No hay nada que reparar, porque no hay nada roto. Todo esta simplemente cambiado de lugar, como las piezas de un rompecabezas antes de comenzar a jugar.
Quizás hasta diferente, quizás no son ya las mismas piezas, como dos rompecabezas mezclados. Un rejunte insensato de piezas; y tan significativo como estos brazos que me abrazan y que son los míos.
Me siento frente a la mesa llena de piezas, que reposan como pétalos de flor, ligeras; me siento como cirujano antes de extirpar un cáncer maligno, como todo cáncer, destructivo, oscuro, absorbente. ¿Me siento, con miedo, quizás? Mmm...…no es eso lo que siente un cirujano; es más bien angustia, incertidumbre, miedo que al destapar la olla a presión, el vapor me envuelva como humo de hoguera negra, y me deje ciega.
Pero ansiosa, no se que pieza colocar en el medio, ¿cuál moveré primero?
Y de a poco voy perdiendo la cabeza, y la busco con mis manos, que se mueven tan estúpidamente. Y se ríen de mí, ¡yo escucho como se ríen de mí! Y… ¿Qué estoy haciendo? No lo se, me pierdo.
Y no hay mesa, no hay piezas, ¿Qué rompecabezas? Si dentro de mi caja blanca solo hay una puerta. Y entre la puerta y yo una inmensa tela de araña que ellos tejieron para mí, para juzgar mi partida, por eso me quedo. No es tela de araña, es nido de alacranes, por eso me quedo.
Me enseñaron que detrás de cada puerta hay otro mundo, que no me atrevo a conocer, porque todo lo que toco, todo suelo que piso se rompe. Quizás mis manos por eso están atadas y mis pies pesados.
Entonces…mi caja esta rota, todo esta roto. Hay mucho que reparar.
Pero entre reparar y quedarme acá tirada en el piso hecha un bolita…elijo quedarme acá tirada. Quizás mañana despierte y no haya nada que me recuerde quién soy ahora, como siempre pasa. Trataré de convencerme de que aquí no pasa nada.
Me conformo solo con tres pastillas al día, mi chaleco y mi caja blanca.
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