El cuchillo con el que cercena los limones bien podría formar parte de su atuendo. Esta chica parece salida de una secuela de Mad Max. Peinado punk, anillos celtas, un arete canibal que atraviesa su nariz justo en medio de las fosas nasales, pantalón de cuero ajustado, chaleco de cuero cuyo diseño permite ver el tatuaje de su espalda, una inscripción en letras góticas que no alcanzo a descifrar.
Quiero preguntarle que es lo que lleva escrito sobre su espalda pero solo atino a pedirle una cerveza.
Suelta el cuchillo. Se da la vuelta. Vuelvo a ver la inscripción. Vuelvo a fallar.
Gira de nuevo.
Me cambia la botella y le digo casi gritando que puede quedarse con el cambio.
La música está demasiado alta.
Me levanta el dedo pulgar a manera de todo-bien. Es su forma de dar las gracias.
Regresa a su cuchillo, a sus limones. Se mueve de manera sexy al detectar las notas de entrada de un tema de Rob Zombie.
Me mando un trago. Lo sostengo un instante sobre mi boca. No sé por qué lo hago. No se supone que hagas enjuagues bucales con tu cerveza. Abro la válvula y dejo que el líquido se deposite en mi estómago.
Es mi tercera noche en este bar. Tres noches consecutivas sentado al frente de una barra mojada con olor a cerveza, a limón, a soledad.
Quisiera intercambiar unas cuantas palabras con la chica Mad Max pero este bar no está diseñado para conversar. El volumen de la música te condena a comunicarte por medio de señas, ahoga cualquier posibilidad de escupir tus deseos, de vomitar tus pensamientos. En este lugar la música reina sobre las palabras. Debes limitarte a observar un tatuaje indescifrable y contemplar esa chica vulnerable que se camufla tras un atuendo guerrero. Este bar no está diseñado para conversar y a lo mejor ella tampoco.
Es tal vez por eso que decidí frecuentar este lugar, porque a nadie le sirve escuchar el discurso de un extraño cuya existencia pende de tibios recuerdos.
Este lugar es un templo donde orar está prohibido, donde su diosa parte limones en el altar, donde el consuelo es a lo último a lo que puede aspirarse.
Veo a esta chica y veo en ella a todas las chicas. Su cuchillo es la extensión afilada de su malvado ser. El limón es mi alma, la misma que ha sido atravesada veces incontables.
Por primera vez en tres noches me dirige su mirada y mueve sus labios. La música está demasiado alta y ella lo sabe. Es parte de su juego, de su naturaleza torcida. Me llevo el dedo al oido para hacerle entender que aunque quisiera arrancarle los labios no estoy capacitado para leerlos.
Toma un lapicero y escribe sobre un servilleta.
- ¿Qué te gustaría escuchar?
Lo que me gustaría escuchar sería su voz susurrándome al oído pero bien sé que la pregunta tiene otro tipo de connotación.
- "Love will tear us apart" de Joy Division - Le escribo sobre el mismo papel
Me levanta el dedo pulgar a manera de todo-bien. Gira. Clavo mis ojos sobre su espalda mientras busca el CD de los chicos de Manchester. Voltea de nuevo.
Tomo la servilleta, observo una y otra vez su letra. La guardo en mi bolsillo. Me mando un trago. Lo sostengo un instante sobre mi boca.
El tema de los Division golpea las paredes del bar con sus sombrías notas. Abro la válvula y dejo que la cerveza se deposite en mi estómago.
Aunque sé que nadie me escucha, canto en voz baja, de manera un tanto tímida mientras la chica hace lo mismo desde su altar.
Saco la servilleta y escribo algo para ella. La observo danzar mi canción favorita y algo me dice que no es una buena idea.
Guardo el papel nuevamente dentro de mi bolsillo. Al regresar a casa lo pondré dentro de las páginas del libro que amo y dormiré hasta que la luz fastidie mi sueño. Lo primero que haré al levantarme será programar en mi computador "Love will tear us apart". Lo repetiré una y otra vez sin deprender la mirada de una pregunta que debí haber contestado de una forma algo más valiente. |