Mientras sostenías aquella navaja aprentando sobre mi cuello llorabas.
-¿Quieres matarme? - añadí con serenidad.
- Ahora solo quiero besarte.
Con un golpe sordo, el frío metal comenzó a fundirse en el suelo del propio calor que emitían nuestros cuerpos.
Texto agregado el 21-04-2010, y leído por 178
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