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SOLEDAD

Ella deseaba ser su dueña y que él fuera virtualmente su sumiso esclavo, pero nada de eso era posible. Aún así, lo vigilaba día y noche, en especial al termino de sus actividades diarias, porque a esa hora ella le esperaba ansiosa y él llegaba callado, ensimismado en sus pensamientos, y sin decir una palabra, entraba al pequeño departamento dirigiendo sus pasos al cuarto de trabajo donde revisaba minuciosamente los papeles que traía en su maletín. A veces iba a la cocina, tomaba una fruta, una leche, quizás algo más y regresaba nuevamente en silencio a evaluar minuciosamente los exámenes y trabajos de sus alumnos. Era profesor y ella estaba orgullosa de su nombradía y de su prestigio; era un hombre especial en muchos aspectos: notablemente inteligente, carismático e inflexible a la hora de mantener su rígida rutina que abarcaba todas las tareas de su vida e incluso las más domésticas. Tal vez por su formación, quizás por esa vida definitivamente solitaria, cada semana era lo mismo: jamás modificaba ni alteraba su vida, y así pasaban los días y los meses, siempre igual sin jamás quebrar el orden ni la prioridad de sus acciones.
Desde que ella lo acompañaba había transcurrido un buen tiempo, quizás años, en el transcurso de los cuales sólo una vez se le escapó de sus manos y de las redes que cual araña tejía a su alrededor. Y cuando ello ocurrió se alteraron los horarios, en especial aquél que marcaba la llegada a casa. Recordó que vio casi aterrada como una sonrisa extraña y curiosa se dibujaba bajo su bigote; del mismo modo se dio cuenta que perdía con facilidad la concentración y que su mirada vagaba por la playa cercana. También detectó que destinaba gran parte de su tiempo a largas conversaciones telefónicas, encerrado en su dormitorio como si fuera un mozuelo. Al verlo así, ella se preguntaba con quién lo hacía y un raro dolor se posesionaba de su pecho. El no saber con claridad qué era lo que ocurría la desesperaba; no podía traspasar la gruesa puerta de oscura madera de su habitación, por lo tanto, se limitaba a escuchar desde la sala frases y palabras entrecortadas, que con gran esfuerzo lograba descifrar como cálidas, tiernas y dirigidas a una mujer para ella desconocida.
De un día para otro esa vida tranquila, rutinaria y casi bucólica se trastocó por completo... Él comenzó a llegar tarde, casi a la madrugada, y un mal día lo hizo acompañado de una desconocida que traía consigo sus valijas. A partir de entonces la vida del departamento de soltero nunca volvió a ser la misma. Lo primero que sintió fue que la acorralaban y luego, que simplemente era remitida al último rincón del piso. Su reino, mantenido a fuerza de conjuros y maquinaciones, se había venido abajo por completo. La intrusa y su esclavo hacían el amor en cualquier parte, sin recordar su presencia, y desde tan incómoda posición observó que él, pese al desorden que la pasión le ocasionaba, continuó manteniendo medianamente organizada su vida: salía temprano en dirección de su trabajo y regresaba cuando la tarde aún era joven.
Ella - la intrusa - en cambio se quedaba enredada en las sábanas agitando sus largas piernas entre cobertores revueltos, como rememorando la noche de amor que había precedido al amanecer de ese día. Gran parte de la mañana se le iba hablando por teléfono..., sus risas y burlas se podían escuchar por todos lados... Llamaba a sus amigas y les contaba de su buena suerte, de los mimos que recibía, de lo bien que estaba... mientras ella sentía que el dolor que experimentaba iba en aumento. A medida que pasaba los meses la tónica de sus conversaciones fue cambiando: Comenzó a mantener susurrantes diálogos a media mañana, a veces por las tardes; en algunas oportunidades se vestía rápidamente, se maquillaba con cuidado y luego salía sin que ella lograra saber si volvería pronto o si por el contrario sería la última vez que la vería.
Las esperanzas de recuperarlo y de reconquistar el sitial del pasado las fue perdiendo poco a poco y, cuando ellos se fueron de vacaciones, se percató de su tremenda soledad. La ausencia de él aumentó su desesperación; lo añoraba y extrañaba hasta un límite difícil de explicar y sólo recuperó parte de su alegría cuando los vio regresar. Entonces se preparó para nuevamente ser testigo de sus demostraciones de amor en cualquier momento y en cualquier lugar del departamento, pero sorprendida los escuchó discutir. No lo pudo evitar y prestó atención a lo que se decían, y casi feliz se dio cuenta que él era quién esgrimía las frases más duras y que las respuestas que ella daba eran prácticamente excusas baratas y sin peso alguno. En el dormitorio las voces subían de tono y se escapaban por el balcón... Sobre la cama un revuelo de ropas, pero no como en el pasado cuando él la desnudaba al atardecer y recorría su piel haciendo caminos de amor en su cuerpo. No, no, esta vez eran ropas que iban a morir desordenadamente en el interior de una valija abierta sobre ella. El golpe fue atroz e hizo eco en cada pared del departamento..., pensó que todo se vendría abajo, pero nada se movió de su lugar, todo quedó como siempre, sólo la puerta principal recibió la descarga de la furia que experimentaba la mujer al haber sido descubierta en su juego, si es que así se le pueda llamar al engaño y a la infidelidad.
A partir de ese día, él volvió a encerrarse en su mundo, mantuvo las rutinas y las largas horas de trabajo rodeado de papeles, pero ella se daba cuenta que algo se había perdido para siempre; tal vez era su sonrisa, quizás el brillo de su mirada, pero la vida continuó y el quehacer tranquilo y ordenado sólo se alteraba con las ocasionales visitas de amigos con los que compartía una copa de vino, algo de queso y una animada conversación, mientras el humo de los cigarros inundaba el lugar.
A ella no le molestaban los cigarrillos; él siempre tenía uno cerca creando a su alrededor una atmósfera con fuerte olor a tabaco y a hombría. Cuando fumaba en la penumbra del piso, ella lo observaba atentamente y pensaba que todo en él le agradaba: el tono bajo de su voz, su aspecto distinguido, el color de sus ojos, su inteligencia, todo... Tanto era así, que solía mirarle dormir y para ello aprovechaba que él dejaba entreabierta la ventana de su dormitorio…Entonces silenciosamente y desde el balcón ella lo veía cómo abrazaba la almohada, como si entre sus brazos hubiera una mujer con la que hubiese hecho el amor momentos antes. A veces gruñía, en algunas oportunidades roncaba y muchas veces lo descubría despierto a altas horas de la madrugada. En esas oportunidades ella deseaba intensamente acercarse a su cama, introducirse entre sus sábanas y acariciar su pelo cano, besar sus labios y amarlo hasta la locura. Deseaba tanto amanecer a su lado y acariciar la huella de su cabeza en su almohada...
El tiempo pasaba irremediablemente y ella, avara de su presencia, continuaba observándole en su ir y venir. Algunos fines de semana él salía de viaje y regresaba los domingos a última hora de la noche cansado, pero nunca feliz. Le gustaba verlo en las mañanas cuando salía a caminar por la aún húmeda arena de la playa; lo hacía solo, siempre pensando... A ella le habría gustado caminar con él y hacerlo hablar de tantas cosas... pero no, se quedaba allí apoyada en el balcón esperando su regreso para verlo tomar ese desayuno tan frugal que él acostumbraba.
Una tarde le trajeron unas cajas y él con un entusiasmo casi infantil las abrió con rapidez y casi hasta el anochecer estuvo con su contenido en el cuarto de trabajo, mientras ella desde afuera intentaba entender qué era lo que hacía con su contenido. A partir de ese día le escuchó teclear en lo que llaman un ordenador; lo hacía los fines de semana y cada día después del trabajo. La fuerte luz que emitía la pantalla hacía más claros sus ojos de intensa y casi misteriosa mirada verde. Él no se percataba que la tarde se hacía noche frente a la pantalla, y cuando la apagaba, una cinta interminable de papel impreso se acumulaba sobre su mesa de trabajo, que luego hacía desaparecer en el interior de su maletín. Un día en que lo escuchó hablar con un amigo descubrió que no sólo trabajaba con el PC, también podía “navegar” y lo hacía casi siempre por las noches. Por supuesto que nunca supo cuándo comenzó aquello que tenía que ver con la hora de la Cenicienta, esto es, a la media noche. Sí, algo ocurría a esa hora porque él comenzó a cambiar; inicialmente le pareció haberlo escuchado reír, pero se dijo que estaba equivocada, que aquello no era habitual en él y su curiosidad se despertó con tal fuerza que a partir de ese momento le prestó aún más atención a cada una de sus reacciones, en especial a aquéllas que se producían cuando estaba frente a la pantalla de su ordenador. Tenía que estar segura... y sus sospechas aumentaron: algo ocurría a sus espaldas; había en él una leve sonrisa permanente bailándole bajo el bigote, en especial cuando leía en la pantalla...
Muchas veces, después de estar frente al ordenador se iba al balcón y absorto miraba el mar y la playa como queriendo navegar todos los mares bajo la luz de la luna, y en su mano se consumía un cigarrillo y en su rostro volvía a aparecer esa suave sonrisa que definitivamente le cambiaba la faz. Una noche la curiosidad fue superior a sus fuerzas e hizo algo casi imperdonable; se paró tras él para descubrir su secreto y leyó lo que en la pantalla aparecía... Asombrada se dio cuenta que él “hablaba” escribiendo, y lo hacía con una mujer absolutamente desconocida para ella. Tuvo la impresión que ambos reían de lo que hablaban, mientras las palabras escritas recorrían el mundo encerrando una caricia inserta en cada frase. Prestó atención a lo que la extraña escribía y asustada notó, o más bien dedujo con ese sexto sentido propio de una hembra...que la desconocida se estaba enamorando de su esclavo, y éste...parecía no darse cuenta. Había dulzura, ternura y cariño en sus frases... Quizás por ello se dijo que los hombres son tan ciegos, a veces ni teniendo en las narices la verdad, la reconocen... y se alegró por ello.
Y así, noche a noche, lo vio sentarse frente a la pantalla y esperar ansiosamente a que ella apareciera, y cuando esto ocurría, el mundo dejaba de girar, no existía la lluvia, el frío o el calor..., sólo ellos dos en una plática sin fin. A una determinada hora él apagaba el PC y regresaba a la soledad de su inmensa cama y ella observaba que dormido le hablaba dulcemente a la desconocida.... Cuando aquello ocurría, sentía que los celos la envolvían hasta casi ahogarla y se decía que la vida era injusta: ella sólo existía y vivía para él; en cambio, su esclavo hablaba de pasión, de soledad y de amor con una desconocida...
La odió con toda su alma perversa, hasta tal punto que sin conocerla ni saber nada de ella, le deseó todos los males del mundo y en especial que algo, cualquier cosa, le impidiera abrazarse en la distancia a esas tiernas frases que él le regalaba. Sus deseos se hicieron realidad. Algo inusual ocurrió en la vida de su esclavo: volvió a utilizar el teléfono durante el día y a sostener largas conversaciones con una mujer y a ella le vino a la memoria aquél viejo refrán que dice: “un clavo saca otro clavo”, en especial cuando se dio cuenta que él comenzaba a frecuentarla y que poco a poco iban intimando. A medida que esto sucedía, se dio cuenta que su esclavo comenzaba a tener menos tiempo para esos encuentros nocturnos con la desconocida y se alegró por ello, en especial al pensar que se habían terminado sus pesadillas de medianoche. Sin embargo, no pudo menos que pensar en la mujer del PC, a la que le había deseado tanto mal y tuvo la sensación de que no sólo ella perdía frente a la presencia avasalladora de la colega de su amado profesor. Entonces en un acto casi de contrición, una noche se sentó como él frente al ordenador y le habló a la desconocida; fue honesta con ella, le dijo todo lo que sentía por él, y desde algún lugar del mundo, una mujer le habló con una rara tranquilidad, pudo notar que había dulzura en sus palabras, pero también un dejo tremendo de tristeza. Aún así la tranquilizó diciéndole que la comprendía y le pidió que en honor a lo que decía sentir, lo dejara ser libre para que amara y sobre todo para que pudiera ser feliz. Sin poder comprender porqué abogaba por él, leyó en la pantalla:
“Él no te olvidará jamás, durante mucho tiempo fuiste su única compañía, por lo tanto eres y has sido afortunada...Yo en cambio no puedo decir lo mismo, sólo he sido un sueño… impreso en su pantalla...”.
Entonces esa noche, después de hablar largamente con la desconocida, sin hacer valijas ni llevarse nada consigo, abrió la puerta del departamento que mira al mar y la cerró silenciosamente tras de sí... Lo amaba tanto... lo único que le importaba era que fuera feliz y para ello debía ceder el paso a otra mujer, que obviamente no se llamaba como ella.
El eco de sus pasos no se escuchó por el pasillo. Al llegar al ascensor sonrió y pensó que con algo de suerte encontraría a otra persona que necesitara de su compañía…y entonces recordó algo que le había dicho la mujer del ordenador:
“Si alguna vez lo dejas, ven a mí, seré feliz con tu compañía”…
Sin pensarlo dos veces se dirigió a su nuevo hogar, lejos, muy lejos de esa playa de arenas húmedas por donde él solía caminar, y allí, de cara a otro mar encontró a la desconocida de los ojos oscuros y corazón destrozado, que le dijo con voz baja y cálida:

- Eres bienvenida… Soledad
- Háblame de él, por favor...


Texto agregado el 11-04-2010, y leído por 199 visitantes. (0 votos)


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