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Inicio / Cuenteros Locales / dosenlaciudad / Crónicas de una mujer infiel I (El mudo)

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Nunca habla de más, las palabras que pronuncia son objetivas, certeras y pocas, muy pocas. Sin embargo, todo lo que no expresa con palabras, lo expresa deliciosamente con las manos. Su complexión podría no denotar precisamente agilidad y fuerza, pero tiene destrezas que nadie imaginaría.

El principio fue una pagina de internet, después el mensajero instantáneo, que da el beneficio del anonimato. Sinceros, aunque reservados en un primer momento, desviamos la conversación hacia nuestro provecho poco a poco. La intención era la misma en ambos, solo que por la condición clandestina de nuestros encuentros, nadie se atrevía a plantear la posibilidad de un encuentro físico; no nos conocíamos en persona.

Ante la inexperiencia en ámbitos de infidelidad demoramos unas cuantas conversaciones en acordar una cita. La primera fue en una sala de cine, ante la proyección de una película que ninguno de los dos tenía ganas de ver, pero que terminamos viendo gracias a nuestra irremediable timidez. Al salir, caminamos bajo la lluvia sin rumbo y sin conversación, en una esquina cualquiera nos despedimos fríamente y cada quien siguió por su lado.

Siguieron las conversaciones por el mensajero cada vez más íntimas hasta que un buen día acordamos el encuentro, el verdadero encuentro. Lo planeamos y preparamos más que un proyecto de vida. La idea general era ir a un hotel, llevar algo de tomar y de beber, tener algo de intimidad, platicar, conocernos. Pero cada detalle era una complicación, nos preguntábamos si de verdad todo sucedería tan fluidamente como lo estábamos planeando.

Primer encrucijada: el hotel. ¿A qué hotel ir? Después de días de vacilaciones acordamos uno cuyo nombre es el de un caballero, el hidalgo más famoso de la literatura universal. Pero nos metimos en otro problema, la música, qué canciones incluir en un disco que iba a servir de fondo; más días de proponer, aprobar y desaprobar canciones hasta tener lleno un disco.

Las bebidas, debíamos llevar dos tipos: una que nos sirviera de estimulante para desinhibirnos, pensábamos que al conocernos tan poco nuestra timidez seria un obstáculo. La otra bebida debía ser hidratante y algo de botana para no morir de hambre. Superado esto pasamos al siguiente gran punto por resolver.

Una vez fuera la inhibición. ¿Qué demonios haríamos en la cama? Cada uno hizo una lista de lo que le gustaba, lo que no, y lo que nos gustaría experimentar; integramos ambas listas e hicimos un itinerario de movimientos, posiciones y demás. Nos dimos a la tarea de hacer también una minuciosa lista de temas de conversación.

Todo dispuesto, acordamos el día, la hora y el lugar. Tuvimos algunas conversaciones antes, donde nos admitimos llenos de nerviosismo, incertidumbre, miedo, entusiasmo. Llegado el momento estuvimos puntualmente, compramos todo lo necesario y nos pusimos en camino hacia el hotel que tenía nombre de caballero andante.

Llegamos y desde ahí nada salió como lo habíamos planeado. La bebida estimulante se quedó entera, nunca hubo música, la botana quedó casi completa, de la lista de temas de conversación nadie se acordó. Cerramos la puerta y nos olvidamos de todo.

Llegué a casa con una sonrisa que no se me había visto en años enteros. Para recordar y conservar esa sonrisa me tomé una foto, quien la ha visto asegura que me veo plena y desbordante de felicidad. Y cómo no iba a ser, si por primera vez en muchos años alguien me dedicó miradas y caricias que parecían especialmente hechas para mí.

En el espejo de ese hotel, desaparecieron mis estrías y demás imperfecciones del cuerpo, por alguna razón ese espejo era mágico y me devolvía una imagen de mí que me gustó, más que la imagen del espejo de mi casa, donde ni por accidente me atrevería a mirarme desnuda.

Nos volvimos a ver. Las siguientes ocasiones no compramos nada, no planeamos en grande; simplemente encontrábamos el momento y nos veíamos, sin más trámite, bebidas, música o botanas, sólo nosotros dos.

Empecé a entender el valor del amor desechable; dos personas entregan todo mientras están juntas, pero después, nada de sentimientos ni ataduras; cada cual a su vida, su espacio, sin sufrir o extrañarse.

Para ser mi primera infidelidad, aprendí mucho. Aprendí a querer sin salir lastimada, a disfrutar sin remordimiento de conciencia y volver a mi vida marital sin arrastrar sentimientos y recuerdos surgidos en otra parte y con otra persona. Y sobre todo, comencé a ejercitar el complicado arte de la discreción.

Texto agregado el 13-04-2010, y leído por 184 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-03-2011 Ja! excelente! Me encantó esto, voy por los otros. galadrielle
18-06-2010 La impimí y la leì cuidadosamente y sabes es genial, ese de amor desechable es lo que màs me encantò. Gracias por la simpleza que nos muestra la vida sin andar con remordimientos, solo disfrutar. lmarianela
25-05-2010 Excelente firpo
19-04-2010 Espero que sea de la vida real, como tú dejas ver, lo esencial es la felicidad propia, la felicidad del cornudo, es otro tema. NeweN
 
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