Después de haber dado a luz me vi en la necesidad de buscar empleo
enseguida, soy madre soltera. Me entrevistaron ayer y ahora me encuentro
rumbo al examen médico de la empresa, eso significa que pasé
a la siguiente etapa de selección, al igual que otros 10 aspirantes
a la vacante.

Hace 20 minutos llegué al centro médico y la secretaria
anotó mi nombre en la ficha número 1, me llamo Ana Graciela.

Sale una doctora de mediana edad, toma la primera ficha y dice fuertemente:
“¡Angela!” Nadie respondió; yo sé que es mi ficha pero
no me explico porqué me llaman así. “¡Angela!” No
respondo, no sé si corregir, preguntar o hacerme pasar por “Angela”.

No me parece tan despreciable ese nombre, me gusta, ojalá me hubiera
llamado así. Dejo que lo diga de nuevo para escucharlo bien.
“¡Angela!”. Sí, me gusta.

Me levanto: “Esa debe ser mi ficha, pero no es mi nombre”. Efectivamente
es la mía pero entre ambos nombres no hay un espacio y además
el segundo está escrito con minúscula, las únicas
letras claras hacen parecer que mi nombre es Angela, Anagraciela.

Ya en el consultorio me desnudo y pongo una bata, que después la
doctora me quita para hacer la auscultación. Me pesa, me mide y
busca cicatrices de las que deba dar alguna explicación, solamente
tengo la cesárea de hace una semana. Angela. Me gusta. Decidido. Mi
hija se llamará Angela.