Daniel, un adulto junto a María y Camila, dos adolescentes fueron víctimas de un naufragio. La embarcación en la que viajaban por una brutal tormenta había sido destruida y ellos fueron los únicos sobrevivientes.
Nadando en esa inmensidad del océano, entre furiosas olas, una celestial hada acudió a ayudarlos. Esta se presentó ante ellos, era pequeña y tenía rasgos delicados: -Soy Cristal,- dijo y viendo lo cansados que estaban, les otorgó el don de poder respirar bajo el agua para que no lucharan entre el agitado oleaje. Estaban protegidos por Cristal, desde los aires y los tres se sumergieron en las profundidades del agua. Notaron cierta sensación de bienestar. Era increíble aquí podían respirar con toda facilidad. Una poderosa magia los rodeaba. Escucharon un bello canto femenino, melancólico y triste y los tres tratando de ver de donde provenía, recorrieron el paisaje marino.
Los curiosos llegaron a una misteriosa cueva. Un largo camino de estrellas marinas multicolores los invitaban a entrar allÏ.
- Hola…- les dijo una dulce damisela interrumpiendo su cantar, sentada en un trono blanco de piedra.- Bienvenidos a la Cueva de Oames. En este canto y espero la llegada de mi amor, el dios de los mares, que regresará algún día a mi lado. Sólo poseo de él su espada de bronce y su trono y de al lado de estos no me muevo desde hace un tiempo. Sólo los dejaré cuando mi prometido acuda a mí nuevamente luego de batallar en las guerras en los Confines del Mundo. Vengan, acomódense, amigos- dijo amablemente y agregó- He sentido un gran sacudón proveniente desde arriba. Me imagino que ustedes son sobrevivientes. Mi nombre es Sophie. Esta morada- señalándola con un ademán de brazos- les ofrezco.
Daniel, María y Catalina, tímidos y todavía, algo confundidos se pusieron a reposar sobre el suelo arenoso, entre largos cortinados de algas, memorando todo lo acontecido.
El tiempo fue pasando y no tenían noticias del rescate, pero entre los cuatro disfrutaban de su estadía de ensueño. Las jovencitas recogían vistosos frutos del mar, decoraban sus ropas y sus cabellos. Daniel y Sophie las contemplaban sonrientes protegiéndolas con su mirada mientras compartían largas conversaciones.
A Daniel, cada vez le agradaba más la gracia, el cantar y la belleza de su compañera, pero sabía que, si ello que él sentía era enamoramiento, nunca sería correspondido. Sophie, seguía sentada esperando el reencuentro con Oames y Daniel eso lo tenía bien claro.
Una tarde Dani dejó sola a la damisela para que cuidara a las inquietas jovencitas. Él quería dejar un recuerdo de este enamoramiento truncado para él y tomando, sin que se diera cuenta Sophie. la espada de Oames, rápido se dirigió nadando, revisando con su vista el suelo marino. Allí entre las rocas divisó una de lo más vistosa, plana, de bordes redondeados. Daniel le quitó los musgos con su robusta mano y así, sacando la espada que llevaba en su cintura colgada, comenzó a golpear de a poquito la piedra. Con cada golpe, Daniel perdía lágrimas de amor contenidas y allí en la piedra un nombre iba apareciendo tallado de a poquito: S O P H I E. Al terminar, el hombre despejó sus ojos y con una sonrisa, acarició cada una de las letras. Gozoso de su obra permanecía observándola. Luego, tomó la espada nuevamente y la piedra, también y las guardó entre sus ropas. Se las llevaría de obsequio para su compañera.
Buscando por cada recodo de las profundidades Daniel no encontraba a su tierna amiga.
-¿Dónde está Sophie?- preguntó algo preocupado Daniel a María y Catalina, que jugaban sobre caballitos de mar.
-No lo sabemos, amigo. Sólo sentimos su cantar más hermoso aún, que otros días y la vimos irse.- dijo Catalina.
-Jamás pensamos que algo extraño ocurriría. Alegre se veía y pensamos que a buscarte había salido- agregó María, que rápido pensó.- Debemos salir a la superficie, Cristal quizás, sabrá que es lo que ha pasado. Veloces los tres juntos salieron hacia allí.
Cristal revoloteaba incesante entre sus cabezas.
-Amigos, no os preocupéis- dijo la hadita- Sophie y Oames juntos están. Él ha decidido venir a buscarla y llenos de felicidad se perdieron en el horizonte, bajo el atardecer candente.
Cristal comenzó a agitar su varita, que centelleaba un torrente de estrellas de colores como avisando que todos miraran hacia aquel horizonte, donde los enamorados habían desaparecido. Daniel, María y Catalina vieron a lo lejos entre una bruma, una gran embarcación de madera y escucharon sus nombres retumbar por el aire. Las adolescentes se subieron a avivar sobre unas roca mientras Daniel se adentró en las aguas, sorpresivamente. Hacia la Cueva de Oames se dirigió, sacó la roca tallada de entre su ropa y en el suelo, junto al trono blanco de piedra la apoyó con ternura, haciendo un pequeño hoyo en la arena. Allí, estrellas de mar y corales de colores arrastrándose se colocaron alrededor del nombre de Sophie. Luego, Daniel, sacó de su cintura la espada de bronce y la colocó al lado del trono, decorando la hermosa estampa. Su sorpresa fue que al clavarla, el canto de Sophie invadió el fondo de tan armoniosas melodías. Daniel se puso contento, su inolvidable amiga irradiaba alegría.
Los rescatistas habían llegado en la superficie. Daniel, María y Catalina subieron a la embarcación y desde cubierta, se despidieron de Cristal agitando sus manos. Sólo ellos, la veían. El surco de la estela marina que dejaba la nave daba comienzo a un retorno de los tres a la realidad y a sus tierras originarias…
(Nuevamente subo este texto...)
Agradezco a Ninive que en su taller de correcciones trabajó con suma dedicación sobre este cuento.
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