Maldito teléfono. Cómo lo odio. Saber que al otro lado de la línea estás tu que sabes que te llamo y me urge hablarte, pero tu no contestas. Es tanto tu resentimiento y negros pensamientos que me amargan el corazón y me dan náuseas. Siento odio a todo el mundo cuando tu no me contestas el teléfono sabiendo que me urge hablarte, para decirte que está todo bien y que no debería haber problema.
Me he tornado en un hato de amarguras porque reacciones y saltas al mínimo apretón, como un resorte, o como un cuesco de cerezo húmedo que salta entre los dedos. Me estoy enfermando cuando no me contestas el méndigo teléfono. En mi corazón sólo hay amor para ti, pero ahora siento una furia que me envenena el alma y me dan ganas de ahorcarte con mis propias manos. El simple hecho que me mandes al diablo al mínimo disgusto tuyo, tus pataletas telefónicas, donde me dejas con la palabra en el alma sin poder salir de la boca, colgándome con una seca despedida o ni siquiera una palabra de eso. Tu simplemente cuelgas.
Siento escalofríos del odio al personaje nefasto en que te tornas cuando tu presencia se traduce a un cordel de mensajes satelitales. Cómo quisiera tener una semana tranquila, de caricias y señales amorosas a distancia, sin ningún embrollo tuyo. De porqué no te llamé, de por qué te llamo, por qué no me llamaste a ESA hora… y no quince minutos más tarde… y cómo te enfureces cuando uso el méndigo “manos libres”, cuando siento que un teléfono me esclaviza mi dulce mano izquierda. A veces creo que te conviertes en un monstruo tras esa línea telefónica, sin embargo cuando miro nuestras fotos, sé que ese monstruo no es nada más que un pequeño lado “B” de ti y yo por tu lado “B” muestro lo peor de mi, mi impaciencia, mis nervios, mis enojos. Una bestia maligna y escurridiza, la cual definitivamente no soy yo.
Ya una vez desahogada mi angustia en estas amargas palabras, sigo esperando a que me llames y por favor, mi corazón que te ama, pero te tiene poca paciencia, espera a que me des siquiera un beso a distancia.
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