Se disfraza de timidez. De alguna manera busca ocultar aquel secreto que lo vuelve encantador a la vista del resto de la gente, pero es inútil; la simpatía natural y su caballerosidad inconsciente inundan el aire alrededor, y de pronto, en cada sonrisa, adquiere un magnetismo por demás cautivante.
Lo contemplas, y en cada uno de sus rasgos descubres a un hombre totalmente distinto, pero en la personalidad de cada uno mantiene los matices del chico dulce y tímido con el que se convive cada día.
Conforme transcurre la conversación, las sonrisas se entretejen delicadamente con las palabras, la noción de tiempo y espacio se vuelve inexistente, y la atmósfera se reinventa una y otra vez. La calidez del ambiente se torna tangible a los sentidos y empapa los expuestos poros de la piel; y en los instantes mismos, la admiración y el cariño se vuelven invitados frecuentes.
No necesita decoros externos, su simpleza es por demás hermosa, y eso es lo que trastorna al curioso observador que, inmerso en contemplaciones, cuestiona la magia guardada en un ser supuestamente mortal.
Adentrarse en su mirada, te obliga a emerger en un entorno totalmente adverso; pero a pesar de ello, el deseo de explorar te consume, y dominado por tu lado irracional, te dejas llevar de los brazos de la curiosidad a un lugar expectante y anormal, consciente de que después de estar con él, ya nada será lo mismo.
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