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Inicio / Cuenteros Locales / snooptwo / Una Historia de Héroes: Ep. 8

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Danza de explosiones.

La leña se había acabado antes de lo que habían esperado:
- Hay más troncos apilados atrás- dijo Bren, mirando cómo se extinguían las últimas llamas- Pero, para serte sincero, me duele todo el cuerpo. Hoy tuve que hacer veinte herraduras.
- ¡Veinte!
- Si, para Emilio’don. Él y sus caballos… prometió regalarme una de sus yeguas viejas para la carreta, pero del dicho al hecho…
- ¿Cuál carreta?
- La azul.
- ¿Y la otra?
- Le falta una rueda… se me rompió arando. En fin… ¿te importaría…?
Tom rió:
- No te preocupes, voy a entrar más leña.
- Cuidado, puede haber arañas.
- Ahora vengo.
Cuando Tom salió de la casa, encontró que la noche era más oscura y silenciosa que de costumbre. Hacía frío suficiente como para que tiritara.
Levantó la mirada y vio negros nubarrones cubriendo la luna.
(Espero que no llueva)
Después miró camino abajo, hacia los árboles. El pueblo se ocultaba en la penumbra y era imposible ver más allá de los sauces. Ni siquiera podía ver la torre de la iglesia, que por su altura siempre resaltaba entre todas las otras construcciones.
Rodeó la casa, estremeciéndose sin saber por qué. Esa oscuridad tenía que ser un presagio, como el síntoma de una enfermedad. Y también esas nubes lo ponían nervioso, como si fueran pedazos de roca a punto de desprenderse.
No escuchaba más que sus pasos y a Bren adentro, que estaba guardando la vajilla en los cajones de la alacena. La silueta negra del herrero se proyectaba en las ventanas.
(Mejor junto varios troncos, creo que va a helar…)
Pero era mucho peor si llovía. Pensó que quizás lo mejor sería poner a reparo toda la leña para que no se mojara… dudaba que los próximos días fuesen de sol.
Estaba detrás de la casa, levantando varios troncos pesados, cuando escuchó la explosión. ¡Nunca había oído un sonido tan atronador como ese!
Cuando llegó al corriendo al camino, se encontró a Bren. Ambos admiraron boquiabiertos el espectáculo. Desde el centro de la aldea, un haz de luz color oro se extendía hacia el cielo y giraba como si fuese una torre movediza. Había agujereado las nubes. El núcleo del pilar era todavía más brillante, tanto que no podían verlo directamente. Brazos de luz e extendían por todas las calles, por todos los caminos y senderos, como un fluido.
Después algo explotó en otra esquina de Aramis. Esta vez se levantó, furiosa, una lengüeta de fuego que amainó al poco tiempo, sólo para engendrar una cargada nube de humo tan negro como la propia noche.
(JAJAJAJA)
Otra explosión más, que fue como un trueno, hizo temblar el suelo y Tom vislumbró las llamas que se alzaban como telas rojas. Se oían muchos estallidos lejanos y muchos puntos de la aldea ardían. Al norte, en los Mercados, se veía más humo. El Jardín del Pueblo, al oeste, estaba cubierto por una nube que era grumosa y asquerosa:
- ¡Padre!- exclamó Tom, cubriéndose los ojos- ¿Qué pasa?
Antes de que Bren pudiera contestar algo cayó del cielo y pulverizó con un terrible estruendo los campos cercanos al valle. El suelo se sacudió como en un terremoto y Bren cayó al suelo. Tom lo ayudó a incorporarse.
(JAJAJAJA)
- ¡Eso fue en los campos de Eberto’don!
- ¡Vamos adentro!- exclamó Tom.
- ¡Pero…!
- ¡Vamos!
Una vez dentro de la casa, Bren cerró la puerta con llave. Tom se asomó a la ventana. Una pesada nube negra, aguijoneada de chispas y material en combustión, se levantaba sobre Aramis como una túnica polvorienta:
- Ese rayo- dijo Bren- Venía del Templo de la Luz.
- ¿Seguro?
Bren asintió. Después oyeron un silbido largo y pronunciado que acabó en otra retumbante explosión.
Y también escucharon las carcajadas.
Había algo que se estaba acercando.

West Samson se dejó caer en su cama y cruzó los brazos bajo la cabeza. Un recuerdo lo llevó al otro y terminó pensando en Romyna Lumiere. Soltó un chistido de fastidio, seguro Romyna estaba muy enojada con él.
Pero, ¿por qué tenía derecho a enojarse?, él había querido saludarla por su cumpleaños. Hasta le había conseguido un regalo. La florista, que era una joven hermosa de dieciséis años, maldijo a Romyna porque recibiría flores de parte de West Samson.
(Esa rubia infantil…)
Al llegar a la casa de los Lumiere, se llevó una desilusión cuando Franco’don le dijo que su nieta había salido a dar un paseo.
West la buscó por la aldea. No era lo suyo preocuparse por otras personas, y sabía que estaba llegando tarde a su clase de combate… pero quería saludar a Romyna. Hubiese sido muy difícil para él explicar las razones.
¡Y por el Bel que la había buscado!, se fijó en el Mercado, en el Jardín y en varias casas de cerveza aunque no esperaba encontrarla en alguno de esos antros. Tom hubiera acertado en seguida en donde estaba Romyna: en los montes del este, desde donde se veía todo el pueblo. Pero West ni siquiera pensó en ese lugar.
Después de deambular durante una hora o más, desistió y volvió a la casa de la chica. Le dejó a Franco Lumiere el ramo de margaritas y le pidió que le avisara a Romyna que él había pasado. Dudaba que el viejo se acordara de hacerlo. Cuando lo vio por segunda vez, West pensó que Franco debía estar enfermo, porque se veía demasiado decaído.
Llegó a su casa cuando empezaba a envolverlo la noche.
(Es demasiado oscura, ¿no hay luna?)
No había nadie en casa. Su padre debía estar en el Consejo. West odiaba cuando su padre se quedaba a trabajar hasta tarde porque él tenía que cocinar algún estofado o un pollo. Se cruzó de brazos: no pensaba cocinar. Las vueltas en busca de Romyna lo habían fastidiado.
Estaba quedándose dormido cuando escuchó la explosión. Se puso de pie de un salto y sintió el corazón cual tambor de guerra. Entonces, un fulgor como de mil soles iluminó todo su cuarto. Una luz de inimaginable potencia entraba por la ventana… incluso parecía que se filtraba por la pared.
West se cubrió los ojos pero eso no era suficiente. Se lanzó al suelo, cabeza abajo, apretando los párpados con toda su fuerza.
(¿Qué?)
Su casa tembló, como sacudida por un huracán.
(JAJAJAJA)
Escuchó los platos cayéndose de la alacena y haciéndose añicos. Del techo se desprendieron algunos tirantes. Con la tercera explosión, parte del techo de la habitación de Lyonel se desprendió y West escuchó el escándalo de vidas y maderas cayendo al suelo.
¿Qué estaba pasando?, los estallidos se sucedieron unos a otros. Empezó a oler humo. Recién cuando la luz incandescente disminuyó en intensidad, se atrevió a abrir los ojos.
Algo embistió la pared de su habitación. Todo el recinto tembló y West escuchó las maderas desquebrajándose sobre él:
- ¡Mierda!
Saltó hacia adelante, de cara al suelo, esquivando por apenas unos centímetros los listones que se desmembraron del techo. Otra detonación sacudió los cimientos de la casa y desequilibró al muchacho, que luchaba por ponerse en pie.
(JAJAJAJAJA)
Pronto escuchó los gritos y…
(¿Risas?)
(¿Son risas?)
Pero, si lo eran, no se trataban de carcajadas humanas. Eran histéricas y afónicas; si un perro riera, lo haría de esa forma.
Corrió hasta la cocina y la encontró deshecha. La alacena y dos pesados muebles se habían desprendido. El suelo estaba cubierto por pedazos de madera y paja, A través de los agujeros del techo, West vio una imagen descorazonadora: el cielo era rojo carmesí y las nubes negras, como trapos sucios, y se movían con triste lentitud.
Una de las ventanas explotó y volaron astillas de vidrio. Por el agujero, un brazo enorme se asomó, como una serpiente rechoncha y de músculos muy marcados:
- ¡Ladrones!
West apretó los puños y se preparó para defender su hogar.
Escuchó que pateaban la puerta y de pronto ésta de desencajó de sus goznes. Dos hombres pesados, vestidos con telas y cueros, entraron riendo y babeando. De sus mentones colgaban barbas largas y enredadas y sus caras eran salvajemente expresivas. Estaban cubiertas por marcas profundas. Apenas vestían harapos pero llevaba dagas. Los dos mostraban una extraordinaria musculatura.
(¿Dónde está la guardia de Aramis?)
- ¡Un chico!- gritó uno, entre sonidos guturales.
- Lárguense- dijo West-
Los dos ladrones soltaron una carcajada mucosa. West apretó los dientes y examinó lo que ahora era su campo de batalla:
- Lárguense antes de que algo malo pueda pasarles.
Con esta última amenaza, los bandidos rieron hasta las lágrimas. West sonrió:
- Entonces así es- murmuró.
(Necesito algo… necesito…)

(Lanza una daga hacia un tronco que ha dispuesto como blanco. El arma navega el viento en una perfecta línea recta y se clava a pocos centímetros del extremo del tronco. Vuelan varias astillas.
West Samson no se da ni siquiera un minuto de descanso y lanza otras dos dagas. Una no acierta el objetivo, a otra se ensarta un par de centímetros por debajo de la primera. West tiene siete años, mira el tronco y frunce el seño. Dos de tres no está bien:
- ¡West!
Raven Alanegra está detrás del muchacho. Le pone una mano al hombro:
- A ver como haces con esto.
Le entrega un largo sable. El muchacho admira como la hoja dispara oblicuos destellos de luz del sol. Es la primera vez que Raven le deja usar una espada. Cuando la sujeta del mango forrado en finísimo cuero, se asombra con su perfecto peso. Es una espada casi tan larga como él. Se da cuenta de que será imposible manejarla. Raven tiene otra igual. West las reconoce: son las dos espadas curvas que Lyonel Samson heredó de su propio padre:
- Estas son las espadas de mi padre, ¿está seguro, Raven’seray, de que podemos usarlas?
- Los guerreros no preguntan nada, nunca- sonríe Raven.
Entonces lanza una estocada. West retrocede, el peso de la espada lo desequilibra y cae al suelo. Se incorpora y torpemente amaga un ataque, que Raven rechaza con un movimiento elegante:
- El arte de manejar una espada está en el equilibrio.
- Equilibrio…
- Así es- Raven contempla el brillo de su espada- En la fuerza y en la confianza. Un arma no va a obedecerte a menos que hagas que te obedezca. Respétate a ti mismo y el arma también lo hará.
West amaga dos espadazos más. Alanegra contrarresta uno, el sonido de las espadas chocando es chirriante y vigorizante, y el segundo espadazo hace que el chico caiga de cara al pasto. Agitado, West no puede ponerse de pie. Su mentor lo ayuda a incorporarse:
- Cuestión de práctica, West. Nada más.
Y West practica. Mucho.)

¡Las espadas!, West corrió a la habitación de su padre, esperando que el derrumbe no las hubiera sepultado bajo los escombros.
Cuando llegó, vio que el techo caído había cubierto la mayor parte del lugar, pero como si fuese un designio del Bel, la pared en la que colgaban las dos espadas mellizas estaba intacta. Allí estaban, formando una X, protegidas en sus vainas. Tan solo una vez las había blandido a las dos juntas y demostró tener una capacidad excepcional para usarlas.
West las desenvainó. Las hojas todavía brillaban. Las espadas no se habían usado en muchísimo tiempo.
(Concentrarme… balancear el peso sobre los pies…)
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de una patada que la arrancó de las bisagras. Los dos ladrones entraron como un par de tigres:
- ¡Ah, pero el muchachito tiene armas!- rió uno de ellos.
- Te vamos a matar- exclamó el otro, levantando su daga- ¡Agg!
- Balancear el peso… concentración…- murmuró West.
- ¿Balancear…? ¿qué está diciendo?
- Concentrarme… el peso… distribuirlo y…
- ¡Basta!
El ladrón levantó la daga por sobre su cabeza y arremetió contra West. El maleante inclinó su cuerpo hacia adelante, estirándose como una boa hambrienta. Su daga oxidada estuvo a punto de cortar a West en el pecho.
Sin embargo, el muchacho demostró quién era. Saltó hacia el costado, clavó los pies en el suelo, se posicionó, con la cadera reguló el peso de las espadas, concentró su mirada en un único punto y arremetió con dos sablazos. Todo ocurrió en una fracción de segundos.
Un corte desgarró el brazo del ladrón, el otro, que le dio en la espalda, lo hizo caer de rodillas. West no desperdició la oportunidad, sabía que no tenía tiempo. Sin moverse de su lugar, giró la cadera haciendo uso del equilibrio que le proporcionaban las espadas, que surcaron el viento como dos rayos plateados. Dio un salto hacia adelante, se empujó usando el peso de las armas y fue a golpear al otro ladrón justo en el estómago. Un segundo sablazo, estratégicamente puesto en la cadera, lo obligó a caer, dejándolo incapaz de mover las piernas:
- ¡Ah, hijo de puta!, ¡el hijo de puta me cortó!- lloraba.
West contemplaba su hazaña:
- ¿Qué está pasando?- preguntó secamente.
Ninguno de los ladrones contestó, los dos lloriqueaban, se retorcían y soltaban maldiciones. Notando que no iba a sacar información de ellos, West resolvió ir hasta el Consejo a buscar su padre. Aramis estaba bajo ataque.
(JAJAJAJA)

- ¡Hay ladrones!- gritó Tom.
- ¡Los vi!- contestó Bren.
Empujó la mesa hasta la puerta para trabarla. La llave no era suficiente. Tom cerró las ventanas con las persianas, pero era en vano, los bandidos eran más que simples ladrones… parecían más bestias que personas.
Hacía décadas que Aramis no era atacada por una horda de ladrones.
(¿Dónde está la guardia del pueblo?)
Esos atacantes no eran comunes. Estaban locos. Si Tom hubiese visto un panorama de Aramis, habría visto bandidos lanzándose contra ventanas cerradas; otros abriendo puertas a cabezazos (incluso rompiéndose la cabeza en el intento); otros llevando antorchas que terminaban por quemarles los brazos.
Muchos gritaban y sacudían sus oxidadas espadas. En fin, era evidente que no tenían ninguna estrategia, ni siquiera llevaban esas armaduras características de los bandidos que constan de cascos de lata y petos oxidados.
La raquítica guardia de Aramis luchaba por repeler al enemigo, pero faltaban hombres. Las batallas más importantes ocurrían en los montes del este, donde habían interceptado una oleada de bandidos; en el Patio de los Mercados, las bestias con forma humana estaban tomando el control y en Down Hill, más allá de Aramis, desde donde venían los enemigos.
(JAJAJAJA)
Y estaba ese… ese payaso, sobrevolando la aldea atado a docenas de globos coloridos. ¿Qué clase de demonio era ése?, ¿qué eran esas cosas que lanzaba y que explotaban al tocar el suelo?, seguro los ladrones habían hecho un pacto con algún demonio de la antigüedad.
La gente corría de un lado al otro, aturdida y aterrorizada. Eran muchos los que yacían en el suelo entre montículos de paja, pero eran más los que luchaban por salir de sus casas destruidas o que peleaban contra los grandes incendios.
Los ladrones no parecían estar interesados en saquear, aunque unos cuantos corrían con los bolsillos hinchados. Estaban simplemente locos.
El payaso gritaba cosas que nadie entendía porque nadie escuchaba, y a cada frase la terminaba con una rosa que se escuchaba por todos los rincones de la devastada Aramis. La gente intentaba escapar de su paso, porque era él quien hacía explotar las cosas.
Bren, desesperado, retrocedió:
- ¡Tom, vamos a la parte de atrás, podemos salir por…!
Pero para Tomás Akagua, el mundo empezó a moverse en ese instante.
(Por el Único, no…)

Texto agregado el 26-04-2010, y leído por 103 visitantes. (0 votos)


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