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He pasado más de tres noches en vela. Y sé que no sueño, sé que todo lo que veo es real. Veo en mi cuarto una oscuridad profunda, interrumpida ocasionalmente por los rayos de luz de las farolas de algún auto que pasa frente a mi casa. Veo las cortinas sucias y adivino sus arabescos bordados de flores. Veo el reloj sin verlo, pues oigo sus pasos regulares por toda la habitación, escucho su carrera pausada y desesperante. Intuyo en la pared opuesta de mi cama mi escritorio, sus hojas manchadas de garabatos y de grasa, mi bolígrafo azul y el pocillo nunca lavado donde bebo mi café.

Y ahora veo a Olga. Ella aparece de pronto. Justo cuando estoy distraído en las penumbras o concentrado tratando de volver a conciliar el sueño me percato de su presencia. Ella permanece de pie junto a mi cama. Y entre la noche que inunda la casa puedo contemplar su cabello sedoso y oscuro, perfumado, fragante a flores. Mi mirada recorre su rostro gris y afilado, sus cejas finas y delgadas, sus ojos azul claro, su hermosa sonrisa guarnecida por sus labios dulces y brillantes. Y luego, su cuerpo grácil y menudo, sus hombros suaves y tiernos al descubierto, lo único que no me oculta su camisa larga que le llega casi hasta las rodillas.

Ella sonríe. Y yo, poseído por un freno místico, atado por las cadenas de la razón, cubierto por el helado terror. Porque Olga está muerta. Murió hace dos años. No puedo mover un músculo, trato de razonar aceleradamente. Y ella sonríe...

Ha sucedido ya desde hace dos noches. Ella aparece sin saber cómo, se queda mirándome y sonriéndome de manera casi macabra. Y una duda punzante y horrenda me llena los ojos de lágrimas y me atenaza la voz en la garganta. Y la veo hasta que llega el alba, hasta que se la llevan los gallos con su canto. ¿Es su fantasma acaso? ¿Su espíritu se rehúsa a abandonarme aquí, solo, desventurado por mi pérdida? No sé si creer en el imposible milagro de su regreso. No puedo hablarle, no puedo moverme. Su visión es tan real, casi tan palpable...

Tal vez es esa la respuesta: Una visión. Una alucinación podría explicarlo todo, sería la antítesis a la absurda explicación de un milagro o de un retorno espectral. Tal vez, sólo soy yo...

Aún no lo sé. Puede ser ella. Por otra parte, recuerdo haber leído en algún lado que después de sesenta horas de insomnio el ser humano comienza a alucinar. Y yo ya he pasado más de tres noches en vela...

Texto agregado el 26-06-2004, y leído por 159 visitantes. (1 voto)


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