DESPEDIDA.
La actividad matutina del último día de semana siempre es estresante, el teléfono no cesa de llamar. Tras una larga comunicación con la Universidad he sostenido una negociación con un proveedor, más tarde tengo una reunión, y las horas avanzan advirtiéndome que gran parte del trabajo lo terminaré fuera del horario normal. De pronto la secretaria entra y, entre sus manos lleva un sobre blanco de tamaño regular, más bien pequeño, algo abultado, y al entregármelo me dice:
- Acaba de llegar, quizás es lo que usted estaba esperando.
Miro la letra y el remitente y le digo:
- No, no es el que esperaba... y lo dejo sobre el escritorio.
La verdad es que temo abrirlo, sé lo que contiene... Ella me lo dijo hace unos días:
- “He puesto todo en un sobre y te lo he mandado, no soporto tener esas cosas a mi lado.”
¿Qué le podía decir? No tenía otra opción que aceptar que depositara en mis manos el lamento desgarrador de su primer fracaso de amor.
Sabía que contenía pequeños regalos que él - su enamorado de igual edad - le había dado para San Valentín y en otras oportunidades anteriores:
una pluma color violeta, una goma blanca, una tiza del pizarrón de la escuela, una moneda, dos hojas de cuadernos escrita con letra pequeña en las que le hablaba de amor, algunos recortes de papel, dos dibujos que los representaba a ambos y dónde sólo faltaban los corazones entrelazados con sus iniciales.
Sobre el escritorio yacen los pequeños tesoros esparcidos, a la par que yo siento el dolor que traen consigo. La tiza colorea mis dedos y estruja mi alma, recordándome ese primer amor en los años de colegio, todo lo que él tocaba era digno de ser guardado para siempre entre las hojas de mi diario de vida...
¿Eran entonces diferentes los sentimientos? ¿Era el amor distinto? me pregunté y dejé que mis pensamientos volaran buscando la respuesta a la pregunta que me hacía, olvidé la tensión del trabajo y desconecté el teléfono. Ella merecía mi atención, estaba depositando en mí todos los recuerdos de su primer amor y también el dolor que sentía: un pequeño anillo de plata giró entre mis dedos, Él se lo había dado para el día de los enamorados como prueba de su amor y ahora había cruzado los mares para descansar entre mis manos y recordé sus palabras cuando lo recibió:
- “Llevo su anillo en mi mano”...
Con cuanto orgullo me lo había dicho.
Si, era el mismo anillo, ése que se había quitado llorando de su anular y que introdujo en el sobre junto con los demás recuerdos, cuando él le confesó que había dejado de quererla y ella no supo o no quiso entenderlo. A sus trece años vivía el drama del abandono, el latigazo del desamor y la desilusión de saber que él, influenciado por sus amigos, había optado por otro camino.
¿Y qué podía decirle yo para que sus heridas se cerraran? Tal vez que el amor es como una veleta que el viento mueve de un lado a otro y que muchas veces llega o se va sin que nos percatemos? No, no puedo asegurar algo como eso, somos nosotros los que lo transformamos cuando dejamos de alimentarlo.
Debería decirle que el amor es dar, siempre dar, sin pedir nada a cambio. Que es... la mejor razón para vivir...., pero él la ha dejado como alguna vez me ocurrió a mí y volví a interrogarme, buscando la forma de entregarle el consuelo que necesitaba.
¡Tan niña y tanto desencanto! No lo puedo aceptar, no me importa haber experimentado el dolor de amar sin ser amada en la misma forma; soy adulta y mi piel se hizo dura con el tiempo, hasta transformarse en una coraza protectora para cada nuevo golpe del destino, ella es sólo una niña.
Tengo que decirle que el amor nunca se cansa de golpear la puerta del corazón y que lo hace cuando uno menos lo espera, entonces vuelven y reviven las ilusiones y una sonrisa bailotea permanentemente en el alma.
¿Cómo decirle que la vida es hermosa, pese a lo que siente hoy? Que el mañana existe y está al otro lado de la ventana y que en unos días más me hablará de otro chico, que le ha dicho cosas lindas en una carta o le ha regalado una flor...
Encierro sus recuerdos y sus tesoros en el mismo sobre en que llegaron y lo guardo junto a otras cartas en el cajón de mi escritorio. Allí quedarán hasta que ella me los pida. Mientras tanto, espero...
La llamada me sobresalta. Me pregunto ¿qué le habrá pasado ahora? y la escucho decir excitada:
- Sabes? Estoy saliendo con un chico encantador, tiene ojos verdes, es rubio y está en mi curso...
Cuando termina de contarme, me doy cuenta que gracias al cielo el amor ha vuelto a brillar en su vida.
Me alegro y a la vez, con cierta sana envidia me pregunto ¿tendré yo la oportunidad de llamarla y decirle: Sabes pequeña... he conocido.....?
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