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1


Era un día caluroso, claro está, esto ya no era noticia; habían pasado semanas de un calor insoportable y la capital de por sí ya es caliente. Sin duda ese fue el verano más prolongado y soporífero que recuerdo.

Un lunes; Terminaba una mañana normal de trabajo, el sol se encontraba sobre mi cabeza. Todas eran señales ya conocidas por mi mente, que en mi rutina diaria me indicaban la hora del almuerzo.
En poco tiempo me encontré frente al cafetín; Un pequeño edificio de una planta, esquinero, situado en el viejo centro de la ciudad, totalmente de madera con techo de tejas - Lo cual era un tanto extraño por esos alrededores donde todo parecía ser viejas casas de cemento o adobe – pintado en su totalidad con cal blanca. Entré por el pequeño porche rodeado de verjas que alguna vez fueron verde claro, la pequeña estancia tenia unas cuantas mesas plásticas de color blanco que eran bañadas en su totalidad por el resplandor del sol en el asfalto, pasé por la única puerta en el fondo y me encontré en el mismo cuarto donde había estado ya muchas veces.

Afuera el cielo era de un color azul celeste muy intenso sin ninguna mancha de nube, la luz inundaba todos los rincones posibles, por un momento pensé que si regresaba a la calle me derretiría a las dos cuadras y si me quedaba sentado me evaporaría por el calor.

Me encontraba en el cafetín Lucy – “Cafetín solo de nombre” le decía a mis amigos - en realidad el lugar era un antro de segunda, el cuarto en el que ahora me encontraba era más deprimente que el porche, había un viejo anuncio de neón de alguna bebida, parpadeando tristemente en una pared de tablas al lado de carcomidos carteles de mujeres de grandes pechos y la cocina en el extremo más alejado.
El ambiente aquí era diferente, la luz entraba como a través de un vidrio opaco y la roconola de la esquina izquierda siempre tocaba la misma canción – a mí a veces me parecía que era un himno interminable, perfecto para el lugar-

Pasé por el salón y me senté en la misma mesa de siempre, con manteles manchados de un millón de comidas. Mire alrededor, el lugar estaba vacío solo un par de tipos en otra mesa y yo; En realidad me gustaba el lugar, la comida era buena y barata, además, la dueña ya me conocía.

Mientras miraba hacia fuera por la puerta, se me acercó una muchacha:

-¿Vas a comer algo, amor?- Me preguntó.

La miré un momento; Delgada, de tez morena, linda de una manera simple, cuando abrí la boca para contestarle, escuché una voz sonora detrás de ella:

-¡Hay hija! Que pregunta-

-Si es el “mental”-

Apareció doña Lucy, tan alegre como siempre:

-A ver niña, metéte a la cocina y traés un plato de arroz con frijoles cocidos, tostones y queso- Le mandó.

-Esta chavala es nueva, no te conoce-

Y se sentó a mi lado. Doña Lucia Guadalupe Mendoza, viuda de Rivera, mejor conocida como “Doña Lucy”, era de una estatura mediana, grande como una gorda de botero, de fácil y linda sonrisa, morena de naturaleza y aún más por el trabajo de sol a sol y su cabello rojo “natural” como ella misma decía.
Me consideraba especial por mi trabajo, se fascinaba por mi hábito de leer mientras comía y por explicarle cosas de arte y de cultura, a pesar que la mayoría de las veces no me entendía nada.

-¡Vos sos un genio, chavalo, sos un mental!- Me decía.










2

En esa época me ganaba la vida de forma diferente: Me dedicaba a buscar sobre todo en los barrios pobres, ¿Qué buscaba?, buscaba arte, gente con talento que hiciera cualquier obra de calidad; compraba sus creaciones por una buena cantidad de dinero –para ellos- y luego lo revendía, usualmente a unas treinta veces su valor inicial, por supuesto que esto no lo sabía Doña Lucy.

En una ocasión escuché a alguien decir que a ciertas personas les impresiona más una bolsa con 500,000 pesos en billetes nuevos, que un cheque arrugado por 1, 000,000 de dólares. Con el paso del tiempo en este negocio me di cuenta que eso es cierto.

A veces Doña Lucy me ponía en contacto con alguien que quería vender su obra, como lo hizo ese lunes:

-Mirá esto- Me dijo.

Y sacó una moneda de su escote, la moneda tenía un mini paisaje a ambos lados.

-¡Está bonito verdad! Es de un chavalo del barrio-

-Sí, está bonito- Le dije sin gracia alguna.

-¿No te gustó eh?, esperáte aquí-

Se levantó y se metió a la cocina en el momento que la muchacha salía con mi comida, le di las gracias y empecé a comer, cuando regresó Doña Lucy puso una pequeña mariposa inmóvil sobre la mesa.

-¿Y eso?- Dije mientras me llevaba la cuchara a la boca.

-Es de vidrio- Replicó doña Lucy.

En ese momento se me cayeron los frijoles de la cuchara, la mariposa era tan real que podría haber alzado vuelo en cualquier momento.

-¿De vidrio? No me joda Doña Lucy-

-No te jodo, tocala-

La examiné minuciosamente, en efecto, la mariposa era de vidrio, tan real, tan hermosa, una verdadera obra maestra.

-¿Y esto lo hizo el mismo cipote?- Pregunté.

-No, claro que no, esto lo hizo un viejo de allá por los escombros, siempre se mantiene en el parque-

Seguimos conversando, después de comer le platiqué sobre un cuento que había leído: Sobre un tipo que soñaba con el amor de su vida por las noches y al mismo tiempo ella soñaba con él, pero al despertarse no recordaban nada.

Salí del cafetín y me fui directo al parque, que suerte la mía, que clase de fortuna ganaría con piezas de la calidad de esa mariposa.
Entré por un callejón al parque: El viejo parque central de la ciudad, con la tumba de un mártir por todos olvidado, una pileta en la que un día hubieron tortugas o cocodrilos, había pasado tanto tiempo que ya nadie recordaba con certeza que animales habían sido, sus banquetas de cemento y sus árboles como soldados gigantes resguardando la multitud de nada que se encontraban bajo su resguardo.

Entrar allí me generaba cierto sentimiento de rechazo, me parecían las ruinas de un civilización pérdida, donde todo lo que quedaba de su esplendor era las putas gordas con sus horribles mini-vestidos que parecían romperse a cada movimiento y los huele pega que te pedían un peso cada cinco metros.










3

La figura del viejo fue como un golpe visual que me sacó de mis divagaciones y me arrastró a la realidad: Estaba sentado solo en la plazoleta del centro del parque; Vestía un saco viejísimo al igual que sus pantalones de un color ceniciento, unas chinelas de color rojo, con su cabello y su barba muy largas, como esos sabios hindúes, su piel había sido blanca hacía ya muchos soles.
Ante la claridad del día, que le daba al ambiente la sensación de estar en una película en blanco y negro, me pareció una de esas estatuas que siempre están rodeadas de palomas, solo que estas no eran aves sino mariposas; me sorprendí nuevamente por la exquisitez de las piezas, ¿Cuánto podían valer en el mercado? ¿Treinta, cincuenta dólares cada una? Me quedé observándolas con verdadera fascinación.
El viejo mantenía su mirada fija en mí mientras me acercaba, me pareció que escudriñaba más allá de mi persona, en mí ser.

-¿Va a llevar una, hijo?- Preguntó al fin.

-¿Qué cuestan?-

-Cinco pesos-

Me quedé parado frente a él, mientras planeaba que decirle.

-¿Sabe una cosa don?-

-¿Qué?-

-Usted esta regalando su talento, yo conozco a un tipo que se las compraría todas-

El viejo solo se limitó a oírme con atención.

-Mire yo le hago el contacto-
-Tal ves hago que se las compren en unos veinte pesos, ¡imagínese lo que va a ganar!, entonces… ¿Qué dice?-

En ese instante el viejo se levantó, me percaté de lo alto y flaco que era, su rostro cambió por completo, parecía la cara de un juez estricto a punto de dar el veredicto final, acercó su cara, pocas pulgadas frente a la mía.

-No- me dijo.

Pronunció el monosílabo de una manera tan fría, que sentí un escalofrió en la espalda, di un paso atrás, entonces el viejo se volteó y empezó a caminar, me quedé estupefacto mientras él se alejaba.
Por un pequeño, pero muy pequeño instante me pareció que las mariposas se iban revoloteando con él.

-Se va… Con mi gran oportunidad- Pensé.

De repente mi mente se llenó de pensamientos irracionales:

-¿Cómo se atreve a decirme que no?-

-Viejo hijueputa… ¿Quién se cree que es?-

Empecé a seguirlo, al salir del parque logré ver que entraba al abandonado edificio de la antigua escuela de artes plásticas.










4


Entré al edificio en el momento que el viejo subía por la escalera al segundo piso.

-¡Oiga, deténgase!- Le grité.

Detuve me persecución un momento, examine el lugar, estaba tal y como lo recordaba; varios años atrás había trabajado ahí, conocía el lugar como la palma de mi mano, y esas escaleras eran el único acceso al piso superior, también me extrañaba el silencio, en ese entonces siempre se sabía si alguien estaba en el segundo piso por el ruido de los pasos en el piso de madera.
Subí despacio, la luz de la tarde entraba por las ventanas con paletas de madera, parecía una escena típica de una novela de detectives, frente a mi la inmensa pared llena de fotos de personas que nunca supe quienes fueron, a mi derecha y a mi izquierda estaban los dos pasillos principales.
El primero con los cuartos donde funcionaron las oficinas, el otro llevaba a las antiguas aulas de clases y al almacén: Este pasillo solo era iluminado por una ventana, comencé a caminar por este último, pasé como jugando al policía por las aulas, cuando estuve frente al almacén noté que la puerta de este estaba abierta, me acerqué.
Entonces escuché su voz a mi espalda:

-¿Por qué me sigues?-

Una fuerza invisible me impidió voltearme.

-¿Qué buscas aquí?- preguntó.

-Una disculpa- Alcancé a decir.

En ese momento dos manos frías como el hielo, se posaron en mis hombros y me tiraron dentro del almacén, el cuarto estaba oscuro, solo vislumbraba siluetas turbias de las cosas que estaban dentro, hasta que se encendió una bombilla sin que nadie tocara el apagador, el viejo se encontraba de pie en el umbral de la puerta.


Aun estaba en el suelo, mi cuerpo no respondía, era como estar atrapado dentro de una estatua. No podía moverme.

-Te encuentras aquí, porque yo te traje- Dijo el viejo.

Dio dos pasos dentro de la habitación, se inclinó sobre mí y se quedó mirándome fijamente en silencio, aparté mi mirada y examiné fugazmente el cuarto donde estábamos: El lugar estaba lleno de escritorios, sillas y millares de cosas más y cada silla y cada escritorio y anaquel del lugar estaba cubierto de mariposas de vidrio, las cuales reflejaban destellos a la luz de la bombilla.

-¿Qué quiere de mí?- Dije al fin.

-¿Yo? ¡Oh! Yo nada, pero, ¿qué querrán los otros?-

-Todos y cada uno a quienes has usado, de quienes te has aprovechado, para lucrarte de su sudor-

-¿De qué diablos habla?-Le dije con temor.

-Eres como un vampiro, que sobrevive de la esencia del otro, y todavía esperas ser reconocido como alguien de bien, y no dejas de ser una semilla más en el jardín del mundo, cuya única ambición es morir algún día-

Las palabras del viejo caían como bombas en mi cerebro.

-Vives dentro de una burbuja, en cuyo interior solo existe un mundo de zapatos, ropas, celulares, estatus y cosas que solo son una ilusión, creadas para llenar el vacío infinito que causa el desconocer el por qué estas aquí-

-Tu única preocupación es tener algo con la chica que te gusta, buscas conocimiento y poder para sobresalir entre muchos y así sobrevivir hasta la vejez y entonces morir-

-Pero no dejas huellas, no cambias tu entorno cuando puedes hacerlo, los problemas de lo que te rodea no te importan-

-¿Por qué no te importan?-

El ambiente del cuarto empezó a cambiar, una especie de electricidad inundó el ambiente del cuarto.

-¿Por qué no te importa?- Dijo nuevamente.

-¿Por qué no es tu madre la que se vende en la esquina? ¿Por qué no son tus hermanos los que mueren durmiendo en la calles? ¿Por qué no buscas tu comida en la basura?-

De repente las mariposas de vidrio se llenaron de realidad y verdad, alimentadas por las palabras del viejo, comenzaron a volar por todo el cuarto como un enjambre de mil colores, iban y venían por el aire, algunas se estrellaban con las cosas y se destrozaban en mil pedazos.
Yo sentía como el vidrio me caía encima, sudaba y me sentía mareado, entonces el viejo extendió el brazo hacía mi cara, abarcándola toda con la palma de su mano. De golpe, entendí lo que las mariposas eran: Estaban formadas de esperanzas, las esperanzas de todos aquellos caídos en desgracia, olvidados por los que se creen superiores, repudiados por los que viven en burbujas.

-“Lo único que le da sentido a este mundo, es poder ayudar a los demás”-

Luego que pronunció estas palabras perdí el conocimiento.
Cuando desperté estaba solo, me rodeaba una oscuridad total, me levanté a tientas y salí del almacén, el piso crujía a cada paso que daba lleno de pedacitos de vidrio, salí del edificio: Ya era de noche, afuera todo era normal, la vida era la misma, la ciudad era exactamente igual, llegué a la calle y tomé un taxi, de camino a mi casa observé a la gente en la calle, los mismos de siempre y sin embargo algo había cambiado: Yo había cambiado.

Todavía almuerzo en el cafetín Lucy, sigo contactándome con artistas, solo que ahora sí los ayudo y e involucrado a mis conocidos, para cambiar la forma de vivir de muchos, para hacer una diferencia para que ninguna esperanza salga volando por ahí y se destroce en un muro.
Ahora comprendo, yo no encontré al viejo, él me buscó para abrir mis ojos, solo espero que encuentre a otros, después de todo, solo se necesita de una persona para cambiar al mundo.

Solo se necesita de uno para no derretirse en la calle, ni evaporase por el calor.

Texto agregado el 16-04-2010, y leído por 168 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-04-2010 yeah!!!! buenisimo eh!!!!!...salu2 xxludoxx
 
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