Laia

Cuando por vez primera, Narcís fue a visitar a su madre Laia al geriátrico, le comunicaron que había fallecido, de inmediato sintió palpitar su corazón con más fuerzas, y su respiración acompañar a esos latidos descontrolados. Con pasos lerdos, fue a un pequeño arbusto, lo abrazó y el arbusto al verlo tan triste, lloró con él.
Entre sollozos y lágrimas, se acordó del irlandés Wilde cuando dijo “Els diners no donen la felicitat, però procuren una sensació semblant” Mas esa exigua sensación de bienestar que ahora tenía, ese hado enigmático se lo arrebataba.
Tenía tantas cosas que decirle: que pronto viviría con él y lo más importante, que perdonase a sus hermanos por internarla en el geriátrico. Pero su madre ya no estaba en este mundo y maldecía al maldito dinero, porque cuando lo necesitaba, no aparecía y ahora que venía…llegaba tarde. Dejó su abatimiento y se dirigió al dormitorio, había poca luz por estar las ventanas cerradas. Fue a la mesa de noche y encontró un cuadro de plata donde ella puso la foto de él cuando recién tenía un añito de vida. En ese instante, le pareció retroceder al tiempo, hasta sintió los brazos de su madre en el punto que ella lo cargaba. Resignado, quiso abandonar ese lúgubre dormitorio. De pronto… las luces se encendieron y sus ojos que estaban llenos de lágrimas comenzaron a percibir: primero pequeños rayos luminosos; luego, a su madre. No creía en ese milagro… no sabía si soñaba y lo peor de todo, si estaba volviéndose loco.
Laia, se acercó y acaricio su rostro. Narcís que no daba crédito a los fantasmas y además, era un ateo consumado, no pudo resistir tan fuerte impresión de ver el alma de su madre, así pues, cayó al suelo, exterminado por un ataque cardiaco. Laia pidió auxilio cuando miró a su hijo exánime. Más tarde se enteró que una compañera del geriátrico, que tenía su mismo nombre, había muerto.

Fin


Julio Santa Ana Eyzaguirre
Corisoncco67@hotmail.com