Adán se incorporó pensativo. Jamás había visto a Eva tan extraña. Estaba actuando muy raro. En estos momentos hablaba sola junto a un árbol muy grande y de frutos apetitosos. Adán se puso en pie y caminó hasta ella.

- Hola –recibió Eva a Adán con una sonrisa.
- Eva... –dijo él preocupado- ¿Estás bien?
- Sí, ¿porqué? –contestó Eva muy extrañada. Luego le ofreció una fruta a Adán:- ¿Quieres?
- Espera... ¿Qué no es éste el árbol al que Dios nos prohibió acercarnos?
- Ah, sí, pero tranquilo, no te preocupes por eso. Este animal me dijo que no es peligroso, no hay por que temer...

Adán observó las ramas que Eva le señalaba con su dedo índice. No vió más que hojas verdes y frutos rojos.

- ¿Qué animal? ¿En dónde? –preguntó consternado.
- Pues éste largo... Aquí, en las ramas. ¿No lo ves? –preguntó Eva mirando a Adán fijamente, y sin dejar de señalar las ramas vacías. Adán se acercó más y sacudió las ramas. Luego se volvió a Eva y le palpó la frente.
- ¡Hey! ¿Qué haces? –gritó ella.
- ¿Segura que estás bien? –preguntó él. Y como Eva le hiciese mala cara, añadió:- Eva, aquí no hay nadie más que tú y yo...