Fue un pedazo de tiempo, muy pequeño
insertado en las neuronas lúdicas,
el que dejó escapar la sensación
de extravío de la realidad.

En ese momento el reloj de la pared
devuelve misterio en lugar de medida,
se transfigura en la fosa
donde se pierde la razón de la tarde.

Regreso a mirarme de pie, en la escalera
que conduce a la rutina
esa rutina que devora los colores
dejando lugar al tedio tendido el al sol.

Es la levedad del misterio
que conduce al laberinto
sin respuestas, sin sentido
que deja colgado en nuestros ojos
las preguntas sobre la nada.