Hace tiempo cuando aun las escuelas eran para enseñar, mi madre me llevó donde el dentista para que me enderezaran los dientes. Así, sin más me dejó a mi suerte en la consulta de un viejo alemán que me resultaba conocido gracias a las películas acerca de los nazis. Este señor era muy amable, pero su tratamiento duró varios años. Además de enderezarme los dientes, me tapó todas las caries, las que tenía, las que nunca tuve y las que algun día llegaría a tener. Luego de varios años visitando su consulta para sucesivos tratamientos -mi madre ya estaba envejeciendo- mis visitas continuaban porque aun pagabamos las cuenta ya que este amable señor nos ofreció todas las facilidades para hacerlo.
Años más tarde al morder algun tipo de pan duro, de esos cuya cáscara parece haber sido cristalizada en hornos de alfarería, una de las tapaduras cedió, aunque para ser justos no fue exactamente la tapadura sino la delgada capa de muela que la contenía. Tuve que regresar al dentista. El alemán ya estaba jubilado así que me vi forzado a buscar otro.
Me encontré con uno chascón y barbón muy parecido a Hugo Varela (el comediante de ojos saltones y mirada penetrante) pero más alto y con unas manos del porte de una pala mecánica, lo bastante fuertes como para extraer una muela con los dedos -pensé. Muy amable, muy gentil, me tapó la muela y me cobró lo suficiente como para arrepentirme por varios meses. La tapadura sin embargo duró menos que el arrepentimiento...
Desde entonces cada vez que sueño con dentistas, me veo a mi mismo cómodamente sentado en una de esas sillas, atendido por una asistente sacada de las tiras cómicas de esas que sólo los dioses saben dibujar, con una música relajante, olor a incienso, todo bien pero cuando llega el dentista... la música cambia, suenan los violines de "psicosis" y aparece Mr. Bean con la cara ensangrentada y sonriente. |