Al grano; enseguida me dijo que si podía ir a mi casa. Acepté, por supuesto no lo dejé entrar y mejor le invité un café en un lugar neutro. Su condición de padre soltero lo hacía extrañamente atractivo y simpático. Casanova como todos los músicos, con esa desgraciada virtud de hacer sentir una reina a cualquier mujer que se le ponga enfrente, con el cuidado de no hacer evidente la condición rotativa del trono.
“¡Qué bonita voz tienes!”, fueros sus primeras palabras después de que yo dije: hola. Músico a final de cuentas, pertenece a la especie que organiza sus ideas en versos, tonos, notas; la canción es su unidad estándar para medir el tiempo.
De principio a fin,a la plática estaba colmada de temas de conversación trascendentes y desprovista de toda superficialidad, otra característica de los músicos, por cierto. Al despedirnos me propuso tomarnos fotos sin ropa, así, sin mayor preámbulo lo propuso y de la misma manera yo acepté.
Llegué a su casa días después del primer encuentro, en la entrada había un gran jarrón lleno de cenizas, él decía que eran de su abuela pero eran evidentemente de cigarro. Donde debería estar la sala había suficientes instrumentos musicales para formar un grupo, escenografía ideal para las fotografías, en el suelo había juguetes que parecían ser de una niña, inmediatamente los guardó, de hecho iba guardando y sacudiendo por donde yo tenía intenciones de pasar.
Me ofreció una cerveza y después de la segunda comenzamos a jugar dominó, quien perdía se quitaba una prenda. Cuando ya no quedaba nada más para quitarnos sacó la cámara y me tomó algunas fotografías, al decirme que me moviera libremente por la casa de inmediato me fui a la “sala” y tomé una guitarra para incluirla en la sesión. Enseguida me dio la cámara y se sentó a tocar la batería, tomé fotografías de todos los angulos posibles.
En dado momentó la tan sugestiva situación me rebasó, dejé la cámara en el suelo y lo derribé, el resto transcurrió libre, ya que no había ropa que quitar y los cuerpos ya estaban enardecidos. La primera ocasión en toda mi vida que me atreví a tomar no solamente la iniciativa, sino el entero control.
Tirados en el suelo revisamos las fotografías, en todas y cada una quedaba protegida mi identidad, detalle que aún le agradezco. Las suyas tal vez no eran perfectas, no soy fotógrafa, pero meses después vi una de ellas en una publicidad para un encuentro de cantautores.
Hubo más ocasiones, no tan memorables, donde ya nos dimos el tiempo de conocernos. El principio del fin lo sentenció él, al introducirse en un territorio donde nadie más entrará. Su error fue comenzar a extrañarme y mirarme detenidamente, tal atisbo pronostica otra posible fractura y no precisamente del pie.
Aprendí que los músicos pueden ser fascinantes siempre que no se enamoren más allá de cada intimación. Hay un instante en que se les debe dejar de escuchar ya que son especialistas en masajes falsos para el ego de las mujeres.
A un músico no se le debe creer ni cuando es sincero.
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