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CITA NO PLANIFICADA

Confluyeron en la esquina casualmente, del mismo modo que otros automovilistas lo hicieran. Era la hora en que los relojes marcaban el regreso a los hogares para el almuerzo ó descanso luego de la jornada matutina. La luz roja de tres tiempos los mantuvo quietos, inmóviles y encerrados en sus vehículos. Cada quién distraído, quizás ensimismado en sus más recónditos pensamientos; una gran mayoría de ellos escuchaba los noticiarios de la hora trece, salvo uno que envuelto en música, hizo rodar su vehículo hasta quedar paralelo con el auto azul de techo corredizo. El jeep rojo lo conducía un hombre sin edad, de aquellos que pintan unas pocas canas cerca de las sienes, pero que no por ello fijan en su rostro una fecha precisa del calendario.
Era más bien atlético, posiblemente alto, tal vez musculoso y tras los cristales oscuros de sus lentes de sol su mirada inspiraba seriedad y seguridad, lo que reafirmó con un movimiento preciso para colgar en el panel del jeep el celular que hasta ese momento usaba. Lo hizo sin prisa, casi con calma y sin mirar a algún lado en especial; el mundo automovilístico que había a su alrededor aparentemente no existía, aunque sus ojos escrutaban atentos y se mantenían fijos en la conductora del auto con techo abierto, la que de pronto ladeó levemente la cabeza en su dirección, haciendo que su pelo color cobre y muy liso se moviera como seda por sobre su hombro derecho, en una suerte de saludo al viento. Ella llevaba gafas oscuras algo más pequeñas que lo común, las que le ocultaban parte de sus facciones y de alguna manera la desdibujaban impidiendo que la reconocieran a primera vista. Era joven, sus manos largas a duras penas sostenían los anillos que lucía en cada uno de sus dedos, incluyendo uno en el pulgar de su mano derecha.

Sabiéndose observada levantó con ambas manos el pelo, en un movimiento gatuno, casi runruneante, que llevó hasta el exterior del techo sus brazos torneados, tentando al sol para que descargara su fuerza sobre la plata de sus manos y muñecas. Él la miraba obstinadamente queriendo descubrir a través del metal del moderno bólido el largo de sus piernas, el tamaño de su cintura y el juego erótico de sus rodillas. Ella le enseñaba con movimientos lentos, pero decidores, un cuerpo ardiente, hambriento de caricias y de sexo que la obligara a despojarse, aunque fuese por sólo unos momentos, no sólo de sus ropas y anillos, sino que también, de todos y cada uno de los tabúes heredados junto con sus apellidos. El semáforo se transformó en cómplice de las miradas que intercambiaron; dio un pequeño pestañeó indicando su cambio a otro color de luz, pero les volvió a entregar una roja intensa y la súbita detención los mantuvo por otros largos tres minutos en el juego de los mensajes sin voz. Algunos automovilistas hicieron amago de hacer sonar sus bocinas, pero fueron acallados por los vehículos que venían en sentido contrario y luego por aquéllos, que obviando el letrero de no virar izquierda, también ingresaron rápidamente en la vía. Entonces él apagó definitivamente el celular en una decisión indicadora que nada ni nadie lo distraería a partir de ese momento. Ella le sonrió abiertamente, levantando su cabeza en una carcajada que no logró salir del automóvil y que le mostró la curva de su cuello junto con el primer botón de su camisero abierto, que se ceñía como otra piel a sus pechos erectos. Estiró los brazos hasta el volante y comenzó a sacar suavemente el pie apoyado hasta ese momento en el freno, dejando que el cambio automático del vehículo iniciara el proceso de avanzar.
Luz verde! El jeep partió adelante sin imprimir una velocidad suicida; simplemente comenzó a rodar mientras su conductor oteaba por el espejo retrovisor en el cual se dibujó la sonrisa de la conductora del auto azul, que se mantuvo tras él a igual velocidad y distancia.
Aquél era un trayecto largo, tal vez unas diez cuadras antes de desembocar en la carretera que lleva hasta el centro de la ciudad o bien, que permite tomar la variante al mar. Él conducía erguido y con ambas manos en el volante; ella jugueteaba con su pelo y no quitaba sus ojos del espejo retrovisor exterior del jeep, porque de esa manera le era posible ver su rostro y también sus gestos.
Algo dijo él; ella fue incapaz de leer sus labios, pero una voz interior tradujo la propuesta erótica que él hacía. Era una mezcla de locura con aventura y restaban sólo tres cuadras para la bifurcación, que los llevaría a retornar a lo habitual, cotidiano y rutinario de cada medio día.
Nuevamente el semáforo detuvo el flujo vehicular. Algunos señalizaron que doblarían hacia la derecha; otros que continuarían recto y ninguno marcó su preferencia por el camino al mar. Cuando la luz cambió a verde, sólo pasaron seis de la veintena de carros que esperaban ordenadamente... y el conductor del jeep aceleró cruzando la intersección y tomó decidido la ruta al océano.
Ella titubeó y dudó en presionar el acelerador a fondo para alcanzar a pasar o frenar y luego doblar en la dirección de todos los días a la misma hora. Sólo tardó un segundo, quizás menos aún: el bólido azul, de techo corredizo y dos mil quinientos caballos de fuerza con butacas tapizadas en cuero, virtualmente brincó en la intersección e inició el galope en pos de la aventura del mar, las olas, la arena y la soledad de una cabaña bañada de sol y protegida por arboles de la costa ardiente.



Texto agregado el 11-04-2010, y leído por 179 visitantes. (0 votos)


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