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Inicio / Cuenteros Locales / ximenaranda / VEINTE Y CUATRO PILSENER

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La sombra cruzó la calle como arrastrada por el viento norte, unas gotas de lluvia cantaron en el brillante asfalto que ocultaba antiguos y firmes trozos de piedras canteadas, en la que otros pasos hicieron eco, años atrás.
Caminaba tambaleante, buscando el apoyo de los muros y sus viejos y abiertos zapatos, emitían un lúgubre sonido.
En la puerta del bar, dos parroquianos se despedían entre hipos de cerveza, con los cuerpos inclinados hacia delante, las manos en los bolsillos y un pitillo – a medio fumar – colgado de los labios.
Uno de ellos liberó una mano y la apoyó en el hombro del otro, no en una actitud protectora, sino más bien, como una búsqueda desesperada del equilibrio que había quedado anclado a las patas de la mesa, sobre cuya cubierta – como si fueran un trofeo- veinte y cuatro pilsener enseñaban, la desnudez de su contenido, al mundo.
Dieron dos pasos temblorosos fuera de la puerta y sus humanidades fueron a estrellarse contra una ventana; de sus labios escaparon algunas palabrotas, las que fueron contestadas por una airada matrona que cerraba su casa, justo al frente. El rezongo de la mujer se escuchó claro: Deberían hacer algo! No sé en qué están las autoridades! Esta era una cuadra tranquila, pero, desde que se instaló este boliche infame, sólo se ven borrachos por aquí…
Y aún más fuerte les gritó: A trabajar mejor, borrachos…
Descargada su furia, cerró con doble llave la puerta y aisló a los suyos del espectáculo que, a partir de ese instante, mantendría expectantes a los vecinos, a medida que salían los parroquianos del lugar.
- Compadre, ¿escuchó a la una vieja que gritaba?...preguntó uno de ellos.
- No sé na’yo! Debe haber sido el viento compadre…
Reemprendieron la marcha por la vereda, como jugando a cruzarla una y otra vez, abrazándose a cada poste que se ponía en su camino.
- Se nos anduvo pasando la mano parece…gimoteó el más bajo de los dos y, en un movimiento subió las solapas de la chaqueta hasta cerrarlas altas en su cuello.
Tal vez por el movimiento que hizo, su pequeña humanidad arrastró la de su compadre y ambos se estrellaron en el dintel de una puerta, casi al llegar a la esquina. Se aferraron a ella como náufragos a un madero; desde la puerta apolillada debían tomar el respiro necesario para cruzar, en un esfuerzo de titanes, la calle. Por un lado el cerro, por el otro la pendiente que baja hasta Aldunate, apurada y empinada.
Aquello de los puntos cardinales era un concepto que había sido borrado de sus mentes por la cerveza, si bien caminaban, no sabían a ciencia cierta a dónde llegarían y dados los resultados de los metros cuadrados de pilsener, extremaban el cuidado para tan peligroso paso. La fuerte luz de un micro les hizo cerrar los ojos y arrugar la nariz; la gente que bajó de ella les miró con asco y se alejaron rápidamente, aunque no podían hacer lo mismo, reiniciaron su andar, tambaleantes pero valientes y lograron llegar hasta la mitad de la calle…
Un sonido extraño los distrajo de su objetivo y buscaron en las cercanías aquello que lo emitía. Una sombra negra y alada cayó sobre ellos gimiendo y aullando, luego, rodaron calle abajo en un remolino de brazos y piernas, que no se entendía.
-¿Qué pasó compadre? gimió el más pequeño…
- No lo sé…Pero si fue la micro, te juro que llamo a los pacos…
Unos pasos más abajo, tirado como espantapájaros, con los zapatos abiertos y los ojos desorbitados por su mente desquiciada, el Glogló reía insanamente…


Texto agregado el 13-04-2010, y leído por 206 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
15-06-2011 lo del glogló me dejó como ignorante, ¿algo de carácter regional? NeweN
13-04-2010 que buen cuento.. no se cuantas veces me he visto en esa situación y es divertido leerla desde fuera manuelfo
 
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