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¡Rompan Filas!! La voz estentórea del sargento de infantería de marina nos remeció. Sin premura abandonamos la formación y nos dirigimos al interior del campamento. Un repentino traslado me había traído desde Santiago a ese, mi nuevo centro de reclusión: Puchuncaví. Otrora centro de veraneo para escolares de bajos recursos, se había convertido, a partir de los primeros días del golpe de estado, en campamento de detención para presos políticos. Cuando un grupo de detenidos salió a nuestro encuentro, mi experiencia de preso antiguo me advirtió: «comité de recepción…» En efecto, eran los encargados de recibir y orientar a los recién llegados. Fuimos, sin dilación, integrados a las distintas «carretas». Estas estaban constituidas por un grupo de 10 a 15 personas, que cocinaban en común, almorzaban juntas y convivían más íntimamente que el resto. Había alrededor de 12 carretas en el recinto. Mientras me ofrecían un té y unas tostadas, se hacían las presentaciones de rigor: - Este es Luis. Está hace 9 meses... - Mucho gusto, compañero - Este es José, nuestro cocinero... - Y este es Omar, dirigente poblacional... Así fui conociendo a los que serían mis compañeros los próximos meses... - Y este es el Cototo. Sorprendido y divertido miré al nuevo presentado: un quiltro pequeño, hirsuto y de raza indeterminada, de mirada vivaz que me saludaba agitando furiosamente el rabo. - Se llama Cototo porque apareció inmediatamente después del golpe… Entre risas me explicaron que, efectivamente, y sin que nadie supiera de donde, apareció el perrito, se integró a la vida del campamento y era considerado y querido por los detenidos, casi tanto como odiado era por los guardias que nos custodiaban. Habiendo prohibición para los detenidos de tener mascotas , se había dado muchas veces la orden de sacarlo, incontables veces habían ingresado los propios guardias en su busqueda y otras tantas habían efectuado allanamientos con la misma finalidad. Vanos intentos. Misteriosamente, el Cototo desaparecía de la faz de la Tierra. - Es que este es un perro de pueblo - , decía con cierto sectarismo, el Omar. - El sabe reaccionar frente al enemigo...-

Dos cercas paralelas de alambrada cerraban todo el perímetro del campamento. Entre ambos cercos, quedaba un pasadizo de metro y medio de ancho. Por él rondaban, toda la noche, dos hermosas perras pastor alemanas. Perras de «pedigree», por supuesto, grandes, de gran alzada. Estrenadas, no permitían que nadie se acercara a los cercos. Si eso sucedía, la reacción era inmediata y furibunda: un feroz y babeante hocico de afilados dientes desalentaba a cualquiera...
Cuando caía la noche, compartíamos con los compañeros un mate bien cebado. Y también compartíamos los sueños, las esperanzas, los recuerdos, ora dolorosos, ora tiernos. Las figuras amadas se tornaban recurrentes. En esas tertulias nació aquella frase, entre cínica, cómica y desesperanzada: ¡ cuando el Cototo se pise la perra !! Era la respuesta a la eterna pregunta: ¿cuándo nos darán la libertad? Era la mejor manera de expresar la desesperanza. Que el Cototo pudiera descargar su perruna sexualidad en la pastora alemana era del todo imposible. Incluso, físicamente imposible. Ya algunos intentos de nuestra mascota, entusiasmado por primaverales efluvios, habían resultado tragicómicos: apenas lograba llegar a las canillas de la encopetada perra. Y de ahí la frase con que se expresaba lo imposible:...el día que el Cototo...
La vida en el campamento se arrastraba lenta y fatigosa. Días planos, uniformes y aburridos. Buscábamos cualquier cosa que pudiera romper esa asfixiante rutina. En una ocasión una lluvia otoñal inundó algunas barracas que hacían las veces de dormitorios. Ante nuestro reclamo, la marinería nos informó que, si queríamos evitar futuras inundaciones, nosotros mismos deberíamos hacer los arreglos pertinentes, para lo cual se nos podría proporcionar herramientas. ¡Eso ya era una ruptura de las rutina! Con entusiasmo, entonces, nos dimos a la tarea de cavar canales de evacuación de aguas alrededor de las barracas. Pala y pico eran nuestra terapia ocupacional. En poco rato, habíamos conseguido parte de nuestro objetivo. Vigilados, como siempre, por la perra pastor alemana. Esta, atraída por el olor fresco de la tierra húmeda, metía su nariz en la zanja, entraba en élla, escarbaba en busca de quizás qué tesoros enterrados. No sé en qué momento se produjo. Sólo recuerdo que los presos se aglutinaron, formaron una entusiasmada rueda y aplaudían y alentaban. ¡El Cototo!!...aprovechando que la perra metida en la zanja le ofrecía, sin querer por cierto, sus encantos...¡había logrado el milagro!! Si, señor, ahí estaba el popular quiltro, entusiasmadísimo, haciendo los honores sexuales a la perra aristócrata...! Ante el griterío, aparecieron los marinos. Reaccionaron, primero atónitos y luego con furia. A balazos siguieron al Cototo, que colgaba grotescamente de una asustada perra, que huía del lugar sin saber qué pasaba.. Nuevo allanamiento en busca del canino violador, sin resultado, como siempre.
Tres días después del incidente, el gobierno militar de Pinochet anunciaba el término de los campos de concentración y la libertad de todos los presos políticos. ¡Se había cumplido la cábala!...el día que el Cototo...
48 horas habían pasado desde el anuncio militar. Los presos con sus escasas pertenencia ya embaladas,. prepararon el acto de despedida. En un extremo de la cancha de basquetbol, un improvisado escenario, formado por cajones cubiertos con una frazada, recibía a un Cototo engalanado que, como si supiera, se mantenía calmo y enhiesto en su lugar. Discursos de los representantes de los distintos partidos, hacían mención al «compañero Cototo, héroe de la jornada...» Finalmente, una medalla, confeccionada con una antigua moneda de plata, fue colocada en su cuello con una cinta roja. Luego de breve discución, el Cototo fue «adjudicado» a un compañero campesino, hirsuto y popular como el mismo quiltro, quien juró cuidarlo de por vida. Lo último que ví del Cototo fue su hocico, pegado al vidrio del bus que lo trasladaba a él y a su nuevo dueño, hacia la libertad. Y...¿ me creerán?...¡parecía sonreir...!



ººººººººººººººººººº En homenaje a tantos compañeros que entregaron parte de su vida, y algunos la vida misma, por el retorno a la democracia en mi país

Texto agregado el 25-06-2004, y leído por 815 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-06-2005 Muy buen texto, la narración es muy buena y hace que no quieras dejar de leer hasta la última letra del texto. Un observacíon muy simple, en algún lugar escribiste "campamente", corrigelo y queda perfecto. Saludos Encontrada
20-02-2005 Me gusto tu texto, colega. Mis estrellas 5* peinpot
20-02-2005 Me gusto tu texto, colega. Mis estrellas 5* peinpot
25-07-2004 me gusto mucho tu cuento es muy emotivo y da gusto saber que dentro de tanta adversidad tenian algo a que aferrarse, escribes con mucho sentimiento felicitaciones shanni
26-06-2004 Merecida apología "al cototo"...sobre todo narrada con tanto cariño y nostálgia...Precioso escrito Frisco!!***** ele_angel
 
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