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Inicio / Cuenteros Locales / emeneses / Isabel lo hizo.

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Se suponía que esa noche era de luna llena, pero las nubes tormentosas y las ráfagas de viento frío inundaron el ambiente desde temprano.
Isabel salió del cuarto y se dirigió a la cocina, la casa estaba completamente a oscuras, solo se iluminaba unos segundos por el destello de los relámpagos cuya luz entraba a través de las rendijas de las tablas viejas.

Todo alrededor de Isabel estaba en absoluto silencio, de hecho, lo único que se escuchaba en la casa eran los ronquidos de su esposo José, quién se encontraba en el cuarto. Los escuchó por un momento y sintió el olor de él aún pegado a su cuerpo – acababa de tener sexo con ella- entonces entró a la cocina, se acercó a la mesa y tomó el cuchillo grande para cortar carne, tocó el costado de la hoja de metal con los dedos y sintió el frío glacial que esta poseía.
Regresó lentamente a la recamara, se sentó en su lado de la cama, tomó el candil de la vieja mesa que estaba a su lado, agarró los fósforos y encendió la mecha: El cuarto se iluminó de inmediato, José entreabrió los ojos un momento y balbuceó algo incomprensible, entonces Isabel le enterró por completo el cuchillo en el estomago y con fuerza le abrió el abdomen de para en par, lo único que le llamó la atención a ella fue un sonido como cuando se rasga un tela mientras movía el cuchillo; José saltó de la cama, al levantarse sus intestinos se salieron por la herida, tal como las cosas dentro de una bolsa al caerse esta, los ojos de José reflejaban terror, se apretó el estomago con ambas manos y cayó sentado en el suelo, no decía nada, solo hacía unos sonidos como de animal ahogándose, finalmente el cuerpo de José cayó se precipitó al suelo, Isabel sabía que aún no estaba muerto por el temblor en su cuerpo y el pavor con el cual la miraba.
Tiró el cuchillo ensangrentado en las sábanas y con gran esfuerzo logró arrastrar a José de nuevo a la cama donde lo dejó desangrándose mientras veía como se le escapaba la vida del cuerpo.




Isabel solo vestía una camiseta que le llegaba a los muslos, la cual ahora estaba empapada de sangre, salió al patio de atrás, afuera ya había salido la luna, la vio un momento y pensó que nunca la había visto tan bella, se bañó y se cambió de ropa; cuando salió a la puerta principal que daba a la calle empezaba a amanecer, con una paz interior inmensa se sentó en la orilla de la entrada a esperar a su hijastra; en cuestión de horas toda la comarca se enteró del hecho, cuando la hija de José llegó temprano por la mañana a buscar algunas cosas, encontró la horrible escena y entre gritos y lágrimas corrió don de los vecinos –a unos cientos de metros de distancia- quienes llamaron a la policía.
Cuando la destartalada patrulla llegó a la casa de José iban a ser las once de la mañana, encontraron a Isabel merendando unas frutas en la cocina. En los días siguientes no se habló de otra cosa, hasta en la lejana capital parecía no existir otra noticia diferente a la de la mujer que mató atrozmente a su esposo y de cómo con toda la tranquilidad del mundo había confesado el asesinato y estaba más que dispuesta a pasar varias décadas en la cárcel – ya que no existía la pena de muerte en el país-

Veinte años atrás, había nacido Isabel, hija de una madre soltera en el norte montañoso del país; desarrolló prematuramente, a sus tempranos catorce años ya era hermosa y mejor dotada que varias mujeres de los alrededores, entonces su madre se preocupó, ella sabía que muchas cosas malas podían pasarle en esos caminos, inclusive dentro de su propia casa.
Para esa época apareció José, un hombre de treinta y cinco años, amigo del nuevo padrastro de Isabel, de inmediato se interesó en la chiquilla y les propuso que se la dieran como esposa, él era comerciante de granos básicos –mucho menos pobre que los padres de Isabel- y tendría con que mantenerla, además él vivía cerca de la cabecera departamental donde había mejores condiciones de vida.
Y así, como se pacta el cambio de sacos de maíz, Isabel se fue lejos de su casa, solamente con un par de vestidos y unos consejos de su madre pera comportarse con su hombre.

José era el típico hombre de la región: Trabajador, machista a más no poder, alcohólico y como si fuera poco le gustaba golpear a su mujer; tenía una hija de la misma edad de Isabel a quien ella tuvo que soportar durante un par de años, hasta que se casó y se fue de la casa.
Pasaron los años e Isabel llevó su vida de igual manera que miles de mujeres por todo el país.
Los años siguieron y nunca logró quedar embarazada, cuando José se dio por vencido la empezó a tratar de peor manera y desde entonces dejó de importarle si Isabel se daba cuenta ó no de las mujeres que tenía.

Cierta ocasión, José llegó borracho y con la menor excusa le dio una paliza tal que la envió al hospital, Isabel por miedo tuvo que mentir sobre lo que había ocurrido, durante su estancia allí, le llegó la noticia de la muerte de su madre, entonces comprendió que realmente se encontraba sola en el mundo; se preguntó si era normal que la vida fuera así de cruel, si acaso ella era una mala persona por odiar a su esposo, y, si había alguna manera de superarlo todo y vivir feliz en otra parte.

La noche de su muerte , José llegó más ebrio de lo acostumbrado, entró tirando las cosas de la sala, Isabel estaba dormida en el cuarto y se levantó asustada, en eso José entró al cuarto y la quiso besar, el olor al licor era tan fuerte que a ella le dieron nauseas y apartó la cara, entonces sintió un puñetazo en la cara, sintió la sangre saliendo de su nariz, como José la agarró y la tiró a la cama y sintió, como, entre el sonido de sus gritos le abrió la piernas a la fuerza y la penetró.

-¡Aprenda a obedecer a su hombre, puta!- Le dijo.

En ese momento ella supo que hacer, cuando todo terminó, en la oscuridad y con cuidado, Isabel se levantó de la cama y se dirigió a la cocina.

Texto agregado el 26-04-2010, y leído por 120 visitantes. (2 votos)


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