Hoy hace frió como en ninguna época que recuerde, y frió de alma, de clima frió, frió de hogar, el frió que se siente al estar lleno de los logros materiales, de logros profesionales pero desprovisto del calor de esa manta tibia que se llama felicidad…
Debo, por compromiso vivencial, ya que por supuesto en esta vida uno debe hacer algo, aunque sea desparramar la verborrea que uno llama recuerdos o como dicen algunos, memorias, ha y vaya a que estoy llena de ellas tengo ese don majestuoso e infernal de recordar gran parte de mi vida como si fuese una película, cada detalle cada olor cada sensación, fresquita como un lago claro y transparente en el que uno se puede ver, si, me puedo ver, feliz, triste, agobiante, desesperada, abandonada, enamorada, decepcionada, sola, llena, acompañada, a los doce, a los cinco, a los quince, a los veinte, pero siempre recordando, lo bueno, lo malo, lo peor y lo mejor de este transito que ha sido mi vida…
Por naturaleza, nostálgica, hasta los hueso, no se si sea herencia o mala costumbre pero esta en mi como la religión impuesta que nos inculcan desde niños y sin preguntarnos, como un sello, como el ADN, pero eso si, se lleva en la sangre y sale a relucir en cada momento de la vida y no debo pecar al decir que a sido una vida con todas las letras completas, solo un tercio de la vida que toca vivir como dios manda pero hay vamos poco a poco con el camión llenito de memorias…
LA ABUELA
Cuando pienso en plasmar algo de este personaje, ja por que vaya que personaje; una cosita minúscula en todo su ser, que, decidió un día con la falda bien puesta, aclaro en esa época decir los pantalones bien puestos era..., válgame dios, una simple falta de juicio, en fin decidió con sus ropitas a cuesta enfrentar con sus cuarenta y tantos kilos de peso y su que se yo 15 años de vida venir a la capital hacer cuanta cosa había aprendido para sacar a su prole a flote y vaya que había aprendido, es que la universidad de la vida te enseña a planchar, a ser arepas prefectas, a cocinar, no como los dioses, pero si como para matar el hambre, que a mucho parece alimento bendito. Esta mujer vino desde su tierrita de vacas y lechita tibia recién ordeñada, desde donde respirar era un acto glorioso, donde nace el verde y el frió rico y la sencillez, decidió venir, ha esta ciudad que nacía vivaz que prometía estatutos trabajo y que vendía con su catalogo de perfección, una subsistencia sin carencias, aquí nacieron sus ocho hijos todos perfectos, bonachones, unos en la capital y otros donde tocara la reconciliación, pero fueron llegando uno a uno y cada cual con sus historias, pero esta mujer maravillosa no solo forjo una familia sino que trascendió mas allá de lo que uno pueda imaginar, trascendió algo que muchos no logran y con un solo titulo bajo el brazo , el titulo que le dio la vida, simplemente ser mujer.
La casa de la abuela era un icono en la familia . El centro de reunión, el regazo calentito donde nunca faltaba alimento para el alma el cuerpo y el espíritu.
Era una época hermosa en la que solo se debía preocupar por los creyones marcados, o la cantidad de huevitos recogidos y la mayor causa de estrés era la hora de dormir, rogar a dios que no dieran ganas de orinar, ya que se debía atravesar el patio para llegar al baño sin contar que si tenias la mala suerte de pisar al perro de turno el escándalo iba a ser causante de despertar al tío solteron y rabioso que no comía cuento a la hora de asentar un coscorrón con el único anillo que le adornaba su mano, un anillo que en aquella época se veía gigante y como el mas cruel de los verdugos, por que vaya, como dolía cuando te asentaban esa piedra en medio de la cabeza, si, dolía porque hería el orgullo ya que era argumento para burlas de los otros pichuros que engrosaba la gran lista de nietos, a mi, la mas lenta y regordeta, siempre era a la que agarraban primero. Pero era rico estar allí con ese olor exquisito de la cocina, las sopitas, las caraotas con pasta y sardina de los miércoles y el tan ansiado pescado frito acompañado de sopita, religiosamente todos los sábados, las arepitas perfectas, del kerosén, que nunca faltaba para curar cualquier mal desde un dolor de piernas causado por el frió, hasta la picazón por piojos, era una locura para el desafortunado que era victima de esa plaga, este, pasaba por las manos de la abuela, que con paciencia de cura, untaba cada parte de la cabeza y luego la envolvía con cualquier trapo viejo, 15 minutos bastaba para matar a todos los bichos, y por el dolor que se sentía, supongo que también acababa con alguna neurona y tumbaba algunos cabellos. Era tan bueno este kerosén que hasta la asfixia por una gripecita curaba, la viejita embadurnaba el pecho y luego lo embojotaba cual hallaca navideña, con unas hojas olvidadas de periódico viejo, si, se calmaba la gripe ya que el dolor por la quemazón de aquel menjurje, te hacia olvidar cualquier falta de aire, aunado a esto se debía beber una tacita con un guarapo bien caliente, en el que ella colocaba un pellizco de Vick Vaporub, y que para que pudiese respirar mejor.
Y que decir, de los momentos en que algunos de los varones adolescentes que enfilaban la lista, por causa de alguna mala ejecución del juego callejero, se lastimaba gravemente alguna articulación, ella corría diciendo, “que yeso, que medico ni que ocho cuarto, yo le curo eso en un momentito” y bajaba al gallinero, que mas bien parecía una caja de Pandora misteriosa donde guardaba sus secretos. Ella traía en sus manos, como el campeón que trae su gran trofeo, un manojo de hojas de mango, calentaba agua mas allá del hervor, como ella decía para desplumar gallinas, y colocaba allí su botín de hojas de mango con un puño de sal , y con esto instaba al maltrecho muchacho a meter el miembro herido, dios valga se atreviera a una negativa porque, no se de donde sacaba la fuerza y el coraje y obligaba a zambullir allí la extremidad, bajo gritos de dolor del afectado, que rogaban parar aquella tortura bendita, pero ella con un regaño folklórico ( “carajo muchacho pendejo, no sea cobarde y meta la pata ahí”) lo hacia callar y no había mas remedio que aceptar, con boca cerrada, calladito como en una fotografía, aquella inmolación.
Las horas de la tarde eran como en una academia militar donde reinaban las reglas y normas, a las tres era la hora de la siesta, ella con facilidad deshacía su obra de arte, una especie de cola de caballo que terminaba con un arreglo que hacia parecer una cebollita en su cabeza, al hacerla peinaba su largo y hermoso cabello que parecían hilos de plata , majestuoso, únicos, delicados y suaves, los tomaba con una facilidad y practica como las mejores bailarinas, y elaboraba, en un abrir y cerrar de ojos su obra mágica. Y a las tres lo desbarataba, para entrar en un profundo y corto sueño que lograba amainar todo el cansancio de su ajetreado día, solo duraba quince o veinte minutos pero, para ella era reparador. Luego, al despertar, la rutina de la cena donde ejecutaba con arte de escultor, unas arepas simétricamente perfectas, delgadas, suaves, divinas e inigualables, aquel que llego a probarlas puede dar fe de ello. Nunca podía faltar el café tan reparador y reconfortante, siempre el guayoyito dulcito y el tinto para el más recio. Y que decir de sus sopas, no faltaba, religiosamente, a las doce en punto un plato con este elixir de dioses; y era como un milagro divino, ya que con un solo pollo podía alimentar a mas de 15 personas y digo quince pera decir algún numero pero eso si, todo el que entraba a la casa a esa hora podía estar seguro de salir satisfecho con esta sopita de pollo, muerto este, a manos de su Verduga, Verduga benevolente que los hacia crecer como los mejores pollos del país grandes y hermosos, a los que curaba , como cual madre abnegada y amorosa, todos sus males, con un limos bien estrujado en sus picos y una capsula de terramicina, la cual hacia tragar a la fuerza al indefenso animal, lograba levantarlo de la mas deplorable enfermedad o cuando un pequeño e indefenso polluelo recién salido del cascaron, no respiraba, lo metía bajo una lata de leche y con unos fuertes y sonoros golpes lograba, como si fuese obra de hechicería o magia, que el pollito se paraba piando en busca de su mama. Esos pollos eran los que alimentaban a cuanto cristiano aparecía por aquella gran puerta de madera maltrecha por los años y de color borgoña…
|