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8:36 p.m. 16 de marzo: Andrés
La miraba desde la ventana de la segunda planta, con los ojos enrojecidos y con las ganas que lo invadían cuando ella llegaba y se apoyaba del árbol que está al lado del edificio. Le había escuchado el silbido a las ocho y él se asomó para cerciorarse de que era ella. Y sigue mirándola, con algo que sujeta a sus espaldas, recostada del tronco, transfigurada por el efecto de la marihuana en un animal que le saca los vapores calientes, que van y viene por su nariz de muchacho ingrávido. Son bufidos exagerados por el humo que nace de un troncho dentro del cenicero y de atrás del edificio.
Andrés sospecha entonces que lo ha hecho. Y siente frío en el pecho. Está asustado. Aspira el troncho y la punta se encandece. Luego la llama soltando el humo, pero ella no quiere escucharlo. No voltea a verlo y ríe sola. Ella sigue pegada al árbol, riéndose de sus gritos (se reía de todo), del humo espeso que ya llega a su cuerpo, de las luminarias que comienzan a chamuscar las ramas del árbol.
Cuando ella lo vea hará señas para que suba y le contagie su risa grande que expulsa mariposas. Para meterse en su mundo de mascotas azules y protegerse. Para olvidarse de las llamas con besos de aliento a hierba y el exhalar de humo que les saltará de las bocas y como un fantasma ebrio flotando en el cuarto apagará el fuego.

9:27 a.m. 12 de marzo: Fernando
La vi ayer, buscando algo entre la basura. Sacó muchos papeles y los amontonó cerca del árbol de abajo. La novia del muchacho del segundo piso. Del que está loco. Así le dice mi mamá cuando habla con Laura, la española que cobra el condominio, pero me parece que no está loco. También dice que ella está loca porque anda con un tipo dañado. Le pregunto a mamá por qué está dañado y cambia el tema de la conversación. A mí me parece que tampoco está dañado. Nada más me da risa cuando lo veo riéndose solo y por nada en las escaleras cuando regreso del liceo. Ella también hace lo mismo como si algo le hiciera cosquilla por dentro. Hace una mueca con los labios, que se tuercen por un lado, mueve la cabeza como si se le fuese a caer y luego suelta la risa. Así se ve linda. Los dos tienen los ojos rojos, como si lloraran todo el tiempo. A mamá no le gusta que los mire. Entra a mi cuarto a veces y me pregunta quién está abajo y le digo que no hay nadie. Entonces me da un beso y se va. Pero ayer ella dejó todos esos papeles cerca del árbol y los prende con un fósforo. Se queda observando el fuego hasta que se apaga, igual a una estatua, hasta que el humo la envuelve, como si ella ardiera. Así me sigue pareciendo linda. Todas esas cosas la escribo en mi diario y nadie más lo sabe. Ni su novio, ni mi madre, ni Laura, la española.

7: 45 p.m. 13 de marzo: Laura

Volví a masturbarme en el baño esta mañana. Es una manera de descargar tanta presión. Todo a estas alturas me cansa. Bajar a cobrar el condominio es monótono y asfixiante. Además, vérmelas todos los días con las ocurrencias de esos dañados, como les dice la vecina del tercero, también desborda mi paciencia. Como nadie ignora lo que hacen en el apartamento me metí con ellos. Los acuso ante los demás de la porquería que fuman. Los padres de él viven lejos, pero son los que envían el dinero de la pensión. Por una parte eso me libera. Me consuela la idea de estar ayudando a la mejora del edificio, mientras aumenta mi cuenta en el banco.
En el apartamento todo parece volverse un abismo. Cada día desaparece un sentimiento donde surge una pena nueva. Nunca sé dónde tengo que esperar la próxima emoción. Ayer triste, hoy alegre, mañana nostálgica, pasado mañana un poco de los tres, quién sabe. Todo es culpa de Humberto. Él jamás viene cuando lo necesito. Me pregunta si lo quiero y yo le respondo que sí, entonces se va sin besarme, sin acariciarme y me dice que está cansado de muchas cosas pero no sabe de qué; lo sabe, pero teme decirlo.
A veces vamos a la playa y me deja bañándome sola en el mar. Las olas parecen sustituirlo porque saben cómo balancear mi cuerpo entre fogosidades. Él se queda acostado en la arena, leyendo, durmiendo o fumando. Lo invito a bañarse conmigo y de inmediato sale del agua porque le da frío. Ni en el centro podemos andar como una simple pareja. Me suelta de la mano en el acto que descubre algo que llama su atención en las tiendas. Sobre todo para comprar cigarros o alguna revista de deportes.
Para resolver los problemas le he pedido que se venga a vivir al apartamento. No le parece, me ha dicho que tiene su propia casa y lo más conveniente es que sea la mujer quién deba recibir la protección de un hombre. Claro que me parece machista y, sin embargo, no le he hecho, no por que no quiera irme con él, sino que no puedo dejar de hacer ciertas cosas aquí. Particularmente, seguir cobrando para regresar a mi país y fastidiar a algunos. No me lo ha vuelto a pedir.
Me ha dicho en la mañana que parece que va a tomar una decisión importante. Me da miedo pensar de qué trata. A él le cuesta también asumir nuestra realidad, pero tiene más firmeza a la hora de encontrar una solución. Yo le dije que fuese lo que fuese estaría de acuerdo si es por el bien de los dos. Y no quiero, para nada, que esto termine.
Son las ocho. Humberto ya va a llegar. Escogí la mejor ropa para hablar. Sigo sintiendo miedo y todo eso. No convenimos qué comeríamos. Algo se me ocurrirá mientras nos acomodamos para hablar. También dejé enfriando una botella de vino. Una botella nos resuelve los desentendimientos y los imprevistos de una última hora sin planear. Y viéndolo bien, es buena señal. Humberto llega, aplasta la colilla del cigarro con el zapato, bota una bocanada de humo, ve la botella en la mesa, entra sin decir nada y me besa como nunca lo había hecho.

11:47 a.m. 14 de marzo: Humberto
Mira sobre las taquillas de la onidex y el reloj da las 11:47. Hace catorce minutos la secretaria dijo que, a un cuarto para las doce, señor. Hace ocho minutos se había fumado afuera el último cigarro de la caja que había comprado esa mañana. Hace dos minutos Marisela dijo que, sí, Humberto, podemos salir el sábado. A ella también le contó el número de pecas que se dejaban ver por encima del escote. Era una mujer que acababa de conocer.
Se acomoda la chaqueta, la hala hacia delante y junta dos botones nada más. Abre la carpeta, comprueba que todo esté en regla para sacar el pasaporte y después de mirar atrás, hacia la pizzería que se deja ver por el vidrio, da un beso fugaz y sugerente a Marisela. Ya, Humberto, no te pases, dice, pero con la sonrisa pícara que a él le incita otro beso.
Larga un suspiro cuando mira el reloj: 11:50. Espera. Laura también, su española rica que lo deja fumar porque se lo aguanta; la caraja blanca que cobra el condominio en el edificio Los Rosales; que le gusta que la cojan por detrás, y es lo único bueno que tenía…
Se esfuma el pensamiento. Un lapicero, dijo un hombre. Humberto negó mirándolo a la cara. Aquél se encoge de hombros y dice que un lápiz también le sirve. No le gusta el tipo y le dice que no tiene nada y que lo deje en paz. Vuelve a encogerse el hombre y sigue hasta el fondo, por una puerta cerca de donde toman la foto. “Está loco”, pensó Humberto.
Marisela va al baño y él le ve el pa`ti pa`mí del culo cuando camina. Ella también vino a sacar el pasaporte, hacia el norte. Le remueve una ligera erección al recordar lo del sábado y se acomoda el pantalón. “Ojalá cierren y dejen de sacar pasaportes”, piensa.
El reloj de la muñeca da las 11:55. Se acomoda en la silla para que no le duelan tanto las nalgas. Marisela lo distrae con esa manía de arrancarse los cueritos de los dedos con el lapicero mientras le habla de su vida. “Pura paja” —pensó. Un lapicero, dice otra vez el hombre que se para de nuevo frente a él. Lo ignora y mira a Marisela. Lapicero, repite el hombre con firmeza y la secretaria lo llama. No moleste más a las personas. Toma y salte. El hombre coge el lapicero y sale a través de la puerta de vidrio del frente. La secretaria se acerca con pena y Humberto se alegra: Discúlpennos, pero por esta semana ya no vamos a sacar más pasaportes.

2:33 p.m. 14 de marzo: Fernando
Hoy tuve un problema con mi mamá. Todo por culpa de Laura. Ella vino a mi cuarto por la mañana, no sé a qué, se acerca a mi cama, dice que huele a porquería, y me pregunta que por qué me gusta oler a incienso, pero no le digo que es porque me siento tranquilo con el aroma de miel chamuscado. Porque me gusta el color del humo, le respondo y me queda viendo como si fuera el último pecado que a un cristiano se le puede ocurrir. Cruza los brazos y me dice que me deje de eso y le pregunto por qué, entonces su mirada me fulmina y va y le cuenta a mi mamá que estoy fumando algo. Mi mamá entra al cuarto, me da varios correazos y me quita el incienso. Que me olvide de eso, que voy a quedar dañado como el otro. Todavía me duelen las piernas, pero de todas maneras me quedaba incienso entre las sábanas. Y cuando mamá se fue a dormir, encendí otro, tratando de hallar un alivio a las marcas de la correa.
3:26 p.m. 14 de marzo: Laura

Humberto me dijo que para la semana siguiente. Cuando fue, se había acabado el papel sellado. También quiere irse, pero era cuestión de esperar. Pensé que pegaría el grito al cielo cuando le dije para irnos a España. Se quedó tranquilo, encendió un cigarro y en el contorno del humo pareció visualizar la respuesta: Sí, mi amor, nos vamos. Tuve esa sensación de que por fin todo mejoraría y yo me alejaría de estas cosas que me amotinaban. Tanto, que no me importó que me quemara con el cigarro cuando me quitó los pantalones y me cojió en el piso, por detrás.

9:14 p.m. 16 de marzo: Andrés
Le está pesando la noche. Ahí hay algo que le inquieta y lo percibe desde la ventana. Ella sigue pegada al árbol y se está riendo, pero no con él. Ya no tiene las manos detrás y las junta al frente, enseñando el recipiente vacío. Por sus labios cae una lluvia de luciérnagas luminosas y volátiles. Parece petrificada, como si nada la pudiese mover, ni la brisa, que está más caliente, ni el árbol. Y él recuerda las otras veces cuando ella llegaba al árbol y se quedaba recostada al tronco. Ahora no es igual. Por los ojos se le derrama un brillo sangroso, dulce, vespertino. Acuden a su frente lombrices y gusanos luminosos que hilan una cortina espesa de niebla negra. Le empiezan a doler los ojos de tanto no verla por la humareda y se persigna cuando escucha sirenas a lo lejos y sigue fumando con más ansias, alentando algún duende que la rescatará de las llamas. ¿Por qué ella no lo ve? ¿Por qué no se va de allí?

7: 04 p.m. 14 de marzo: Laura
¡Será el colmo! ¿Cómo se iba a atrever esa dañada a escupirme en la cara? Me quedé con la porquería esa que fuma pegada al ojo… ¿Te parece gracioso, Humberto? Por supuesto que me molesta. Esa estúpida está loca. ¿Cómo se le va a ocurrir quemar cartones en medio de las escaleras? Ahora no sé con qué voy a limpiar los escalones. Si no bajo a cobrar no me doy cuenta... Sí, cobré los tres meses por adelantado. Pero lo que me tiene preocupada es la loca ésa. Le dije que dejara eso y lo apagara. El otro me vio y se fue… Sí, el novio. Parece un marica fumón. Pero ella se quedó y me insultó. Yo que no aguanto grosería de nadie le di una cachetada y se vino entonces a escupirme la desgraciada… No, Humberto, eso es para el viaje. No te puedo prestar nada. No te moleste, pero es que tenemos que ahorrar para irnos a España… Ven, quédate. No te vistas. Vamos a darle otro —risa—. Te cansas rápido. ¿Y mañana nos podemos ver en tu casa? Aquí estoy harta ¿Por qué? Está bien. Disfruta con tus amigos.

1:23 p.m. 15 de marzo: Fernando
Aspiré el olor a incienso: se metió en mi nariz con gusto. Ya no estoy temblando como cuando empezó a besarme. La dejé entrar al apartamento porque estaba solo y ella tocó con insistencia. Parecía que ya no era novia del dañado. Me sorprendió verla parada en el umbral, con su mirada roja y su risa estúpida, pero era linda. Más alta y mayor que yo. No dijo nada y sentí su boca áspera sobre la mía. Había algo caliente y podrido en su boca, pero no me importó. Entramos a mi cuarto y nos desnudamos y comenzamos a tocarnos y modernos como si nunca fuéramos a dejar de hacerlo. Ella se quitó la falda y se montó encima, gritando, convulsionando mientras yo sentía una descarga profunda entre mis piernas que no podía controlar. Después, se quedó un rato conmigo. Le pregunté por qué quemaba cosas y ella contestó distraída, hablando algo que nunca entendí, pero que tenía que ver con el cielo y las llamas de la purificación. Recuerdo que me dio un escalofrío cuando me preguntó por qué escribía. Me asusté. Pero fue que vio el diario en la mesita y le dio curiosidad. No sé que le respondí. Hace una hora que se fue y todavía me parece que aquí huele a ella, ese olor a hierba quemada que se mezcla con el del incienso.

6: 26 p.m. 15 de marzo: Humberto
Un cigarro tras otros se le van de las manos a Humberto. Cerciorándose de vez en cuando de la hora para no arrepentirse de haberla enamorado en la onidex. Yendo y viniendo alrededor del poste, tropezando con la gente por la impaciencia. Gente que se monta en un autobús y él esperando por culpa de Marisela.
Quedan cinco cigarros que para él son como los últimos minutos de paz que le quedan. Lanzando cada colilla al pavimento y descargando una bocanada de humo al aire, tenso y despacio, nublando más rápido la tarde. Se busca la paciencia en los bolsillos de la chaqueta, en la correa, en los botones del cuello. Humberto que deja pasar a una vieja para que suba a otro autobús que se va sin él.
¿Y entonces?, preguntándose. Buscando suerte en el penúltimo cigarro. Éste con más tranquilidad. El yesquero en las manos abovedadas, la punta encendida, el rápido aspirar, el cigarro entre dos dedos, la columna erguida y botar el humo con gracia. ¡Qué vaina, pues!, a él mismo. Se iba a quedar con las ganas de tirar esta noche. Dos caladas más y cerrar los ojos. Una concentrada para atraerla y se acuerda del reloj: 6:33. ¡Bien bueno, pues! ¡Qué se joda! Y arranca de improviso por la acera, sacando por la boca el humo que se iba para atrás. ¡Humberto! Espérate, chico. Marisela lo abraza y él piensa: “ahora te lo voy a meter por detrás, por pajúa”.

2:21 a.m. 16 de marzo: Fernando
Duelen todavía los correazos. Abajo, en las piernas, está saliendo sangre por una de las marcas. Cuando ella se fue llegó mi mamá. Le dijeron que había entrado al apartamento, porque fue a mi cuarto y se empezó a enrollar la correa en la mano. Nunca me había pegado así. Todavía escuché a mi mamá gritar después que salió de pegarme. En la sala alguien dijo que eso pasa por dejar a estos muchachos juntarse con cualquiera, que ya esto pareciera que no tiene remedio. Después todo se quedó en silencio. Ahorita no tengo sueño. Ya no tengo incienso para calmar el dolor. Prefiero escribir para olvidarme de todo, de cuando mi mamá dijo que con esa puta no me quería ver más. De eso y de otras cosas que no recuerdo porque quería aguantar los correazos. Ahora tengo que guardar bien el cuaderno porque mañana viene mi mamá otra vez. Y ahora va a traer un cable.

9:18 a.m. 16 de marzo: Laura
¿Debería llamarlo? ¡No! Es un maldito. Se las traía consigo cuando me dijo que ayer no podíamos salir. Para sorprenderlo fui a su casa. Toqué pero nadie abrió. Si iba a estar con sus amigos debería haber ruido, pero todo estaba en silencio. Di la vuelta a la casa y me asomé por la ventana. En el cuarto los vi. A los dos revolcándose en la cama. Vi a Humberto hacerle a esa perra las cosas que pensé sólo a mí me hacía. Le voy a decir que se olvidé del pasaporte. Me voy sola…

9:21 p.m. 16 de marzo: Andrés
Volvió a llamarla. Le grita que se quite de allí. Con llanto, con desesperación. Que se aleje del fuego. Pero ella ya no es ella. Ella se queda como pegada al árbol, rígida y sin vida, como si ya estuviese muerta por dentro y sonriente por fuera, ¡Pero no lo está! ¡Quítate! ¡Quítate! ¡Quítate! ¡Quítate! Y ella que no mira ni hace caso. Y a él le machaca la cabeza el humo de su cuarto, el otro humo, las llamas. Todo lo que la muchacha había prendido con gasolina detrás del edificio. Que llegan más rápido que las sirenas. Toda la gente comenzó a salir, pero él no salió porque estaba asustado y confundido. Ve como el fuego se acerca al árbol y ella no se va. La gente no puede ayudarla porque el muro que está delante del edificio oculta el árbol. Entonces, bota lo que está fumando, se acurruca debajo de la ventana y a ella no la ve más. El humo en el cuarto comienza a asfixiarlo y él no se va. Se queda llorando: un diluvio veraneado que se le escapa de los ojos con ramajes de incandescencia solitaria; como si la soledad no fuera junto a él, sino él fuera la soledad; o peor, como si la soledad no fuera ni con él.

SUCESOS
El Vespertino Lunes 17 de marzo de 1997

Reporte especial: Los bomberos de la unidad central de la ciudad acudieron a un incendio en el edificio Los Rosales. El siniestro comenzó cerca de las 9:00 de la noche, del día de ayer. Gracias a la acción rápida y eficaz del cuerpo bomberil lograron aplacar las llamas que acabaron con más de la mitad del edificio. Las autoridades declararon que sólo encontraron tres cadáveres entre las adyacencias del edificio y dentro del edificio mismo, que no fueron tocados por las llamas, sino murieron asfixiados. Excepto el de una mujer, de nacionalidad española, de unos treintaicinco años, aproximadamente, cuyo cuerpo carbonizado fue encontrado colgando de un alambre de la puerta de su apartamento. Según los inquilinos era la que cobraba el condominio. Se plantea la hipótesis del suicidio antes del fuego. Las causas del incendio aún son desconocidas.

Humberto cierra el periódico. Toma el cigarro del cenicero, aspira lo que queda de él y bota una bocanada arremetedora, como si fuera el último espectro de humo que le queda en el alma.

Texto agregado el 14-04-2010, y leído por 139 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-05-2010 e tome tiempo en leerlo....es un texto como para disfrutarlo lento....profundo....historias de vidas que traspasan los sentidos...y yu imaginacion desborda imagenes...a veces impensables... Me ha gustado mucho.....me transporte al leerlo...recorri las imagenes....vivi los personajes... Que pena que por aca no pase mas nadie a comentar..es un texto demasiado bueno,,para el silencio... Como simepre amor te dejo mis cien palomas al viento... palomita_ausente
 
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