Cuando me di cuenta de esos detalles me volví loca.
Estaba pasando por una indiferencia emocional y nada la había podido cambiar.
La gentileza de sus gestos y sus reflejos de inocencia alimentaron mi amedrentado ánimo.
Imaginarla sujetando una copa o el tallo de una rosa con esos finos dedos fue algo que me hizo sacudir el aliento. Su sonrisa franca y decidida era algo que me derretía en deseo.
Tomarla por el mentón y mirarla imperturbablemente a los ojos mientras le caía un mechón del pelo eran los típicos sueños en que comúnmente me quedaba despierto.
Añoraba envolver y alisar sus hebras castañas que suavemente bajaban y se ondulaban hasta su cuello.
¡Cuantas veces no me quede con mis dedos a punto de acariciar sus mejillas!
En ocasiones me dejaba despeinarle y sabe que mi corazón y mis labios estuvieron a punto de apresarle.
Los guantes, las medias, los anteojos que se le resbalaban tiernamente por la nariz.
La tome de las manos, alzándolas y sujetándolas a mi pecho y en un gesto de inexplicable locura le di un beso en la frente con toda la dulzura del mundo.
Cuando baje mis manos por su espalda a su cadera, ella inclino su cabeza y sobre mi grato, mi santísimo pecho su calor, su ternura, su cabeza, sus lagrimas de “yo” dispersó sobre mi.
¡Aa! Sagrado, inmanchable minuto.
Después, retirándose bruscamente y con una inexpresión que jamás había visto me reservo de todos sus encantos.
¿A dónde corres: Rubén, Van goh, Mozart?
Juro que hubiera os hubiera tomado y alcanzado si esa maldita mano no se me hubiera hundido entre los intrigados sujetes de mis atónitas amigas.
Tono, Luz y ritmo…
Todas me miraban, molestosamente, con un gesto ridículo, incrédulo, lleno de un deje en sus perfiles de inofensiva picardía.
En ese momento, sujeta entre todas, admirada y reprochada, con una inesperada punzada me desmaye.
¿Cuáles son los pequeños pormenores de la felicidad?
La felicidad y el gozo que lleno mi corazón iba mas allá de los que había experimentado antes.
La increíble atracción hacia el abismo era prodigiosamente tentadora y placentera.
Me levante, inquieta, porque jamás en mi vida me había sentido tan linda.
Llevaba mi vestido favorito, largo y delicado y sobre la fina seda que rodeaba mi ser, abrazando, la suave tela que pobre pero irresistiblemente me recordaba su piel.
Estaba en mi casa.
Joder.
Había frío.
No le avise a nadie.
Me puse la bufanda mas tibia.
Me ajuste las medias.
Me puse perfume.
Temblé.
Y baje, determinadamente, escalón a escalón.
Iba a Llover...
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