Uno no haya que pensar cuando proyecta la mirada hacia el frente e intenta atrapar las situaciones y recoger de improviso, como si de una gran red se tratara, todo lo que sea que suceda, tal cual, sin matices ni adornos; y ve, sin mayor esfuerzo, las locuras, obscenidades y hasta las simplezas que curten la vida de claroscuros y colores extra saturados salidos como de una gran paleta enmohecida. Colores estos que se concentran caprichosamente en las esquinas más serradas y en las bocas menos agraciadas. Uno intenta hacerse el ignorante y, justamente, ignora, pero desprecia, se vuelve grande ante la grandeza como si el cielo se pudiese tapar con la cabeza de un gran cerillo. Quizá es esa manía nuestra de escudriñar el mundo para crear otros nuevos que nos sean propios, llevados al extremo por la fantasía que corrompe nuestras alocadas mentes. Que nos hace soñadores.

Pero hay algo que promueve tales historias nuevas y ficticias provenientes de lo más profundo del pensamiento humano que procura negarse a la realidad: El vicio, esta palabra tan despreciable y tan encarnada en la sociedad, termina siendo una necesidad innecesaria, la cuna de más miseria, la nueva camada de la nueva sociedad, el vicio renovado. A lo mejor es que nos indigna, y nos sentimos ajenos ante tales conceptos, sin darnos cuenta que el mundo que conocemos no es más que un licuado de personalidades, que universos existen como existen personas, que la inconformidad terminara cuando desaparezca el último ser humano de nuestro lado y podamos, a demás, escoger el sitio donde queremos nacer.

Entonces, uno no halla que pensar, y es allí cuando cansados de tanta intolerancia y confusión y caos y maldad y necedad y necesidad y desidia y miseria y dominación y quien sabe cuantas enfermedades sociales mas, queremos poner en papel palabras que demuestren todo nuestro descontento y todas nuestras esperanzas. Pasar por la vida queriendo vivirla, mirar el pasado con respeto creyendo en el presente, ser un ignorante de la vida para poder vivirla. Sentir agradecimiento al respirar el aire cada día o despertar por las mañanas. Si, todos esos sentimientos afloran, manan de nuestras pieles, nacen como hijos bastardos que abandonamos a su suerte. Y es que todo termina cuando soltamos nuestras plumas y tenemos que salir de nuevo a la calle, a escuchar, a ver, a hurgar cuidadosamente el mundo para, una vez más, llenar nuestros tinteros de criticas y reflexiones.