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Inicio / Cuenteros Locales / dosenlaciudad / Crónicas de una mujer infiel II (El rompehuesos)

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Lo único que se me ocurrió pensar fue: “es su culpa”. Y no me equivoqué del todo, me dio tanto gusto verlo que me olvidé dónde tenía apoyados los pies.

Lo conocí en la sala de espera de un hospital, casualmente visitábamos al mismo paciente, quien jamás me había hablado de él y a él tampoco de mí. No pasó desapercibido, me quedé pensando en él cuando me retiré del hospital y eso que solamente interactuamos 5 minutos. Me dio un abrazo cuando nos dimos cuenta de la gran coincidencia de estar ahí, pidiendo información de la misma persona; un abrazo cordial, cálido.

Nos volvimos a ver, en una cena. Tenía la esperanza oculta de volver a verlo, y lo vi esa noche. Pensé que él iría a conocer la ciudad, a pasear, que nada tendría que hacer en una reunión llena de señoras, niños y unos cuantos amigos; pero se quedó, y estuvo platicando conmigo durante toda la cena. Jamás me hubiera imaginado que sería buen conversador, se veía tan callado. Cuando llegó la lamentable hora de despedirnos, me acompañó hasta mi auto y se despidió con un fuerte abrazo.

Salimos en tres ocasiones más en compañía de amigos. En más de una ocasión me descubrí pensando en él, y descubrí también que no podía esperar para verlo de nuevo. Una mañana me llamó por teléfono y me pidió vernos, especificando que sería sin la compañía de los amigos. Sin dudarlo fui.

En ese solitario café confesó la atracción que sentía por mí. Debido a mi estado civil lo hizo de la manera más respetuosa y preguntó antes del beso si nos podíamos dar la oportunidad de vivir lo que ya había empezado en aquella sala de espera. En esta ocasión vi un inminente peligro: enamorarme. Aún así decidí darme la oportunidad de volver a sentir cosquillas en el estómago cual adolescente. De la nada comencé a tener hambre de felicidad, mi rutina diaria comenzó a ser un paraíso con música de fondo. Aquel primer beso fue mi respuesta. Un beso tímido, reservado, sereno.

Fue difícil disimular ante mi esposo la inexplicable distracción, las sonrisas sin causa, las ausencias cada vez más evidentes. Una felicidad secreta no siempre lo es, la discreción a veces se sale de las manos y no por descuido. Los detalles formales se pueden cuidar, el placer que produce un amor clandestino, no.

Llegamos por separado a la casa del enfermo, que para nuestra suerte a los 20 minutos salió para acudir a su cita con el médico. Debido a la prisa, salió de su casa sin advertir que dejaba a solas dos personas que sin saberlo, comenzaron a desearse.

La soledad y el vacío nunca habían sido tan sugerentes. Nos miramos, reímos, nos entregamos en un febril beso que se prolongó hasta llevarnos a la habitación del enfermo. Ahí me empujó suavemente hacia la cama, buscó el borde de mi blusa y lo subió un poco para después acariciar mi cintura, la mano subió más y más hasta estacionarse en medio de mis pechos, los cuales recorrió con calma, como si el tiempo no existiera. Besó mi cuello y nuevamente mis labios, yo ya tenía las manos en su espalda, debajo de su camisa. Separó unos centímetros su rostro y me miró como se mira algo que jamás ha sido visto nunca por nadie. Nos quedamos así, abrazados. Ni una sola prenda fuera de su lugar. Sin palabras salimos de la casa, nos despedimos con un beso en la mejilla y cada cual siguió su camino.

Una semana después volvimos a esa casa con toda la intención de vernos. Tal como estaba programado, el enfermo se fue a su cita con el doctor. Esta vez, en cuando nos supimos solos, corrimos a la habitación y sin más preámbulo, nos entregamos. Esa vez con solamente el sudor de por medio, la ropa en el suelo y solo nosotros dos, entregándonos ante el deseo más sincero y profundo. Mi cuerpo se llenó de paz, mi alma de plenitud.

Al despedirnos caímos en la cuenta de que solamente le quedaban un par de días antes de viajar 4000km al sur y no volver. Dado que aún tenía algunos pendientes que requerían de todo su tiempo, nos despedimos de una buena vez, sin más trámite, discursos ni lágrimas. No lloré, por fuera. Mi corazón fue el que lloró todo el día, y yo debía mostrarme como todos los días: despreocupada.

En la noche recibí su llamada para decir que nos viéramos por última vez, sería solamente media hora, para terminar de despedirnos. Sin darle mayor explicación a mi esposo salí de la cama, me puse la ropa que usé en el día y salí a toda velocidad. Llegué y él aún no estaba, lo esperé en la entrada del aeropuerto, cuando lo vi legar, los tres metros que me separaban de él parecían una eternidad.

Me apoyé en el pie izquierdo para dar el paso con el derecho y correr hacia él pero mi pie izquierdo se dobló y caí al suelo, a la misma velocidad de la caída me levanté y corrí para abrazarlo. Nos sentamos en una mesa de la cafetería a decir lo que nunca nos dijimos. Quedamos en no contactarnos más, para conservar el pasajero sabor que tomó nuestra breve existencia juntos.
Con el mismo abrazo cordial al conocernos, nos despedimos. Subí al auto y volví mi casa. No estaba triste, al contrario, no podía estar más feliz y agradecida. Sin prender la luz volví a vestir mi ropa de dormir y me metí nuevamente a la cama.

Mi esposo no hizo peguntas, solamente me abrazó y comenzó a llorar, prometió reconquistarme. Puso sus pies encima de los míos y una fuerte punzada en el pie izquierdo me hizo gritar.
Encendimos la luz y vimos que mi pie estaba algo hinchado, podía moverlo sin problema pero intentar mover los dedos me llenaba de calor el pie. Salimos inmediatamente al servicio médico. Después de unas radiografías el doctor lo confirmó: fractura del quinto metatarso. Volví a casa con un pie enyesado, el causante jamás lo supo.

Fuimos nuevamente a la cama. Nos acostamos y abracé a mi esposo, lo amo. Pero no puedo negar que con él ya no me dan ganas de que la vida sea un paraíso con música de fondo, con él la vida es un concierto de la sinfónica, y también me encanta.

Aprendí que el amor desechable no es propicio para enamorarse, deberé blindarme de ahora en adelante para quitarle el amor a lo desechable sin dejar de disfrutarlo. Lo gocé, sí, pero aún tengo un pequeño agujero en el corazón, el pedacito que me falta está a 4000 km al sur.

Texto agregado el 20-04-2010, y leído por 270 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
08-03-2011 Coincido con Newen. Hay que ir previniendo esas cosas. Saludos! galadrielle
14-07-2010 Maravilloso relato lmarianela
18-06-2010 Vida real, sí. Me gusto. gamalielvega
21-04-2010 a mi si me gusto.me siento identificada y admeas es la vida misma,solo la entendemos quienes la vivimos asi mis 5 * llara
20-04-2010 Pensé que tendría otro final... tanta emoción y terminó como en la vida real, pero, con una connotación madura, en el "deber ser". Jennys
20-04-2010 Los aprendizajes se suman con cada crónica; por ejemplo, usar zapato cómodo, preguntar a los eventuales amantes, si tienen planes de viajar a más de 100 km a la redonda, y lo más importante, si se tiene vocación de amante pues el corazón no puede ser un queso lleno de hoyos. NeweN
20-04-2010 No me gustó ni un poquito, parece escena de película mala. madrobyo
 
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