La verdad estaba harto, ya no soportaba más sus constantes miradas furtivas, hacia que me enfureciera cada vez a niveles increíbles… De pronto, ¡Recordé!, La teoría de la aceituna…
Desde que nací, traté de darme a notar, fui la mejor aceituna del árbol. Me cuidaba tanto, que ni los rayos del sol se atrevían a tocarme para no dañarme. Mi sueño era siempre ser la mejor y ser seleccionada para poder dar vida a un nuevo árbol de olivo.
¡Todo iba muy bien!, Hasta que una mañana un extraño ruido me despertó; Una tremenda sacudida me arrancó del árbol, sentí temor, tuve mucho coraje, pues mis sueños nunca se cumplirían…
Durante algunos días, fui seleccionada, lavada, desinfectada y empacada… ¿Algo más podría ocurrirme? En fin, terminé en un frasco de cristal con un montón de “comunes”, aceitunas tontas y vacías sin sueños, no tenían ni la más mínima idea “para que servia la vida”. Lloré, grité y nada, todo era inútil; Durante meses, vegeté en el frío ambiente del frasco, de pronto, una tarde, vi una intensa luz y empuje y empuje a las demás que estaban por encima de mi para poder salir.
Cuando estuve a punto de lograr mi objetivo… ¡Sorpresa! La tapa volvió a cerrar el frasco. ¿Por cuánto tiempo? No sabía, pensé en abandonar mis sueños, era la solución. La plática con los “comunes” era cada vez más insoportable. De acuerdo con mis cuentas, llegó la navidad y el frasco volvió a abrirse, esta vez empuje tan fuerte que logré salir…
Esta vez mi objetivo era llegar a la mesa, de ahí brincar por la ventana y esconderme en el jardín…
¿Lo lograría? A veces los sueños son idealizados, luchamos y fracasamos. ¿Pero cuánto tiempo estamos dispuestos a conservar el buen ánimo?
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