En busca de la verdad de gmmagdalena
Me pasaba algo extraño con mi nombre, no lo sentía
mío, aunque era el de muchas mujeres de mi familia; mi madre
decía que era un nombre con prosapia. En un mundo dónde
pululaban las Natalias y Mónicas llamarse Ernestina me resultaba
ridículo.
Desde pequeña escuché a mis padres contar sobre sus intentos
fallidos por tener un hijo. Cuando ya habían perdido las esperanzas,
su sueño se concretó, pero no a través de un embarazo,
sino gracias a un médico amigo que facilitó mi
adopción. El hecho de que me lo dijesen desde siempre, logró
que no me afectara. Realmente me sentía su hija.
Según me dijeron, mi madre verdadera había renunciado a
mí porque era una joven soltera y tenía otras aspiraciones
para su vida; después de entregarme se alejó para siempre del
país. Jamás me interesé por saber más, si a
ella no le había importado, menos debía importarme a
mí.
Un día, encontrándome con mis amigas en las puertas de la
Facultad, circulaba frente a nosotras una columna de personas que
reclamaban por sus hijos desaparecidos durante la última dictadura;
inesperadamente desde ella se separó una señora mayor y se
acercó; me miraba tan fijo con sus ojos cuajados de lágrimas
que me sentí "desnuda" y turbada. Con voz temblorosa se
dirigió a mí llamándome Andrea, repitiendo ese nombre
varias veces. De la mejor manera contesté que se había
equivocado de persona.
- No – contestó – no me equivoco y, sin agregar más, se
alejó con paso tambaleante reincorporándose a la triste
marcha.
Por unos días, su rostro y el nombre Andrea rondaron en mi cabeza
produciéndome una cierta inquietud, pero una serie de problemas en
mi hogar, hicieron que finalmente olvidara ese episodio.
Ahora que rememoro aquellos días, comprendo el nerviosismo de mi
madre, el rostro adusto de mi padre, sus discusiones o sus prolongados
silencios. También cambiaron su actitud conmigo, debía dar
infinitas explicaciones sobre mis horarios y ocupaciones. Por más
que lo pensaba no entendía el porqué del cambio.
Pronto sumé mi voz de protesta a las discusiones y nuestra vida,
tan apacible hasta ese momento, se convirtió en un verdadero
infierno.
Nuestra relación siguió empeorando, mis amigas
también sintieron su rechazo y se alejaron; sólo nos
veíamos unos minutos en la Facultad dónde mi padre me llevaba
y buscaba a diario, algo que nunca antes había hecho. Era como un
guardián; lo amaba, como amaba a mi madre, pero su celo me resultaba
excesivo.
Mi amiga Griselda, una estudiante de Ciencias Políticas, fue la
primera que sospechó que lo que ocurría podía estar
relacionado con mis orígenes, pero la traté de loca y le
retiré el saludo. No obstante la semilla de la duda germinó
en mí.
El día que, en búsqueda de la verdad ingresé al local
dónde se reunían familiares de desaparecidos y me
encontré frente a esa mujer que, una tarde, no hacía mucho
tiempo atrás, me había llamado Andrea, supe, sin equivocarme,
que al fin había encontrado mi verdadero nombre.
Nadia ,como mi mejor amiga de cromática
Permanecía desnuda, apenas cubierta con una sábana que
olía a humedad. Susana se mantenía silenciosa, con la mirada
baja y en silencio, tomando su mano.
Paseó su mirada por todo aquello que, al alcance de su vista,
conformaba el escenario donde se llevaría a cabo su acto más
cobarde.
Una imagen de la Virgen del Pilar. A los lados, velas medio consumidas,
cuyo olor rancio se sumaba al que imperaba en el cuarto. Unos cuadros de
chicos desconocidos para ella, con marcos dorados y en colores
desleídos por el paso del tiempo. Una mesa, dos sillas - una de las
cuales ocupaba Susana - una cocina , una heladera pequeña, un
soporte con una palangana en el que la mujer se lavaba las manos comentando
lo bien que se vivía en el barrio desde que habían metido
preso al cabecilla de una de las bandas de ladronzuelos más
conocidas en la ciudad.
Nadia, ajena a todo, dibujaba con un dedo formas indefinidas en su
vientre.
- A ver querida, abríme bien las piernas.
Cerró los ojos y sin dejar de tocarse el vientre, canturreaba para
sí todas las canciones de cuna que conocía. Putas canciones
de cuna. Maldita enfermera revolviendo su vagina con distintos instrumentos
apenas desinfectados con un poco de alcohol. Ardor, dolor,
repulsión. Susana susurró algo y salió del cuarto.
- Bueno querida, ya está mi amor. Tomáte el
antibiótico que te hice comprar y cualquier cosa me llamás
por teléfono. Pero no te preocupes, tomaste la mejor
decisión.
Se puso en pie como pudo y entró Susana. Tenía los ojos
rojos. Como ella. Tenía el cabello teñido de borrabino. Como
ella. Tenía 42 años. Como ella. Estaba sola. Como ella. Eran
amigas hacía muchos años. Y no era tan cobarde como ella.
Le ayudó a vestirse y la tomó del brazo al salir.
La luz de la calle la cegó. Buscaron un taxi. Subió ella
primero, acomodándose como puedo para soportar el dolor. Luego,
subió Susana, que dio la dirección y mirando por la
ventanilla, ambas se mantuvieron silenciosas hasta que el conductor, tal
vez incómodo por la situación, miró por el espejo
retrovisor a Susana y le preguntó:
- ¿Para cuando el niño, señora?
Susana carraspeó y se tocó el vientre abultado:
- Para dentro de dos meses. Y es niña.
- ¡qué bien! los hijos siempre vienen con un pan bajo el
brazo...y... ya tiene nombre?
Susana miró a Nadia, le tomó la mano y respondió:
- Nadia, como ella. - y mirando al taxista – que es mi mejor amiga.
- Ah, dijo el taxista, hace bien. Los buenos amigos duran más que
los hijos, que suelen ser tan ingratos.
Nadia se reclinó en el asiento mientras el hombre seguía
hablando, pero ya no lo escuchaba. Aferrándose a la mano de su
amiga, cerró los ojos y comenzó a rozar su vientre con un
dedo dibujando formas diferentes.
Sólo que ahora ya no canturreaba ninguna canción de cuna.
Gilda de Alejandrocasals
Si escribo una historia de cuatrocientas o quinientas páginas,
corro el riesgo de que se desvirtúe la idea original y la abandone
en la mitad del camino.
Es demasiado trabajo e inútil, cuando sé que podría
contarla en pocos minutos - me confesó Roberto Arlt, esa noche de
hace muchos años en que habíamos cenado juntos, y entre
café y cigarrillos, nos demoramos en el Tortoni en una interminable
charla polémica sobre sus cuentos y personajes.
- Cuando escribo en primera persona, debo estar atento en no desfigurar u
omitir los hechos. No incurrir en contradicciones, que permitan a los
lectores deducir el final, ya sea una realidad descarnada o una ingenuidad
– continuó diciendo mientras encendía el enésimo
cigarrill - ¿Sabe una cosa amigo? Como algunos pintores abstractos,
doy el nombre a mis personajes una vez finalizado el texto, él me lo
sugiere.
Le voy a dar un ejemplo: me preocupo de analizarlos en persona antes de
comenzar a escribir. Conocí y entré en confianza con “El
jorobadito” en un café del barrio de Once; lugar apropiado para ese
maloliente contrahecho levantador de quinielas.
El enano era terrible. Teniendo en cuenta que todos los deformes son seres
perversos y endemoniados, Bernardo, creo que así se llamaba, era el
más repugnante y cruel que se hubiese podido imaginar. Azotaba a una
chancha sin piedad y cuando notaba que mi mirada le sugería
compasión, más la castigaba.
- ¡Caballero! ¿A usted que carajo le importa lo que hago?
¡Como me siga mirando con esa cara de bronca la voy a rociar con
petróleo y la prendo fuego! - exclamaba “El jorobadito” mientras
seguía descargando su furia sobre la indefensa bestia; yo apretaba
mis manos, sintiendo deseos de retorcer su corto pescuezo.
En esos tiempos trabajaba para el diario El Mundo.
Tuve la oportunidad de hacer una nota sobre una velada de gala del Teatro
Colón. La ópera en tres actos de Giuseppe Verdi, basada en la
obra Le Roi s'amuse de Víctor Hugo. Un intenso drama de
pasión, engaño, amor filial y venganza que tiene como
protagonista a Rigoletto, el bufón jorobado de la corte del duque de
Mantua.
¡Acababa de encontrar el nombre que daría a mi personaje!
¡No tuve dudas!
Un tiempo después de haber editado “El jorobadito”, entré
por casualidad en el café del barrio de Once. Supe por los
parroquianos, que a Rigoletto lo habían matado a palos. Encontraron
su cuerpo desnudo en un baldío cercano. No se supo quien lo
ejecutó. Se sospecha que fue por encargo de algún capitalista
debido a deudas de juego.
También comentaban que durante la investigación del crimen,
se descubrió que “El jorobadito”, convivía con una joven
muchacha, en una pieza de un conventillo, por Suarez e Irala; no aclararon
que fuera su amante, su hija, o ambas cosas.
Lamenté no haber encontrado antes algo bueno en la vida de este
bastardo bufón.
Es probable que el final del cuento hubiese sido distinto... eso
sí, a la joven muchacha la hubiese llamado Gilda.
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