Una ira titánica
se adueña de cada letra,
que emerge sin control,
de mi interior.

Fragmentarte no es suficiente,
suplico a mis diosas
proscribir
todo lo que provocas.
Mis rezos se convierten
en la paradoja de esa primera voluntad.

¡Ora Yeye O!
Oshún, madre, mi Iyalorde,
dueña de mi sangre y mi palabra
concurre a tu hija:
que mi cuerpo desborde miel
y que mis caderas
retengan los pasos de este irremisible caminante.
Incítalo a que sacie sus codicias
en mi profunda mansión marina
para habitar allí.

Yeye Omo Eja, madre,
deidad del panteón oricha
detén su boca, su pecho, su cuello,
su virilidad, su gnosis
en mí.

¡Yecuajey Yanza!
somete a los eggúns
que desatan las tempestades
y convierte a estos espíritus
en estilistas de la entrega,
para morir allí, en él, en mí.

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