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Me he atrevido a sentarme en la soledad de mi cuarto. Desde aquí tan sólo alcanzo a escuchar los tímidos pasos del viento que deambula en el exterior. Nunca ha sido fácil abrir la puerta de la habitación y limitarse a contemplar la tranquilidad que en ella reina. Pascal decía que la infelicidad del hombre se debe exclusivamente a su incapacidad para permanecer tranquilo en su alcoba. Admitiré que del todo no he llegado a entender esta sentencia, pero sentado aquí algo comienzo a dilucidar.
Es un silencio incómodo, abrumador, a ratos espeluznante. Es imposible dejar de pensar en las miles de voces que recorren la ciudad mientras yo me enclaustro, quizá sin entender demasiado las razones para hacerlo. Pero de lo que estoy seguro es de que me he cansado de oponer resistencia a este mundo tan hostil.
Cuando venía caminando hasta aquí me detuve a observar todas las puertas que tiene mi casa. Una por una las contemplé. Y así me di cuenta que todas, a excepción de la que abrí para llegar hasta donde ahora estoy sentado, me llevaban al exterior de alguna u otra forma. Una situación que puedo fácilmente extrapolar a toda mi experiencia de vida. He buscado y buscado sin saber qué o a quién busco. He abierto infinidad de puertas, cruzado un sinfín de umbrales, para llegar donde mismo, es decir, al exterior, a la fría e inhóspita intemperie. Un “afuera” extremadamente amplio y confuso. He divagado y también vagabundeado por innumerables lugares en busca de aquello. ¿Producto de mi personalidad tan inconstante? Quizás… lo cierto es que no me he detenido hasta el día de hoy. Y a decir verdad aún me siento un poco incómodo e inseguro sentado en mi propia habitación como dando por finalizada esta extraña y a veces incomprensible búsqueda. Hay una extraña fuerza, energía, llámenla como quieran, que me incita a salir y hurgar por todos lados. Y no creo equivocarme al pensar que no soy el único al cual le pasan este tipo de cosas. Lo más probable es que en otros se exprese de otra forma, pero aún así todos insisten en buscar allí fuera.
En definitiva creo haberme aburrido de buscar ¿Por haberlo encontrado? Creo que no puedo responder a eso si ni siquiera sé qué es lo que tanto me he esmerado en encontrar. El hecho es que estoy aquí sentado, sin dar por finalizada mi búsqueda, e intentando entender además, por qué esta ajada puerta ha sido la única que no me ha llevado al exterior.
El espejo de mi habitación tan sólo refleja mi rostro cansado. No me considero supersticioso, pero debo admitir que algo de pavor me provoca verme en un espejo en la soledad de mi cuarto. ¿Será la sensación que comúnmente sienten aquellas personas que han encontrado aquello que tan impacientemente buscaban allí afuera? No lo creo, o no quiero creerlo. Si miedo es lo que provoca el terminar la búsqueda para llegar a uno mismo, me acobardaré en este preciso momento, y, considerando que la puerta sigue aún entreabierta, no dudaré más allá de un segundo en salir corriendo a cobijarme en el Otro, y sus múltiples y alucinantes puertas.

Texto agregado el 26-04-2010, y leído por 238 visitantes. (1 voto)


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