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Inicio / Cuenteros Locales / semantex / Elección del texto de a0000 \"Ahora doblamos a la derecha\"

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El gris de la ciudad le estorbó por primera y última vez esa mañana. El viaje era sin dudas improvisado, en día, aunque no en metodología (disfrutaba extrañamente de replicar lo que leía o veía en películas). Boletería, y buenos días, deme un pasaje en el primer colectivo que esté por salir y que el destino esté por lo menos a doscientos kilómetros pero a menos de cuatrocientos. Le incomodó (quizás le molestó, pero él se sintió incómodo) que quien atendía detrás del mostrador no se asombrara por el pedido. Lacónico dijo un horario, un destino y un precio. Le alegró saber que todavía tenía cuarenta minutos para fumar y para releer alguno de los libros que había colocado casi sin mirar en la mochila. Nunca había escuchado de ese pueblo, o ciudad, no sabía, pero jamás supo demasiado de geografías y ya tenía que cambiar de página y largar la tercer o cuarta bocanada de tabaco.

Le tocó sentarse del lado del pasillo, y en el asiento contiguo ya estaba una señora que aparentaba unos cincuenta, que afortunadamente también aparentaba no tener demasiadas ganas de hablar; ni siquiera se saludaron, o fue un buenos días de mirada y sonrisa despreocupada. Estaba bastante ansioso, no sabía dónde debía bajarse, pero el chofer le había prometido avisarle. Ya no podía leer ni fumar, pero disfrutaba de esa voz dulce y francesa, después sonaba un arpa, pero ya era otra voz y un inglés antiguo.

Desayunó en un bar con mesas y sillas de ciprés; caminó mirando distraídamente con el sabor del café y las medialunas todavía en su boca. Parecía un lugar tranquilo, por lo menos en esta época en que el frío obliga a acomodarse bien la bufanda, quizás el calor inundaba las veredas de niños que corrían por ahí, y de padres que, o reían por la forma en que lo hacían, o que les decían que por favor tuvieran cuidado; talvez ambas cosas. Pero el frío, la bufanda, los sabores que se disipaban en su boca y el cartel de madera que anunciaba un laberinto de ligustros a un par de kilómetros de ahí, a las afueras del pueblo. Preguntó cómo llegar en una tienda de artesanías, explicó que quería ir caminando, pero unos ojos celestes (de los que se enamoró, se enamoraba así, con esa facilidad de ojos celestes, de tez tan blanca) le respondieron que ella podía llevarlo, que total no había mucha gente y su hermana podía quedarse atendiendo el lugar. Esas cosas no le sucedían, y aceptó sólo para que sucediera lo que a él no le sucede. Observó atentamente el camino para saber cómo regresar, y ella le iba explicando, ahora vamos a doblar a la izquierda, es fácil, no te podés perder, mirá bien esos árboles, fijate bien en los árboles. Fueron varias curvas, pero creyó sentirse seguro respecto a cómo volver, aunque le extrañó que no hubiese otros carteles de madera (la memoria le devolvía el primer cartel y lo notaba un tanto descuidado, parecía tener el peso de los años, el peso de la intemperie) indicando el recorrido, las distancias, ni una flecha, nada. Ahora doblamos a la derecha, acordate de esa tranquera y después seguimos derecho y listo, llegamos. El beso en la mejilla (de cerca esos ojos parecían más celestes) fue más cortés que el gracias. Mientras cerraba la puerta la escuchó decir, tené mucho cuidado, sí, no te preocupes, los ligustros no tienen tanta mala fama. El sonido de la puerta al cerrarse le hizo dudar de la respuesta casi sin gracia, y sintió que la advertencia no era de esas que se hacían por costumbre, el tono en la voz era diferente, creyó que sus ojos le decían que volviera a subirse al auto y que regresara con ella, que el laberinto no era la gran cosa, pero no, sólo fue un tené mucho cuidado.

No había nadie, salvo el hombre de la boletería (le recordó demasiado al de la otra, al de la terminal) que dijo un precio, y un cerramos a las siete (creyó reconocer la misma voz). Se rió ingenuamente, realmente no podría pensar que demoraría tanto en salir, no parecía tan grande, aunque tenía un tamaño considerable. El cartel que indicaba la entrada confirmó sus sospechas de abandono, de años de olvido, pero se ignoró deliberadamente y puso sus pies sobre el piso de tierra y se dejó perder por el verde opaco de los ligustros descuidados. Ya llevaba veinte minutos de caminos cerrados, de regresar a encrucijadas que ya no reconocía porque hasta que uno se daba cuenta de que por ahí no era había que hacer muchos pasos, y se cruzaban otras encrucijadas. Tuvo la esperanza de encontrarse con algún otro turista, pero los minutos y la desolación dejaban que la probabilidad le ganara a la esperanza, como siempre. Cuarenta minutos y ya no le parecía un juego, quería escaparse, quería nuevamente el gris de la ciudad. No se permitía pensar demasiado, intentaba ignorar los ojos que lo invitaban a regresar, el tené mucho cuidado, el cerramos a las siete; en definitiva, siempre exageraba, después se reiría a carcajada limpia cuando viera la tipografía desgastada indicando la salida. Pero no hubo tal cosa, sólo fue un claro entre tanto verde que lo desconcertó, quizás esa no era la salida, pensó en regresar a la entrada, pero estaba cansado y atravesó ese espacio sabiendo, porque a esa altura ya sabía, porque ya era fácil acomodar las piezas, y abandonó ese laberinto para encender un cigarro, para saludar al boletero que sólo movió la cabeza, para emprender el camino de regreso, buscando la tranquera, los árboles, y los pies llenos de tierra, llenos de buscar la salida que ahora sabía que no encontraría.

Texto agregado el 15-04-2010, y leído por 352 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
05-08-2010 buenisímo pintorella
20-05-2010 Lindo. Me gustó. Se siente uno dentro de la narración. Saludos. Azel
04-05-2010 Yo no me cansé, y terminé de leerlo. Grandes descripciones y una historia maravillosa que se disfruta desde el principio. Tiene muy buenos momentos y frases, supongo que ya te lo habrán dicho. Un gran elección, como siempre nayru
18-04-2010 Este texto logra lo que pocos, crear ese clima de desconcierto y desorientación que finalmente se resuelve en el laberinto pero que parece quedar pendiente en la vida. Muy bueno. el-tabano
17-04-2010 Muy bueno... louyann
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