Yo, que otrora escribí
canciones de amor,
que jugué con los
vericuetos, con las identidades
de cada palabra,
de cada mundo,
(cada oscuro verso)
y dejé de escribirle a las
musas para acostarme con
ellas en demudados
pensamientos, en semblanzas
de paraísos caucásicos.
Yo, que antes del alba conseguía
que las premoniciones acaecieran
a mi alma cuadrada,
que acudí a las veredas de la
ciudad a contemplar un
mundo nuevo, que acudí
a las aceras de la soledad
a construír un predilecto,
flamígero infierno nuevo,
ahora me encuentro
enrollada en las
pancartas de la filosofía
políticamente casta.
Yo que pretendí descansarme
contemporáneamente de
una agria palabra, de una
insomne poesía,
ahora subyugada al amo
vuelvo revoloteando mis
mas acuosas memorias.
Memorable, tiempo nuevo, yo
que te dejé mancillada no puedo
conservar la postura de mis
huesos, la espada de mis manos,
las mías manos que se
escapan por la comisura
de tu abierta boca, y la palabra
arraigada en la cúpula de
la histriónica iglesia
vanguardista, donde van
las almas de los sublimes poetas,
donde caen las noches
de las mas altas marismas,
donde escuecen las sonrisas
como arvejas de un budín
desangrado, donde
sonríes con los dientes
filosos de la imaginación,
donde muerdes mi ingle, donde
naces cansado, donde cae la saliva,
la baba, la sangre, el semen,
el cuerpo, el alma, donde cae
la sonrisa por no ser
mas que bla bla, donde
sueñas,
donde mueres,
donde vives,
donde cazas,
donde olvidas,
donde renaces.
Yo,
que antes de nacer queria
obviar tu nombre,
lo repito con el entusiasmo
de sentir en mí, la
antiquísima tuya boca ardiente. |