Hablan al reverendísimo pedo, Adolfo. Somos animales con esencia. Está el linyera que lo sacás de la calle, lo bañás y se te muere al toque; es él con su mugre. Maradona, loco, vienen y te dicen que tiene que dejar las drogas, que qué jugador habría sido si no se hubiera falopeado; chamuyan al pedo. Y claro, Maradona es como el café con leche, Adolfo, no podés separar la leche del café y no podés suponer lo que habría sido un tipo sin la vida que hizo, qué piola; y tampoco podés decir que para ser el Diego hay que darse la biaba, Adolfo. No me jodas con eso; qué ejemplo ni qué carajos. ¿Por qué no dan el ejemplo dejándose de hablar al pedo? Me hiciste acordar a un amigo de mi cuñado, mirá: el tipo fumaba dos paquetes por día y parece que la jermu empezó a hincharle las pelotas para que dejara; al final, de tanto joder, el chabón largó el pucho, y vos fijáte lo que es la vida, che, que al mes iba por la calle y lo agarró un bondi. Sí, Adolfo, parece que cruzó mal y zámpate, un bondi lo desparramó por el asfalto; mierda lo hizo. Cómo que qué tiene que ver. Es lo que dicen los psicólogos, eso de que no hay accidentes; yo digo que el tipo sin el cigarrillo no era el mismo, entonces perdió el contacto con la realidad, Adolfo, y cagó fuego. Un cómo se dice. Eso, un acto fallido, ahí está. Ahí tenés el loro de testigo. A ver, loro de mierda, diga “puto”. ¿Viste? Dijo “puto”. Muy bien el loro. El loro es un ejemplo, Adolfo, pensá que si lo largo se caga muriendo a los dos días.
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