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A ver, a ver ¿Cuantos años hacía..cuarenta? no ¡Cuarenticinco! Hacía cuarenticinco años desde que salí de Guatemala. Mis padres me mandaron 'al Norte' a estudiar. La historia es larga: ya no regresé.
Ahora de regreso a la capital ansiaba visitar los viejos y queridos lugares de mi infancia. Ensimismado en recuerdos me llegué a la Plaza Central. El Palacio Nacional y la bandera ondeando ¡Que belleza! Nuestra hermosa catedral a la que el español Javier Reverte osa llamar en su "Trilogía de Centro América" 'la burda catedral' ¡Burda será...! Los arriates con sus variadas flores y rodeados por los pequeños muros-asientos. La esbelta Fuente Luminosa en la que el agua brillaba por su ausencia.

Caminado iba por la mitad de la plaza cuando un muchachito de unos ocho años comenzó a caminar a mi lado ofreciéndome -¿Lustre, señor?-
Miré al niño y, no, los patojos (niños) lustradores tampoco habían cambiado: aún la misma camisa no muy limpia, medio metida entre los flojos pantalones sostenidos por una cuerda y luciendo una rasgadura en cada rodilla.
Descalzo y sonriente el niño portaba todo su equipo en la misma pequeña caja de lustre con agarradera en forma de zuela y el inevitable banquito.

-A ver, señor, sólo le va a llevar unos minutos, ande-

Curioso le pregunté -¿Cuanto vale el lustre?-

-Solo siete quetzales, para usté en seis-

-¿Seis quetzales? ¡Estás loco!- Recordaba que en mis días un lustre de zapatos valia 5¢, por supuesto en ese entonces el quetzal estaba al par del dólar y ahora casi a ocho por uno mas la inflación pero no, me pareció mucho. Seguí caminando.
-Está bien, usted va a creer que estoy loco pero se lo haré por solo cinco quetzales, no he tenido un cliente en todo el día.-
Tenía algún tiempo que matar, mi amigo de la escuela secundaria, ahora el Dr. Pinto me recogería en cosa de media hora. Me vi los zapatos, bueno, talvez necesitaban el lustre ofrecido.

-No regateemos más, te doy cuatro y me lustrás ya.-
-Bueno, sólo porque usted es mi primer cliente pero si mi mamá lo sabe, me va a matar.
Me indicó el arriate más cercano para que me sentara en el murito.
Era una bella tarde tarde capitalina en Guatemala viendo hacia el hermoso palacio y nuestrsa bella catedral (¡Burda!). Un vientecito soplaba la bandera ondeante, taxistas esperando la clientela y ¡ De repente la fuente empezó a correr! Ah, si, mi Guatemala de hoy como mi Guatemala de entonces.

El muchachito me indicó que colocara el pie sobre la caja mientra sentado en el diminuto banquito, expertamente introdujo dos pulidos cartoncitos en mi zapato para no manchar los calcetines. Yo lo observaba: la larga y espesa cabellera negra moviéndose al compás de la 'shinola' aplicada con los dedos. La oscura piel de la nuca cubierta de una generosa capa de mugre. El muchacho empezó a tararear una canción.
-¿Que estás cantando?-
-Nada, solo una canción.-
-¿Por que no la cantás para ver si la conozco?
El muchachito paró en su faena y mirándome desde su minúsculo asiento me contestó:
-Sólo si me paga cinco.-
Lo consideré justo y además estaba interesado en continuar la conversación.
-Bueno, está bien, te daré los cinco.-
El niño se me quedó mirando con aquellos ojos negros y achinados y declaró: -Vos sos gringo.-
Sorprendido respondí ¿Gringo? ¿No ves que te estoy hablando en español? ¿Acaso sueno como gringo?-

-Vos sos gringo- repitió con convicción.
Pensé que tendría que decir algo chapín (guatemalteco), algún modismo propio pero realicé que mi vocabulario regional estaba tristemente obsoleto después de medio siglo. Mi madre era de una provincia y decidí repetir una frase que le había escuchado toda la vida:
-Te voy a dar los cinco quetzales pero no creás que yo vengo de arrear pijijes.-
El pequeño lustrador no pareció impresionado. Al cabo de unos instantes terminó su faena y guardando sus pastas, cepillos y trapos de multiples colores, extendió la mano esperando el pago.
Al abrir la billetera noté que solo tenía dinero que recién había obtenido en un banco y los billetes eran de veinte quetzales, el niño no tendría cambio.
Tenía sin embargo unos billetes de a dólar y le pregunté si le podría pagar con uno. Tomó rápidamente el billete y guardándoselo me dijo con victoriosa sonrisa: "Yo te dije que vos sos gringo." Y se alejó sonriendo.

Ni soy rubio ni mis ojos tienen tintes marinos y luzco como cualquier otro guatemalteco. Mientras mi amigo conducía el coche le relaté mi reciente expereiencia y le pregunté -¿Que creés que hizo pensar al patojito que yo era gringo?-

-Muy sencillo: cuando le preguntaste el valor del lustre, él supo que no eras local. Cuando te vió calcetines cuadriculados, tu chaqueta azul de denín, camisa sport abierta, sin corbata y luego le pedís que te cante...¿Qué crees? ¿Que chapin le pide a un lustrador que le cante? Luego eso de los pijijes, el patojo probablemente es capitalino y no ha visto un pijije en su vida. En fin ¿Cuanto le pagaste?-

-Un dólar.-

En ese momento llegábamos a la casa de mi amigo quien abriéndome la puerta me dijo riéndose: -Pasá adelante, el lustre vale tres quetzales, no sólo sos gringo si no que gringo baboso.-

Si está claro, mi Guatemala no ha cambiado mucho, ni mi gente.

Texto agregado el 15-04-2010, y leído por 384 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
17-06-2013 excelente`+++++++++++++ Avefenixazul
24-04-2010 jajajaja como siempre, un gusto leerle y reirme un rato! esquizofrenica
19-04-2010 Miraq que sí sos un gringo tonto... cheeeeeeeeeee jajaja me gusto lo leido mis 5* y muchos besos yo_nilda
19-04-2010 muy linda historia, yo soy uruguaya, pero es cierto hablamos de dolares mas que de plata uruguaya jaja, no te dejes decir gringo baboso. sanducera
18-04-2010 Hermoso relato Rafa!!, placer como siempre ****** nanajua
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