Nunca te desnudabas por completo.
Frente a mi te mostrabas tácito y latente, con la piel bronceada y húmeda, invitando a probar el sabor que producen las sensaciones más excitantes.
Estabas ahí, indefenso, descubierto, con el amor resbalando por los poros y las mariposas alterando los sentidos, pero a pesar de ello, jamás te expusiste tal cual.
Te quería a ti, todo.
No solamente ese cuerpo cálido que cimbraba entre mis manos, o esa composición heterogénea y líquida que resbalaba por mis piernas.
Si, todo venía de ti, y era bueno.
Pero no fue suficiente.
Yo quería esa magia guardada en ti, esa forma tan cautivante de reír y de respirar.
Quería el origen en donde se gestaban esas miradas maliciosas que lograban llevarme a completa combustión, tan rápida y apasionadamente, que resultaba complicado no querer poseerte en ese mínimo lapso de tiempo. Correr a ti y abrazarte como nunca lo había hecho. Tan cerca que fueses capaz de descifrar las rutas de mi sangre, tan juntos que pudieses escuchar el más tímido de los silencios guardado en los recovecos del corazón.
Pero entre la luz más clara que atravesaba la ventana y pretendía bañarte, tu interponías esa tela intáctil pero perceptible, esa que se tejió en base al temor de entregarte completo.
Te saboree por partes.
Te disfruté incompleto.
Me perdí en la geográfica y cautivante extensión de tu anatomía.
Conocí el contorno de tus labios y los dulces que pueden volverse cuando estas realmente atrapado entre dosis pasionales y el encanto interminable de mi amor tangible.
Palpé con mi lengua tus cicatrices y ningún milímetro de ti se salvo de ello.
Te recorrí mil veces, y te reconocí mil más.
Conocí la rigidez que pueden adoptar tus extremidades, y el tiempo exacto en que pueden llevarse al límite; con que toque, con cual palabra, con que roce.
Escuché las mil formas con las que tu excitación se hace presente.
Fui testigo y causa de tu respiración acelerada, de tus gritos callados, de tus gemidos constantes, de tus segundos sin aliento y de tus besos salvajes.
Creé en ti la necesidad de aferrarte después de terminar, de dejarme ser presa entre tus piernas y brazos.
De recorrerte todo con las yemas de mis dedos y alborotar tu cabello cuando empezabas a dormitar.
De hablarte quedito.
De irte adentrando en el sueño profundo mientras te resguardabas en mi pecho.
De cubrirte con mi cuerpo y observarte respirar.
De disfrutar tu sueño y tus gestos.
De susurrarte al oído que mañana, tal vez, ahora si te dejarías desnudar...
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