Adoro tu ojo izquierdo,
el de la manchita tibia en el párpado.
Amo, también, tu sonrisa 18
y me desarma, muchas veces, la dulce 4.
De tu voz me vuelven loco
sólo los susurros… y no las bramas.
También el campanilleo que oigo cuando ríes…
y las afonías y ahogos… cuando amas.
Por tus pies, es algo extraño,
nunca logro un querer armonizado.
A veces el derecho… otras el izquierdo.
Depende del humor, he sospechado.
A los pechos de tu pecho
los siento más al vibrar junto a mi alma.
Contra la piel de mi propio pecho,
la de mis dedos, la de mi palma.
Otra cosa me pasa con tu pelo,
que, mayoritariamente, me subyuga.
Salvo, claro está y como es obvio,
el del costado derecho de tu nuca.
Me olvidaba de tus manos:
A ésas las quiero a ambas, indistintas,
hasta confundirlas con frecuencia...
ambas izquierdas… casi la misma.
Especialmente quiero sus yemas y sus uñas,
cuando acarician o rasguñan…
Cuando buscan y encuentran…
Cuando se envician y se amañan.
Me quedan, desde luego,
otras y variadas preferencias…
como tu vientre suave… o tu pubis.
Tu calida entrepierna… mi fervecencia.
Ojala baste un inventario parcial
para lograr exponer mi punto.
El de que quiero evitarme el desagrado
de lo que no me hace feliz en lo profundo.
¿Cómo podríamos hacer, querida,
para que pudiera yo tomarte de suerte
que sólo sea en esas porciones
que yo elija… que hacen quererte?
Entiendo que mi propuesta
te será algo compleja, algo extraña.
Pero espero que comprendas…
Negociemos… racionales y sin saña.
Quizá programando días y horarios.
Planificándolos ante escribano.
O contando con testigos fiables...
Y mediante asistencia de buenos cirujanos…
Si accedés, en justa contraparte,
prometo conceder, no sin espanto,
mis recortes y mutilaciones…
esos… que tus reclamos implican tanto.
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