Desde joven, arrogante, impulsivo y ateo, tuvo un miedo irracional a la muerte y pánico de llegar a la vejez, aunque lo disimulaba a las mil maravillas. Poseía un extraño magnetismo que atraía a los que lo rodeaban y además, una gran inteligencia. Por estos atributos destacó en todo. En la escuela, en los deportes y en sus relaciones con los demás. Su fortaleza de cuerpo y espíritu le habían ganado gran fama.
Pero en el fondo, se escondía un ser misterioso, taciturno, temeroso y débil. Por sus insoportables miedos interiores, se interesó desde joven en los que buscaron la fuente de la eterna juventud. Estudió Ciencias y se dedicó a estudiar los fenómenos del envejecimiento humano. en esa rama se volvió un experto. Buscó incesantemente la fórmula del elixir para mantenerse joven por toda la eternidad. No concebía que el hombre, y menos él, tuvieran que envejecer y morir. Decía que el hombre debía ser inmortal.
Un día, al despertar de un largo e inquieto sueño en el que se vió como un ser poderoso, indestructible e inmortal, sonrió complacido. Se levantó y fue al baño. Allí observó en el espejo con toda naturalidad, sin asombro alguno: la palidez extrema de sus tegumentos faciales; sus enormes orejas terminadas en punta; su aspecto céreo; sus conjuntivas inyectadas de sangre; sus largos colmillos que sobresalían de las comisuras labiales; y el hilillo de sangre que escurría, aún fresca de sus labios. Se dió cuenta que tenía un sabor ferroso en la boca, como de sangre.
Entonces supo que por fin, había alcanzado la inmortalidad. Había logrado su objetivo.
Era un triunfador.
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