|  El yeti con la volubilidad de su mente, entre una  ventisca pegadiza, se zambullía en las aguas de los ríos escarchados. Entre la callosidad y pelaje de sus garras unos pocos calamares se adherían a ellas y como caramelos él los saboreaba: chupando de a poco su escaso  jugo y tragando, sin darse cuenta la carne. Los cazadores entre los árboles, con sus armas preparadas, estaban dispuestos en conseguir su trofeo tan ansiado. Sorprendidos por un brusco movimiento, seguido de un gran bostezo de la bestia, todos salieron corriendo  perdiendo de vista al mamotreto, tirando las armas por cualquier lado  y refugiándose desperdigados por el paraje. La bestia asombrada dirigió su cabezota hacia ese ruido que ocasionó las corridas,  pero nada pudo ver. Tórpemente, paso a paso, salió de las aguas heladas, sacudió su gran cuerpo con pelos enmarañados blancos y comenzó a caminar entre la nieve. Atraído por una pegadiza melodía  olvidó  el episodio recién ocurrido. Esa música le resultaba conocida. El yeti  comenzó a sentir alegría. De entre el paisaje una niña de largos cabellos oscuros enrulados, de carita morena y cuerpito delgado apareció tocando una ocarina, que de colgante llevaba al cuello.
 -Ay, amigo Jago… ¿Cuántas veces te he dicho que  no debes andar errante por el bosque? El peligro del que te atrapen es latente. ¿Entiendes?...- Ella prosiguió hablando dulcemente…- ¿Te gusta como toco mi ocarina?.Verdad… ¿qué sí?...Escucha…
 Jago inmediatamente se sentó  sobre una roca al lado de su hermosa amiga. Esta, continuó concentrada tocando. La bestia entre arrumacos y caricias la alzó   y la sentó en su gran regazo.  Sumidos los dos en ese compartir pleno, sentían, a lo lejos, el ruido de pisadas y de voces humanas.
 -Jago, ¿qué es eso? – dijo en voz baja  entre sollozos la niña -. ¿Vendrán a buscarte, amigo?- parándose del susto la pequeña se sobresaltó-. No quiero que te pase nada. No permitiré que nos separen. ¡¡¡Vete ya!!!- ordenó nerviosa pero firme la niña, secándose sus lágrimas con las manitas.- Yo los distraeré. Seguramente han escuchado mi ocarina.
 Fue así,  que el yeti sin pensarlo. se abalanzó sobre su amiga, abrazándola.  Cerró él fuertemente  sus pequeños ojos, como pidiendo un deseo y luego los  reabrió. Allí entre sus musculosos brazos había un manojo de terruño húmedo y frágil. La niña había así, desaparecido. Luego, Jago con sus manotas  amontonó  toda esa tierra y sobre ella con su fornido cuerpo se acomodó acostándose de cara al cielo convirtiéndose así, en otro cerrar y abrir de ojos, en un esponjoso y extenso  manto de nieve. Sumidos los dos en esa eterna amistad  permanecieron  eternamente, bajo ese hermoso paisaje. El sonar de una ocarina se escuchaba por esos lugares, entre el trinar de los pájaros, pero los cazadores  inmersos estos en la idea de conseguir  su presa, proseguían y nada podían oír.
 
 
 
 (A pedido de mi amigo Jagomez vuelvo a subir este cuento. Le agradezco muchísimo a él que me haya dejado utilizar  su nick y tambien les digo un: ¡¡¡ GRACIAS!!!., bien grande, a todos.)
 
 
 
 
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