente utopía solar, nos
besa las manos, se acuesta con
nosotros.
Y al amanecer de un nuevo y
angustiante brillo estelar, veo sus ojos,
sus bellos y azules ojos acabados en
miradas deserticas, en
incólumes sonrisas aguadas, y nos
preguntan todos por qué súblime razón
amanecemos con un nombre en las pupilas. |