Demasiado espiritual en cada una de las frases que pronuncia, como todo aquel que fuma mariguana. Todo lo que yo le platicaba, lo relacionaba con la ley de la atracción, sí, es de los que ya leyeron “El secreto”.
Soy puntual y como toda persona puntual estoy sellada con la maldición de la espera, por eso siempre llevo un libro conmigo, esta vez leía “Antología del cuento triste” mientras lo esperaba en el café donde nos encontraríamos, era la primera vez que lo vería en persona.
“¿Quieres atraer tristeza a tu vida?” Fue lo primero que dijo al llegar “Atraes lo que piensas”. “Me gusta leer, es todo” dije, y lo invité a sentarse. Los primeros minutos la conversación giró en torno a la mente humana, después los sentimientos como indicador de nuestros actos, evidentemente era él y sólo él el que hablaba.
Cuando terminó la lección de espiritualidad trató de hacerme comprar Xangó, un jugo milagroso hecho de mangostán. Debía abrir una cuenta en el banco, comprar el jugo, recomendarlo, y en cuanto lo compraran las personas a quienes recomendé me reembolsarían un porcentaje de la compra. No creí tales patrañas y por supuesto no acepté, no sin la amenaza de estar dejando escapar la posibilidad de tener solvencia económica con el menor esfuerzo. Tal vez dejé ir la oportunidad de mi vida, jamás lo sabré pero esa no fue la razón por la que corté la comunicación con este sujeto.
Al hablar de sexo llegamos a la parte de las fantasías, donde confesó que le gustaba amarrar a sus amantes, atarles los brazos a la cama; lo excitaba ver una mujer indefensa y expuesta. Es una idea atractiva, pero no con un desconocido, así que decidí que esa sería mi última cita con él.
Al despedirnos me dio un beso recatado en los labios, dijo que me invitaría a fumar mota, me obsequió dos discos y se fue. Llegué a mi casa a ver el contenido de esos discos inmediatamente, no podía soportar la curiosidad. Uno era la película “El secreto” y el otro era un reportaje y una conferencia sobre el jugo milagroso.
Aprendí que hay grados de infidelidad dependiendo de la perspectiva, esta infidelidad tal vez no se consumó con sexo, pero visualizarlo en mi cama en algún momento, digamos que fue un grado mínimo de infidelidad que se cumplió con el pedazo de beso que me dio.
Aprendí que debo rodearme de las cosas que me hacen feliz, prestar atención a mis sentimientos y meditar. Al menos con algo que valió la pena me quedé.
Tal vez ni siquiera fue infidelidad pero está dentro de los intentos fallidos por encontrar al amante perfecto y hubiera sido injusto dejarlo fuera
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