Del rio se dejó abrazar mi amada y mis ojos veían una antigua frase de Heráclito retozar por su piel. Tal vez mi boca no pueda plasmar el mismo beso de ayer por sus constelaciones de lunares, me dije. Era toda una sirena abrazada por la sangre de la tierra. Yo también me desnudé, nuestro cuerpo de pan ahora se hizo líquido. Nos unimos como un dulce animal de cuatro piernas y cuatro brazos, dos cabezas y un gigantesco y solitario corazón para latirnos nuestro amor. Nuestras bocas se abrieron en un beso y cerraron nuestros ojos. El riachuelo rompió la tierra. Se hizo un gran Lago (quizás el Malaui). Baco derramó sus pétalos y enrojeció en vino todo lo azul. El beso era eterno y siglos pasaron junto al viento rozando nuestro pelo. Miles de lunas y soles congelaron e incendiaron la epidermis de este animal que fuimos. Y centro ingrávido de la galaxia nos hicimos rodeados de estrellas y cometas que danzaban como luciérnagas a nuestro alrededor. La tercera guerra mundial consumió muchos amores, mas nuestro instante, ni se enteró. Nos tatuamos con los dedos afilados en caricias, cicatrices de pasión por las espaldas. Envejecimos como dos Matusalenes y al morir el roce de nuestros labios, nuestros ojos ya abiertos descubrieron que aun éramos jóvenes y que teníamos muchas eternidades más para vivirlas en un beso.