CORREO ELECTRÓNICO

El correo electrónico marcaba la recepción de un mensaje. Manuel pulsó la tecla correspondiente y éste se desplegó en la pantalla. Entonces él pudo leer lo siguiente:
- “Desde un comienzo supe que llegaría el momento de la despedida, estaba escrito que así fuera y nada se puede hacer en contra de los dictámenes del destino. No hay reproches, amigo mío, no es el momento para ellos, guardaré entre mis más queridos recuerdos nuestras conversaciones, tus confidencias y perdurará en el tiempo tu recuerdo… hasta que finalmente se esfume en la memoria”... lo firmaba: “Daniela”
Era la respuesta a su último correo, aquél que escribió tras una larga meditación. Cerró los ojos con tristeza y recordó que se habían conocido una noche de octubre. Coincidieron en un canal de conversación donde participaban numerosas personas, y a él le había llamado la atención su nombre; luego no sólo fue el nombre.... también sus respuestas, sus risas, sus excusas y todo lo que ella le decía.
Él se encontraba en un punto del globo terráqueo, y en el otro extremo estaba ella; nada los había unido antes y ahora todo los acercaba. Poco a poco fueron descubriendo que eran dos almas gemelas y en esa primera noche de conversación abarcaron tantos temas y coincidieron en tantos gustos, agrados y desagrados, que prometieron intercambiar correos y así lo hicieron. Largos y entretenidos e-mail cruzaron el mundo de un lado a otro; a ratos contenían la intimidad de una confidencia, en otros momentos eran netamente anecdóticos, en ocasiones festivos y las más veces reflejaban el agrado que sentían de poder comunicarse por ese medio.
Durante algún tiempo, Manuel y Daniela caminaron juntos por los espacios de la tecnología y llegaron a ser buenos amigos, pero ambos sabían que algo los atraía irremediablemente, peligrosamente y ese algo no era fácil de definir, podía ser enamoramiento, podía ser una pasión oculta o tal vez sólo un sueño de amor imposible. Prontamente Manuel comenzó a darse cuenta que su vida se trastocaba, que sus rutinas perdían el compás habitual y que nada era lo mismo desde que estaban en contacto.
Se pasaba las noches pensando y más que eso, soñando con una mujer que no tenía rostro. Llegó a ser capaz de recordar párrafos completos de lo que ella había escrito y sin embargo, no lograba retener por mucho tiempo las materias que debía estudiar.
Su vida poco a poco llegó a ser un caos, todo su interés estaba centrado en la comunicación virtual. Entonces tomó una dolorosa decisión: romper el círculo mágico en que se había metido y sin pensarlo dos veces, escribió un largo e-mail de despedida. Era la única forma que él tenía para recuperar la cordura; debía volver a su vida normal y abandonar para siempre esas conversaciones nocturnas con una mujer a la que nunca había visto ni vería, pero que sin embargo se le había metido bajo su piel.
La respuesta estaba ahí, ante sus ojos. Como todas las conversaciones con Daniela, el mail iba directo al punto, nunca con rodeos, honesta, franca y sincera. Le dolió, había esperado un grito de dolor, una defensa ardorosa, quizás reproches, cualquier cosa que le dijera que Daniela estaba tan acongojada como él; pero no, ella se limitaba a aceptar su decisión.
Todo había terminado. Era el adiós definitivo, las comunicaciones virtuales ya nunca más se reanudarían.

Cuando pulsó la tecla para enviar su último mensaje Daniela cerró los ojos para que las lágrimas no delataran su tristeza. Todo había terminado..., ya no habría esas conversaciones nocturnas íntimas y confidenciales. Durante el día no encontraría mensajes que llevaran y trajeran los recuerdos de uno y del otro.
La idea de Daniela nació un día cualquiera. Inicialmente sólo fue un bosquejo de mujer; luego tuvo algunas características básicas que perfilaban su carácter y finalmente, adquirió forma y estilo frente a una pantalla de PC.
Fue el resultado de un juego, a raíz de la conversación entre dos personas que coincidieron en una noche de navegación por el ciberespacio; y en la medida que fue pasando el tiempo, ella la fue dotando de una personalidad, un aspecto físico y de un fraseo especial, y ahora, cuando todo terminaba, su personaje no tenía la fuerza ni quería escribir la despedida... Lo hacía ella, su creadora.
Experimentaba una extraña sensación, algo así como que su orgullo había sido pisoteado, se sentía desdeñada. Sin embargo entendía a Manuel, porque para ella había sido lo mismo, casi una drogadicción que se alimentaba de una vorágine de correos que iban y venían. Durante todos esos meses se sintió feliz pero ahogada, obligada a un esfuerzo mental bárbaro, porque cada día - para escribirle o conversar con él- debía vestirse y maquillarse como Daniela, asumiendo sus características... En otras palabras, cada noche le daba vida al personaje creado para su próxima novela y con cada contacto se percataba que Daniela crecía y crecía, y con ello le exigía la entrega de una parte de su propio yo, hasta el punto que en ocasiones no sabía si era ella o Daniela la que hablaba, respondía o soñaba.
Se sentía culpable de haber jugado con los sentimientos de un desconocido, para quién en cierta manera diseñó a la mujer de sus sueños, aprovechando la ventaja que tenía sobre él: su imaginación de narradora que con habilidad lo había encandilado, al igual que lo hace una serpiente con su presa.
Sí, más que desdeñada, se sentía y se sabía culpable: lo que había hecho no tenía perdón: había suplantado a su propio personaje hasta el punto de involucrarse sentimentalmente con un imposible y ahora debía asumir el resultado de sus actos a costa del dolor que experimentaba, mientras Daniela volvía alegremente a las páginas de su novela y a los brazos de su nuevo amor, ése que tendría por fuerza alguna semejanza con el desconocido del otro lado del mundo.