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Era verano, estaba de noche y la música ya no sonaba, estábamos cansados y decidimos buscar algo para comer.

No había nada cerca, por lo que abandonamos el edificio y nos pusimos en marcha en busca de un local. No encontramos nada y cuando volvíamos al departamento los demás asistentes a la fiesta nos propusieron ir a un local. Rechazamos su propuesta y seguimos buscando por nuestra cuenta.

Una estación de bencina fue nuestra única opción a esas horas de la madrugada. Éramos cuatro y cada uno hizo su pedido para instalarnos en una mesa cerca de la entrada del local. Conversábamos y nos reíamos cuando de repente la tranquilidad de esa noche se quebró por completo.

Entró de golpe y agarrando entre sus manos una escoba que tenía una de las asistentes del local, trató de sellar la puerta. Era alto, delgado y un poco canoso. Sus ropas estaban sucias y mientras las asistentes del local trataban de sacarlo por mi mente pasaba sólo una cosa, no podía dejar que algo le pasara.

Los ojos de ella reflejaban un miedo intenso, su cara más pálida y su respiración más agitada las podía notar perfectamente aún cuando no habían pasado muchos segundos.

El tipo aseguraba la puerta, cuando dos entran golpeando todo y cuando ya todos creíamos que se trataba de un asalto, comienzan a patear en el suelo al hombre flaco. La reacción fui inmediata, antes de ver al tipo en el suelo me había puesto de pie. El otro hombre que estaba con nosotros se paró junto a su acompañante mirando atónitos la golpiza y como botaban un revistero.
En el instante tomé su mano; ella temblaba mucho, y con seguridad me puse delante de ella para protegerla. La mantenía firme, mientras observaba la golpiza y pensaba que si llegaban a acercarse a nosotros no dejaría que le hicieran daño.

Los dos tipos, uno alto y flaco y otro más pequeño y gordo dejaron de golpear al primer hombre y salieron del local. En cosa de segundos llegó la policía, y yo no soltaba la mano de ella que seguía temblando.

No sentía miedo, pero si estaba preocupado por ella y por los demás. Esperamos un rato para abandonar el recinto y poder volver al departamento. Salimos y ella aún temblando, soltó mi mano y le pasé mi brazo para que lo tomara. Seguía nerviosa, y sólo pude darle un pequeño abrazo para hacerla sentir que todo estaba bien, ya había pasado todo y no tenía por que temer.
Lentamente la calma volvía a nuestras cabezas, fue una noche rara, fue una noche con Pom.


Texto agregado el 26-04-2010, y leído por 120 visitantes. (1 voto)


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26-04-2010 .|. Pene
 
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